miércoles, mayo 19, 2010

Oliveira en Cannes

Desde la primera vez que escuché del director Manoel de Oliveira, me lo pintaban como una especie de Matusalén del cine. No era para menos, el portugués tenía más de setenta años y seguía dirigiendo con una vitalidad inacabable. Es por eso que no debe extrañarnos que a los 102 siga trabajando, en patente ejemplo de goce en lo que hace, ¿sino qué otra explicación tendríamos hacia alguien que sabiéndose que ya aportó a la historia del cine, siga pues con un ímpetu casi juvenil?
Días atrás Oliveira presentó su última película en el festival de Cannes, y sobre ello encontré un interesante artículo de Quim Monzó (estupendo narrador, por cierto): Oliveira en Cannes, vía La vanguardia.


La semana pasada estuvo en el festival de cine de Cannes el director portugués Manoel de Oliveira, que presentó su nueva película, O estranho caso de Angélica. Leídas y oídas las informaciones que su presencia provocó en los medios de comunicación –de aquí y de media Europa–, la conclusión primera es que no debe de ser fácil ir por el mundo con la sensación de que la gente te mira y piensa: "Caray, este tío, con 101 años y aún está vivo". Porque, por lo leído y escuchado, es evidente que eso es lo que piensan muchos de los que lo observan con asombro y admiración; asombro y admiración potenciados por el hecho de seguir aún en activo y realizando una película por año, y a veces dos. Es como si la barrera de los 100 convirtiese en sobrenatural toda vida creativa posterior. Y en diciembre cumplirá 102. Si en estos tiempos de vacas flacas los gobiernos tomasen como patrón de vida laboral a Oliveira (y a otros como él), se acabó lo de jubilarse a los 67 años, como decían hace unos meses, porque la edad mínima de jubilación serían los 105, por si acaso.
Como la película que presentaba Oliveira tiene a la muerte como tema central, la excusa para preguntarle su opinión sobre el adiós al mundo estaba servida en bandeja. Su respuesta: "Todos sabemos que vamos a morir. Es la única certeza que tenemos. No tengo miedo de la muerte, tengo miedo del sufrimiento". "Provecto" y "longevo" son adjetivos habituales en las crónicas que hablan de él o de sus películas, pero hay muchas acotaciones de los periodistas que son dignas de resaltar: "Oliveira, el decano del cine mundial", "el caso increíble de Oliveira: presenta filme en Cannes a los 101 años", "Oliveira, el director más viejo del mundo", "el venerable director portugués", "a pesar de su edad, Oliveira tiene fuerzas de sobra para rodar una película al año", "O estranho caso de Angélica demuestra que le queda cine para rato, al menos mientras le duren las fuerzas", "a sus años, Oliveira sigue con la misma ilusión y con ganas de "estar en todos los festivales"", "Manoel de Oliveira, cineasta que empezó a filmar en la época del cine mudo", "el portugués Oliveira no sólo exhibe una vitalidad extraordinaria, sino que es en sí mismo casi una pieza de museo". Ahí es nada que te llamen "pieza de museo" y "caso increíble", que recuerden que empezaste a filmar "en la época del cine mudo" y que digan que aún te queda "cine para rato" para, acto seguido, añadir: "Al menos mientras le duren las fuerzas". Todo está dicho con cariño, no se trata de la actitud carroñera del buitre que espera la muerte de alguien para abalanzarse sobre él y devorarlo, porque a Oliveira no lo van a devorar ni metafóricamente. Pero tanta insistencia en extrañarse de que alguien con 101 años esté en plena actividad, no sé, deja bastante que desear –"A ver este cuánto más aguanta", sería el subtítulo– y resulta cargante.

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