jueves, septiembre 23, 2010

LA ESTACIÓN DE LOS ENCUENTROS de Peter Elmore - Fragmengo del ensayo "Habitación en Roma" de J. E. Eielson

Dentro de poco, saldrá publicado LA ESTACIÓN DE LOS ENCUENTROS (Peisa, 2010), libro de ensayos y artículos del narrador y crítico Peter Elmore.
Se tratará, al menos para mí, de una gustosa lectura obligada. Y se la recomiendo a todos aquellos que creen saber mucho, que suelen hacer gala de una jerigonza académica atendible únicamente para cuatro o cinco gatos. Ya lo dijo Harold Bloom: de nada vale que sepas toda la teoría literaria si tienes grandes lagunas en lecturas formativas.
¿Por qué digo esto? Por la sencilla razón de que en los ensayos de este autor, siempre he notado un justo equilibrio entre el saber académico y el acervo literario, en claro ejemplo de generosidad libresca e intelectual.
Pues bien, voy a reproducir un fragmento de un ensayo del libro, “Habitación en Roma”, de Jorge Eduardo Eielson. El centro de los laberintos. Lo encontré en uno de mis contactos en Facebook.
Pero antes de dejarlos, me he dado cuenta, seguramente ustedes también, de que dos de las publicaciones más destacadas del año vienen por cuenta de la editorial Peisa. Pienso en la que posiblemente sea la novela del 2010, SUEÑOS BÁRBAROS de Rodrigo Núñez Carvallo. Y claro, el poemario de poemarios del 2010 (y fácil de los últimos cinco años): UNA MESA EN LA ESPESURA DEL BOSQUE de Carlos López Degregori. ¿El renacimiento de Peisa?


Eje del mundo, urbe sagrada y paradero final de todos los caminos: Roma, la ciudad clásica por antonomasia, es también el ámbito –desolado, deslumbrante, grotesco, íntimo y extremo—de uno de los libros capitales de la poesía peruana del siglo XX. Habitación en Roma, de Eielson, se cuenta en esa nómina estricta que incluye a Trilce, de Vallejo, Las ínsulas extrañas, de Westphalen, La tortuga ecuestre, de Moro, Travesía de extramares, de Adán, Valses y otras falsas confesiones, de Blanca Varela, Canto ceremonial contra un oso hormiguero, de Antonio Cisneros, y Contranatura, de Rodolfo Hinostroza. Como esas otras entregas, Habitación en Roma es más que la suma de sus poemas: el volumen es una totalidad orgánica donde el poeta da cuenta, en una de las escalas más riesgosas y duras de su travesía, de su visión del arte y de la vida como aventuras del ser y experimentos de la forma.
Escrito en 1952, Habitación en Roma es, en un sentido peculiar, la crónica de una estadía. Los sitios –calles, edificios, barrios— de la ciudad están con frecuencia inscritos en los títulos de los poemas, pero no son materia de la descripción ni escenario de la anécdota: el arrebato lírico del poeta hace que Roma sea un estado de excepción donde la experiencia –del cuerpo, de la imaginación, de la memoria y de la escritura—se transfigura y exalta. Hasta la negación escéptica de la divinidad (que podría tomarse como una inversión irónica y profana de la fe) da pie a imágenes de esplendor mítico, como en “Elegía blasfema para los que viven en el barrio de San Pedro y no tienen qué comer”: “pero que detrás de esa pared tan blanca/ circule un animal tan fabuloso/ arrastrando según dicen/siempre radiante/ siempre enjoyado/ un manto de cristal siempre encendido/ y que su vivir sea tan brillante/ que ni la vejez/ ni la soledad/ ni la muerte/ amenacen su plumaje/ no lo creo”.
Habitación en Roma no detalla las circunstancias del poeta, a la manera de un volumen autobiográfico, pero las pone en evidencia: la precariedad material y el desarraigo forman el humus vital del que brotan los poemas. Sin embargo, la carencia extrema no propicia la esterilidad; por el contrario, se convierte en el paradójico sustento del impulso creativo y de la emoción estética, que redimen al sujeto del sufrimiento y lo transportan de la estrechez cotidiana a la apertura cósmica. “Via della Croce” es, en ese sentido, un texto ejemplar: “frecuentemente/cuando estoy sentado en una silla/ y estoy solo/ y no he dormido/ ni comido ni bebido/ ni amado/ tengo la impresión de caer en un abismo/ amarrado a mis vestidos/ y a mi silla/ y de irme muriendo suavemente/ acariciando mis vestidos/ y mi silla/ tengo la impresión/ de caer en un abismo/y de improviso asistir/ a una remota fiesta/ en el fondo de una estrella/ y de bailar en ella/ tiernamente/ con mi silla”. Por cierto, es en esa misma avenida donde habitan por una temporada el narrador y Giulia en El cuerpo de Giulia-no, la novela que Eielson escribió entre 1955 y 1957, pero cuya primera edición –la de Joaquín Mortiz, en México—es de 1971. En todo caso, el poema de Habitación en Roma no tiene un carácter narrativo, sino más bien teatral: la secuencia de acciones e imágenes que expone el yo poético podría convertirse en el guión de un espectáculo unipersonal.

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