martes, marzo 17, 2009

"Un día distinto", cuento de Marco García Falcón publicado en Caretas

A través del Facebook me entero de la publicación, en la revista Caretas, del cuento “Un día distinto”, de Marco García Falcón (Lima, 1970).

Marco es autor del libro de cuentos PARÍS PERSONAL y de la novela EL CIELO DE CAPRI (Revuelta Editores, 2007). Sobre ECDC, si gustan, pueden leer los comentarios de José Guich, Javier Ágreda, Alonso Cueto y Armando Chang (clic en los nombres).

Estoy convencido de que Marco es una de las primeras voces referentes de la nueva (y muy buena) narrativa peruana. Antología narrativa que no cuente con él, sencillamente se cae, se resiente, no sirve... Sus relatos han aparecido en las antologías DISIDENTES. MUESTRA DE LA NUEVA NARRATIVA PERUANA, 17 FANTÁSTICOS CUENTOS PERUANOS, EL FUTURO NO ES NUESTRO y CONTAR ES UN PLACER.

Como se sabe, en este blog no suelo pegar textos ajenos, pero tratándose del cuento de un escritor de primer nivel, a quien admiro como tal y aprecio muchísimo como ser humano, pues me es de gran gusto hacer una excepción.

(Por cierto, Marco estará este miércoles 18 en el Centro Cultural de España, a las 8 p.m., presentando el segundo libro de Antonio Moretti, CONCIERTO PARA LUCIÉRNAGAS.)

El cuento:

Un día distinto

– ¿La señora Bronstein? –llamó la enfermera.
– Soy yo –dijo una mujer de edad poniéndose de pie y caminando hacia el consultorio con una elegancia y una altivez poco usuales para sus años.
– Pase, por favor –le sonrió la enfermera–. El doctor la está esperando.
La señora Bronstein entró al consultorio y el doctor Gutiérrez se paró un instante de su escritorio para darle la mano.
– Qué gusto verla –le dijo–. Tome asiento, por favor.
La señora Bronstein se acomodó en la silla, un poco sorprendida con la intensidad con que el médico, un hombre casi tan viejo como ella, la observaba.
– ¿Cómo se encuentra? –preguntó al fin el doctor.
– Con achaques. Pero digamos que, en general, bien.
– ¿Sabe? –dijo el médico en un tono como de confesión–. No quiero importunarla ni ser malinterpretado por esto, pero desde la primera vez que la vi quise comentarle algo. Le encuentro un aire a una persona muy famosa…
– ¿Famosa…? –repitió inquisitivamente la señora Bronstein, interesándose por lo que el doctor decía.
– Sí –continuó él–. Usted tiene unas facciones y unos ojos muy parecidos a los de una mujer que hace muchos años fue muy conocida: la Miss Mundo del 57. ¿No se lo han dicho antes? Era una finlandesa que, si la memoria no me falla, se llamaba María Lindahl. Yo me acuerdo de ella porque justo ganó en el mismo año en que Gladys Zender obtuvo el Miss Universo…
– Se llamaba Marita… –precisó la señora Bronstein–. Marita Lindahl…
– Es cierto –se entusiasmó el médico, contento de que su paciente le siguiera el hilo de la conversación–. Me imagino que es algo que siempre le han dicho…
– No siempre –se sonrió ella levemente–. Y menos ahora que estoy vieja. Pero ya que lo menciona, le diré que yo soy Marita Lindahl…
El doctor Gutiérrez se quedó asombrado, sin saber qué decir. En su momento había admirado, como muchos otros jóvenes de su generación, la singular belleza de aquella mujer. Atesoraba, incluso, algunos recortes periodísticos en los que ella aparecía retratada.
– Llevo el apellido de mi esposo, de mi segundo esposo –prosiguió la señora Bronstein–. Es lo usual aquí, ¿no? Lo que sí no he dejado de usar es mi nombre Marita…
– Así que tenemos a una de las primeras Miss Mundo en esta clínica –proclamó el médico tratando de recuperarse de la sorpresa–. ¿Está de visita por el Perú? Habla muy bien el castellano. Casi no se le nota el acento…
– Vivo aquí desde hace quince años. Mi esposo era judío pero nació acá. Nos conocimos en Helsinski; él tenía unos negocios por allá. Hemos vivido en muchos países, pero al final nos vinimos para acá…
– No estaba al tanto –se excusó con cierto pesar el doctor Gutiérrez–. En realidad, nunca he sabido que le hayan hecho una entrevista o algo así y usted debería ser tratada como toda una celebridad…
–Una celebridad de hace cincuenta años –ironizó ella–. Pero no. Nadie sabe de eso. Yo aquí soy la señora Bronstein…
– Pero en todo este tiempo me imagino que alguien más la habrá reconocido…
– Un par de veces, hace varios años. Pero lo negué. Además yo casi nunca salgo a la calle. No me gusta la vida social…
– O quizá lo que no le gusta es Lima…
– No mucho, la verdad, aunque el Perú sí. He ido a algunos pueblos muy bonitos, pero en general no soy una persona que se apasione por las cosas. Los finlandeses somos así, melancólicos por naturaleza. Dicen que somos la nación con la mayor tasa de suicidios… Además, me he ido quedando sola…
– ¿Falleció su esposo…?
– Hace diez años... Fue algo duro. Pero lo más terrible fue haber perdido antes a mi único hijo. Murió muy joven, haciendo alpinismo…
– Entiendo, ningún padre está preparado para eso –reflexionó con voz comprensiva el médico–. Pero, dígame, ¿en qué ocupa ahora usted su tiempo?
– Leo. Leo mucho. Me gustan las novelas. Antes iba a las librerías a comprarlas, pero ahora las pido por internet. Es más fácil…
– Es más fácil, sí, pero de vez en cuando es bueno hacer algo de ejercicio…
– Sí, sí; lo sé. Yo hago yoga. Me relaja mucho. Una instructora muy buena viene a mi casa una vez por semana…
– Pero no todo tiene que hacerlo en casa. No tiene por qué quedarse encerrada…
– Encerrada… –repitió pensativa la señora Bronstein–. Quizás ése sea un buen calificativo para mí… ¿Sabe? Desde que gané el concurso me he sentido como encerrada; como si, aunque nadie me viera, tuviera que comportarme como una reina. Mi primer matrimonio fracasó por eso: me tenían como un adorno, casi como un trofeo… Luego vino mi segundo esposo, que fue como un respiro hasta que murió mi hijo. Sí, a veces es como si estuviera encerrada, encarcelada en el pasado. Supongo que la muerte será una suerte de liberación...
– Créame que eso es algo que sentimos todas las personas mayores –trató de alentarla el doctor Gutiérrez–. Lo que tenemos que hacer es saber disfrutar del presente, darnos cuenta de lo nuevo…
– Bueno… ese dolor en la espalda por el que vine era algo nuevo, doctor… –aprovechó la señora Bronstein para retomar el motivo de la consulta–. ¿Cómo salieron mis exámenes?
El médico buscó los resultados en su escritorio y por primera vez los revisó. No había tenido tiempo de hacerlo antes. Después de algunos minutos, habló.
– Está usted… –calibró la palabra un momento y luego continuó–… bien. Pero si vuelve el dolor, tome las pastillas que le receté. Lo que sí me parece indispensable es que usted salga. Hay que salir, aunque sea para mirar la luz del día…
– ¿Y tengo que hacerme algún otro chequeo?
– Por ahora no, aunque puede volver o llamarme cuando lo necesite…
La señora Bronstein no dijo nada más y se limitó a incorporarse.
El doctor Gutiérrez la acompañó hasta la puerta y se despidieron muy cordialmente.
Una vez en su escritorio, el médico volvió a revisar los exámenes.
Al poco rato los introdujo en un fólder y escribió con mucho cuidado un par de palabras en la carátula.

La señora Bronstein caminó sola hasta la salida de la clínica.
En la puerta había un lujoso auto esperándola.
– ¿Nos vamos? –preguntó el chofer.
– Anda tú nomás, Santos –contestó ella–. Yo me voy a pie.
– ¿A pie? –se inquietó el chofer–. Pero puede ser peligroso…
– Por qué va a ser peligroso. Estamos a seis cuadras de la casa.
– Si gusta, usted puede ir caminando y yo la sigo…
– No –le replicó ella con algo más de energía–. No me voy a mover de aquí hasta que te vayas.
– Como usted diga, señora… –refunfuñó el chofer y encendió el motor.
Cuando vio el auto lejos, la señora Bronstein enrumbó hacia un parque cercano.
El parque, apenas poblado por algunos transeúntes, estaba reverdecido y reverberaba con el sol.
La señora Bronstein dio algunas vueltas y finalmente se sentó en una de las bancas.
Entonces respiró hondo, con todas sus fuerzas, hasta repletar de aire sus pulmones.
Y fue como si un pequeño resplandor se abriera paso en medio de una maciza oscuridad.

Imagen, Marco García Falcón

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

LINDO CUENTO

2:32 p.m.  

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