miércoles, noviembre 01, 2006

Hunter S. Thompson



Resulta que hay escritores a quienes descubres gracias al azar. Recuerdo que estaba dando vueltas por las contadas librerías de San Isidro, buscando alguna novedad que justifique las tardes de mi fin de semana, y no encontraba nada que me llamara la atención, tanto así que pensaba en regresar al lugar del que siempre me he nutrido de libros: Amazonas. Y cuando estaba a punto de hacerlo, me topo con un título que llamó mi atención: Miedo y asco en Las Vegas.

Estaba viendo los lomos de las novelas de la editorial Anagrama, y quise hojear un antiguo título de Pedro Lemebel, pero este se me cayó de las manos, lo cual produjo un espacio vacío en la hilera de libros del anaquel – ninguna librería se salva de la mala costumbre de colocar centenares de libros detrás de los libros elegidos que se muestran al “ávido” público lector- y mi mirada quedó clavada en el título del lomo que a la postre terminé llevándome.

Son muchas las cosas que me dejó la lectura de Miedo y asco en Las Vegas, pero ahora me gustaría resaltar algunas de ellas. En esos años se estaba viviendo lo que ahora se vive en el ambiente literario: lo bajo que ha caído el realismo sucio. El gran prejuicio que existe alrededor de esta tendencia, muchas veces las críticas que recibe son justas, es que hay mucha desinformación y prejuicio alrededor de esta opción. No se duda en decir que cualquiera lo puede hacer, que no hay nada más fácil que el retratar el lenguaje coloquial, el cual condimentas con algo de anécdota y listo. Pues bien, no es tan fácil como se piensa ya que el realismo sucio tiene muchas ramas de influencia, y me basta a citar a Louis Ferdinand Celine, Henry Miller y John Fante como muestra tajante de sólida base literaria. Miedo y asco en Las Vegas me hizo creer en una opción que hasta el día creo y por la que no dudo en pregonar filiación.

Otra de las cosas que me dejó esta lectura fue el descubrir y estudiar los cimientos del estilo Gonzo, en el que predomina el punto de vista del narrador que es partícipe de la acción que cuenta, y esto no es más que un compromiso irrefutable con el oficio. Cada escritor tiene un grado de compromiso con su trabajo, lo cual es respetable, pero en pocas ocasiones he visto ejemplos tan desgarrados como el de Hunter, cuya obra siempre ha estado por encima de sus ya conocidas juergas como reportero de Rolling Stone - cuando RL era lo que era, no lo que es hoy-, o de su adicción a la cocaína –pero adicción de verdad, no como aquellos que lucran de ella para cimentar su aura de genios incomprendidos en Jacarandá (agarra esa flor)-, o de su ya conocida inclinación por la violencia.

Claro, como somos morbosos siempre nos fijaremos más en estos aspectos de su vida, interesantes, por cierto. Pero también es bueno cruzar el aura de leyenda para recalar en sus páginas, y ver toda la poesía que sigue emanando ante tanto desenfreno escrito desde su máquina de escribir.

En una entrevista que le hago al buen cronista Juan Pablo Meneses, este, entre muchas cosas, declara algo muy importante con relación a todos esos seguidores de Hunter y del tan maltratado estilo Gonzo. Sería bueno echarle una miradita.

Miedo y asco en las Vegas me llevó a Los ángeles del infierno, ambos escritos en la parcela de la crónica; pero también he leído al Hunter novelista, por ello, si aún pueden encontrar El diario del ron, sería bueno leerlo pese a que no es su obra más lograda, pero que a la vez ofrece las luces claras de su dominio de las técnicas narrativas heredadas de Mark Twain y Melville.

En la foto, Hunter S. Thompson ante su máquina de escribir.

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