jueves, septiembre 06, 2007

Lo que realmente importa

En su habitual columna de los lunes en Perú 21, Alonso Cueto no es ajeno al malestar que ha generado esa oscura noticia que significó el abandono emocional que el gran dramaturgo norteamericano Arthur Miller hiciera con su hijo ni bien se enteró que éste había nacido con el síndrome de Down. Cretino, inmoral, hijo de..., etc., son calificativos que se quedan cortos ante una bajeza sin nombre que yace en un irrefutable ejemplo de inconsecuencia, puesto que como ya se ha indicado, Miller era un artista reconocido y un intelectual que siempre estuvo en constante lucha contra las injusticias, contra la violación de la libertades, etc., siendo catalogado en vida como “la conciencia moral de Estados Unidos”.

Sin embargo, lo que sí quiero destacar son unos extractos de los dos últimos párrafos de la columna de Cueto puesto que se da justo en el meollo en el que no pocas veces las relaciones humanas y laborales (artísticas, profesionales, académicas, etc.) parecen confluir de una manera tan aberrante que no nos deja avanzar, ya que "algunos" alucinan que son las “pequeñas” venganzas o "grandes" mezquindades las que terminan otorgando buscadísimas satisfacciones.
Primer extracto:

La vida privada de los escritores, como la de cualquier persona, está llena de contradicciones y de vacíos, de situaciones inexplicadas. Algunos escritores son considerados moralmente superiores a otros, pero la moral -tal como la entiende la mayor parte de las personas- no tiene nada que ver con la literatura.

Totalmente de acuerdo. Lamentablemente (ahora sí hablando del ambiente literario local), parece que antes de importarnos la verdadera valía de un escritor (poeta, narrador, ensayista, crítico), o sea, su obra; como que fuera más importante cuán risueño, juerguero o buena gente éste pueda ser. Parece una cojudez tremenda, pero quién sería capaz de negarlo cuando la historia no oficial de nuestra literatura (bares, festivales, revistas dirigidas por sopencos que se prestan al contrabando de reseñas, antologías poéticas dirigidas, grupos, manifiestos) es un gran aval de esta tara.
Segundo extracto:

En juicios de literatura peruana he escuchado también decir que un autor es moralmente superior al otro (en vida y obra), lo que me parece un disparate eximio. Como cualquier persona, un escritor es un paquete de contradicciones. Lo prefiero así frente a los "hombres de honor".

Lo que debe importar ante todo es la literatura como tal, la obra en sí. Me es imposible no ocultar mi fastidio cuando un libro es catalogado como bueno o muy bueno a raíz de su corte ideológico, o el ninguneo a la obra de un buen escritor debido a que éste no exhibe el detallito de poder caerle bien a todo el mundo. Claro que hay quienes han desarrollado muy bien la sonrisita de recepción, y muy bien por ellos, ya que no es nada fácil el poder emascular para toda una vida las verdaderas opiniones guardadas a la fuerza en el corazón.
Considero que cuando dejemos de lado estas malas costumbres, pues nuestra literatura sería mucho más estimulante de lo que ahora es.

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