martes, julio 20, 2010

Cueto: Secretos de Familia

En la edición del domingo 18 en Perú 21, se publicó Cueto: Secretos de Familia, artículo de José Miguel Oviedo sobre la novela LA VENGANZA DEL SILENCIO, de Alonso Cueto.
Me gustaría decir algunas cosas de la mencionada novela, pero aún no la leo. Sin embargo, me parece sumamente acertado que el escritor homenajeado de la próxima Feria Internacional del Libro 2010 sea Cueto, que a punta de pujanza, talento y honestidad ha sabido ganarse un lugar de privilegio en la narrativa latinoamericana contemporánea.


Basta leer las primeras líneas de La venganza del silencio (Lima: Planeta, 319 p., 2010), la última novela de Alonso Cueto, para entrar, sin preámbulos, en el núcleo de la situación que desencadena todo:
“Recuerdo una sombra, el estallido de luz, las palabras de mi tío Adolfo.
–Antonio, ha pasado algo. Tus padres han tenido un accidente. Ven conmigo.Ven” (página 9).
Así, súbitamente, Antonio, el protagonista y narrador de esta historia, se entera (y nosotros con él) de que a los diez años ha perdido a sus padres y que ahora va a vivir en casa de sus tíos Adolfo y Adriana. Su adaptación a la nueva realidad familiar no es particularmente difícil porque es acogido y protegido por la pareja como si fuese un hijo. Además, se trata de un hogar muy confortable, que refleja bien el poder económico de los Hesse, que, como dueños de un banco, pertenecen a la alta burguesía limeña. Todo parece cómodo en la lujosa casa presidida por la matriarca Adriana, que rige ese tranquilo mundo privado con sus ritos de almuerzos dominicales, hábitos y tradiciones inalterables a lo largo de los años.
Pero esa es solo la apariencia pues debajo de las buenas maneras y el decoro de la numerosa familia de tíos, sobrinos, primos y otros parientes, vemos surgir secretas tensiones, diferencias y frustraciones. Una de ellas –y quizá la principal– es la que se abre entre la matriarca, que encarna los viejos valores de su clase, y su marido, Adolfo, cuyo origen provinciano y la sospecha de que su amor por ella escondió en algún momento una forma de arribismo social, que él trata de paliar con sus bromas y otros gestos simpáticos. También vamos enterándonos de que hay una sorda pugna entre los que quieren ganar dinero vendiendo sus acciones a otro banco y los que prefieren “modernizarlo” y seguir siendo sus dueños exclusivos.
Por su parte, el joven Antonio y el tío Adolfo han establecido una especial relación con el chofer Venus (su padre le puso ese nombre creyendo que era el de un dios, no una diosa), que cruza las barreras de posición, origen y raza, pues Venus es negro. Los dos aceptan asistir a una fiesta en casa de este; ese ingreso a un mundo popular para ellos casi del todo desconocido o remoto, les produce una especie de inesperada fascinación; gran parte de eso se debe a la atracción casi magnética de Lorena, la hija de Venus. Poco tiempo después, Adolfo y ella inician una relación amorosa clandestina que acaba trágicamente con un balazo mortal en plena calle.
En este punto es prudente –pensando en el posible lector de la novela– no revelar más detalles sobre el resto de la historia porque, a partir de allí, se convierte en una pesquisa por saber quién es el asesino, proceso que no conviene adelantar. De este modo, el tema de la familia –uno de los constantes motivos de la literatura de todos los tiempos, desde Sófocles hasta Cien años de soledad– se entrecruza con el diseño propio de la novela policial, género que Cueto ha cultivado en Deseo de noche y otras narraciones. Su arte para atrapar al lector, no soltarlo y casi no dejarlo respirar gracias a un hábil manejo de la intriga es notable y alcanza lo que es esencial en una novela: entretenimiento e interés constantes, sin que lo primero quiera decir que esta historia sea ligera o banal; al contrario: ofrece un profundo análisis de la conducta humana enfrentada a situaciones que plantean dilemas morales difíciles de resolver.
La trama va tejiendo una tensa red de continuas y crecientes complicaciones, de giros inesperados que abren nuevas perspectivas, de expectativas frustradas, de dilaciones fríamente calculadas, de pistas falsas y de otras trampas que el novelista le tiende al lector, casi jugando a frustar o a alentar sus sospechas sobre el posible culpable. La nómina de implicados es larga, pero el desenlace, que solo llega en el capítulo XVIII con lo que nos cuenta Venus, es una sorpresa total: la persona culpable no figuraba en esa lista, lo que demuestra la destreza del autor para manejar el suspenso y atar bien las hebras de la intriga.
Lo que está más allá o por debajo de la indagación de la verdad a la que se entrega Antonio, quien opera como un 'detective’ aficionado y cuyas conjeturas y teorías están estimuladas –como él mismo reconoce– por sus lecturas de novelas policiales, es algo sustancial para la historia; hay un velo de silencios entre los Hesse que encubre secretos nunca confesados, pequeños crímenes morales que su poder económico y prestigio social a la vez permiten y niegan. Sus relaciones internas están teñidas por frustraciones o recelos con algún otro miembro de la familia y que deciden disimular para bien de todos.
Estas calladas intrahistorias alcanzan al propio Antonio, quien llegará a enterarse de que el accidente en el que murieron sus padres y que decidió su destino, tal vez –y solo tal vez– fue el resultado de una pelea por celos entre los dos, precisamente con uno de los hermanos de Adriana. Como buscando una defensa contra el mundo exterior, hay cierta tendencia endogámica entre ellos, lo que parece confirmarse cuando Antonio decide casarse con Sonia, su prima hermana.
El retrato de la casona de los Hesse, con su elegancia algo sombría o rigurosa, crea una atmósfera muy intensa, casi de realidad viviente, poblada por los fantasmas que convoca la imaginación de Antonio. La caracterización de los personajes (con la ayuda de sus inflexiones del habla local) es igualmente intensa y convincente, aunque es justo señalar que la tendencia a la adjetivación paradójica (un rasgo del estilo de Cueto) a veces resulta excesiva, como cuando dice que Sonia “era una chica fea y a la vez una de las mujeres más atractivas que yo había visto” (107). Igualmente cabe decir que, pese a estar bien tejida, hay en la intriga policial algunas incidencias que están al filo de lo inverosímil, como el hecho de que Lorena deje a la puerta de la casa de los Hesse los regalos que Adolfo le hizo. Nada de esto impide afirmar que los méritos literarios de la novela son, sin duda, poco comunes.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal