lunes, mayo 31, 2010

La educación de los críticos


De Ignacio Echevarría solo he leído TRAYECTO, en el que consigna setenta reseñas –de un universo de casi trescientas realizadas por él hasta entonces-, con la que nos ofrece un panorama de lo es la literatura española contemporánea. Acepto que lo poco o mucho que sé de la literatura española contemporánea partió de esa publicación, que me sirvió de guía en principio, porque como todo trabajo de selección, están los que tienen que estar y faltan algunos nombres que con los años se han vuelto medulares o al menos para tomar en cuenta.
Lo que sí tengo muy en claro es que Echevarría tiene el requisito esencial para su labor: coherencia en la honestidad, despojado de sentimientos menores y ajeno a los revanchismos, tan característicos en el ámbito de las letras.
Es por ello que recomiendo la lectura del artículo La educación del crítico. Todo un tacle a las cuchipandas de la industria editorial.

...

Días atrás, el diario barcelonés La Vanguardia publicó una entrevista con Jonathan Galassi, veterano editor norteamericano, presidente de la prestigiosa Farrar, Strauss and Giroux. En la entrevista, Galassi se jacta de haber contribuido decisivamente al éxito en Estados Unidos de Roberto Bolaño, con la publicación de Los detectives salvajes, primero, y de 2666, a continuación. Las cosas no fueron exactamente como él dice, pero eso no importa ahora. Lo que tiene interés es la respuesta que da Galassi a la pregunta sobre las razones por las que estos dos libros no fracasaron, como supuestamente sí hicieron los anteriores del mismo Bolaño que previamente publicó en Estados Unidos la editorial New Directions. Explica Galassi que el secreto del éxito fue que “esta vez nosotros supimos preparar el momento y educar a la crítica”.
Frente a la reacción del entrevistador (“Esto no les va a gustar a los críticos...”), matiza Galassi: “Educar en un sentido amplio. Crearles expectativas, guiarles. Supimos hacerles descubrir a Bolaño...” Es fácil comprender el sentido que Gallasi da a sus palabras, pronunciadas con engolada candidez, y por eso mismo doblemente reveladoras.
Así que es tarea de los editores educar a la crítica... Hmmm.
Para encuadrar adecuadamente este supuesto, conviene recordar algo sobre lo que corren muchos malentendidos, y que Constantino Bértolo, en su libro La cena de los notables (Periférica, 2008), acierta a exponer con claridad. Dice Bértolo: “Contra lo que generalmente se piensa, la crítica no es una instancia mediadora entre el escritor y los lectores. Ese papel corresponde a los editores, cuyo trabajo consiste en proponer a la comunidad o mercado aquellas lecturas que en su opinión -criterio editorial- puedan satisfacer sus necesidades. El crítico analiza y valora esas propuestas, y por tanto su trabajo le sitúa entre la edición y los lectores. La práctica es engañosa y tiende a hacernos pensar que los críticos hablan de escritores cuando en realidad están hablando de propuestas editoriales”.
Leídas en este marco, las palabras de Galassi cobran un aire menos inocente, por cuanto admiten -reclaman, de hecho- ser traducidas al lenguaje empresarial y entendidas en términos de márketing. Esa tarea educativa a la que alude Galassi pasa a convertirse, entonces, en el conjunto de acciones destinadas a predisponer al crítico en favor de las propias propuestas editoriales, a engatusarlo, a intimidarlo, si hace falta, por medio de un alud de recomendaciones de toda suerte que crean un estado de opinión contra el cual el crítico difícilmente osará oponer su propia voz.
La graduación de dichas acciones es compleja. Las más convencionales se basan en la publicidad directa, los dossiers de prensa, los textos de cubierta, las fajas trufadas de llamativos eslóganes o de contundentes elogios, todo aquello a lo que el lector común está ya acostumbrado y que proclama la indiscutible excelencia de todos y cada uno de los libros que se publican. Luego están las entrevistas y ruedas de prensa con los autores, el intensivo incremento de su presencia mediática sirviéndose de cualquier pretexto. Entretanto, poco a poco viene importándose de los Estados Unidos el uso de los blurbs, breves juicios o dictados solicitados a personalidades de renombre a las que se procura por adelantado una copia del libro en cuestión para que, ya antes de su publicación, se sumen con entusiasmo más o menos espontáneo a la campaña de promoción. Y, antes, está la labor de fondo de los periodistas culturales, a los que se brinda generosamente oportunas ideas para artículos y reportajes que preparan el terreno y levantan expectativas (al modo en que, antes del reciente estreno de la película de Ridley Scott, han proliferado extensos y documentados artículos acerca de la figura legendaria de Robin Hood).
Es frecuente oír insinuaciones a propósito de la venalidad de la crítica, de sus corruptelas, de sus amiguismos. La mayor parte de las veces, tales insinuaciones producen más risa que irritación. Quien las hace se muestra ciego a los mecanismos que desde hace mucho suelen determinar el juicio de una crítica menoscabada, sumida en la desorientación y en la indigencia, para la que, cada vez más, el llamado periodismo cultural sirve de sucedáneo o de contrapeso.
Lo que Galassi viene a sugerir, con indisimulada satisfacción, es la creciente eficacia con que la industria editorial acierta a cumplir su empeño en reclutar a la crítica como herramienta de divulgación de sus propios contenidos, asumiendo ella misma esa tarea de instruir, de guiar previamente al crítico que, amedrentado primero, y luego agradecido, ha olvidado entretanto que era más bien a él a quien correspondía educar, guiar a los editores, tratando de hacer ver, a ellos y a los lectores, cuáles de sus propuestas guardan o no interés.

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