martes, marzo 06, 2007

Aparentes impotencias

Una vez, con unos amigos en una discoteca, vi “algo” que –al menos yo- he visto pocas veces. Había una pareja de enamorados tomando unos traguitos en la barra, y para ser sincero, la chica parecía extremadamente simpática. Uno de mis amigos pensó aprovechar el primer momento de descuido para sacarla a bailar (y luego algo más) puesto que según él el enamorado de la mujer en cuestión era toda una invitación a “un robo nocturno”.

Y como buen observador que soy, no tardé en colegir que la chica como que le reprochaba ciertas cosas a su enamorado, y la carita de este balbuceaba toda clase de argumentos que eran callados con un “cállate, imbécil”; logré escuchar unos de esos acertos puesto que se me dio por comprar una cajetilla de cigarros y pude ganarme con parte de lo que hablaban, pero lo más importante: pude verla bien. A todas luces era una chica más que simpática (hay que cerciorarse puesto que las luces de neón a veces engañan). Además, había algo en ella que sí me llamaba la atención, o sea, no me daba la impresión de ser una tarada, ese “cállate, imbécil” llevaba consigo una fuerza fonética fusionada entre la inteligencia y la cólera (obvio), pero la manera cómo lo dijo fue lo que me sedujo, pero un detalle fue lo que repeló mi creciente intención de adjudicarme lo que mi amigo llama siempre “un robo nocturno”.

(Ocurre que todos tenemos prejuicios, y muchas veces estos están signados por el criterio de la estupidez. ¿Quién no tiene prejuicios?, por ello, me siento salvado puesto que soy uno más. Y lo que cejó mis intenciones fue que me era inadmisible tentar algo con una mujer que no supere el metro setenta. ¿Estúpido, no? En fin, lo bueno que eso fue hace mucho tiempo y ya estoy curado, y ahora mis prejuicios son otros, mucho más nobles, pero igual de estúpidos)

Volviendo a la historia de esta pareja de enamorados. Ella le reclamaba a su enamorado mayor atención –al parecer había una tercera persona- y para no perderme más detalles, pedí una cerveza personal para quedarme un rato más y tratar de colegir el contexto en el que se desarrollaba dicha discusión. Y no tardé en dar con el problema de fondo de esta pareja: el sexo. (No es novedad que las parejas de hoy sean más hormonales que sentimentales, en fin) Por lo general es él quien reclama –ojo, digo por lo general-, pero en ese caso era ella quién lo hacía. Y yo, todo fisgón, tomaba mi chelita como si fuera vino. Es que no siempre tienes historias así, y por un momento pensé en canibalizar esa anécdota en algo escrito. Y seguí escuchando, y de reojo miraba que ella se le acercaba, como que trataba de animarlo a dejar esa discoteca en la que se pasaban temas de Morrissey hasta el hartazgo (siete al hilo es demasiado hasta para el más fanático), y él, nada que ver, hasta llegué a escuchar un “no seas así” por parte del enamorado. Ese “no seas así” me fue el colmo de todo, ella, tranquilamente podía estar con cualquiera que la abordara. Y lo que estaba viendo y escuchando ya no solo era una prerrogativa mía, sino que no pocas naves se estaban ganando con el rechazo de ese taradito.

Regresé a mi mesa.

- Está buenaza- Dijo mi amigo.
- Digamos que sí.
- Oye, ¿y qué hablan, ah?
- Anda compra tu chela y escucha.

Seguí hablando con mi amigo, al menos yo me desentendí de esa pareja –que ya avanzada la noche había dejado caer no pocas botellas producto de sus hormonales desacuerdos- pero él paró la conversa al ver que el enamorado de la susodicha se dirigía al baño. Y este inquieto se apartó del grupo con la idea de una vez por todas dar el play de honor del "robo nocturno". Con paso decidido se dirigió a la chica, pero lástima, otro pata se le adelanta y la saca a bailar. Mi pata trata de contrarrestar su carita de huevón, pero no puede, no le sale el ser solapa, es un don con el que evidentemente no nació. Por lo tanto, tiene que esperar por partida doble: que ella termine de bailar y que su enamorado quede un rato más en el baño. Ella termina de bailar con el patita, y cuando mi pata intenta entrar al lance otro le gana por puesta de mano. Un potente temón de Héroes del silencio la lleva a gritar cada palabra de Bunbury.

Cosas raras, siempre ocurren cosas raras, desde un extremo estaba parado el enamorado de la susodicha. Pidió un trago y la contempla desde la distancia, viendo como ella baila con un número considerables de patitas –los cuales parecían estar haciendo cola, cola que mi pata encabeza pero que no tiene la suerte ante la rapidez de un acelerado extraño, los crecientes litros de cervezas ingeridos no le permiten aprovechar la ocasión- y ni bien ella baila con el cuarto no escatima ciertas confianzas que se dan en pleno fragor musical, es ella la que empieza a besar y abrazar a cada uno, entregándose a los afectos que su huachafo enamorado le es incapaz de dar. Mi atención no tardó en centrarse en el enamorado que con mirada tiesa se ganaba con el pase hormonal de los otros.

Y luego de bailar con más de ocho (cinco temas por cabeza) –o mejor dicho, once patitas- fue que hasta el entonces impávido enamorado decidió hacerse cargo del asunto. Mientras iba hacia ella yo pensaba que se iba armar uno de esos clásicos escándalos que con frecuencia suelen dar ciertos machistas reprimidos, pero por el contrario, no hubo gritos ni cosa parecida, el enamorado de la joven la abraza y la besa como si nada hubiera ocurrido. Los primeros destellos plateados de la mañana empiezan a colarse por las ventanas de la disco, las luces de neón van perdiendo su fuerza. Mi atribulado amigo se acerca al grupo en el que me encontraba. Me hubiera gustado ofrecerle un trago pero le ofrezco un cigarro.

- Para otra vez será –le dije.

No me dice nada. Tampoco esperaba que me dijera algo. Sin embargo, como dije, contadas veces había visto esta clase de preámbulos en parejas que ven al masoquismo como medio para el acicate reconcilatorio –por decirlo de alguna manera que no sea tan chocante-. Luego de que ella se despachara con varios –no hay nada de malo, cada quien es dueño de su vida y puede hacer lo que venga en gana, siempre y cuando no cometas la burrada de arrepentirte- ella daba lo mejor de sí ante aquel enamorado que en casi toda la noche me impulsó a tenerle un sentimiento de pena.


Por otro lado, y no es ninguna novedad, la literatura, en el caso de algunos autores, siempre se ha visto enriquecida en una variopinta gama de masoquismos. Me acordé de este suceso nocturno ni bien leí hace ya unos meses el suplemento Crónicas del diario El Mundo –y puedo afirmar que ese suplemento Crónicas es de lo mejor que tiene ese diario; cada semana no deja de sorprenderme con historias reales que superan toda clase de excesos de imaginación- en el cual se daba cuenta de la verdadera historia que está detrás de esa novela maravillosa –muy sana ahora pero tremendamente brutal cuando se publicó- llamada El amante de Lady Chatterley. Si gustan – no tiene pierde- pueden leer la crónica aquí.

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