martes, octubre 26, 2010

La muerte y los libros

Ayer lunes, en la sección Luces de El Comercio, Ricardo González Vigil publicó una reseña sobre la novela EL ANTICUARIO de Gustavo Faverón.
Leeré el libro antes que termine el año.
A continuación, La muerte y los libros.


Lector voraz y crítico penetrante, autor del blog Puente Aéreo, que ha sido considerado por el diario “ABC” de España “el más influyente de Hispanoamérica”, Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) ha conseguido admirablemente trasladar a la novela su pasión por los libros, creando varios personajes bibliómanos y asesinatos mezclados con citas bíblicas y referencias literarias (incluso una víctima parece asfixiada por páginas que han introducido en su cuerpo). Y ha tejido una trama ingeniosa que obliga a Gustavo (con rasgos de álter ego), el personaje que investiga los asesinatos, a emplear su inteligencia, su capacidad de deducción para desentrañar las claves que su amigo Daniel (simbólico nombre bíblico), acusado de los asesinatos, le brinda.
Las citas bíblicas relacionadas con los asesinatos remiten a uno de los cuentos más emblemáticos de Borges: “La muerte y la brújula”. Texto que ha inspirado claves ingeniosas a otros escritores, verbigracia “El nombre de la rosa” de Umberto Eco; en las letras peruanas, un cuento de “Escuchando tras la puerta” de Harry Beleván y la narración que preside “El inventario de las naves” de Alexis Iparraguirre. Resulta revelador que, en su blog, Faverón informa que su novela ostentaba previamente el título de “La muerte y su sombra”. Añádase que, por su bibliomanía, Borges ha imaginado el universo como una biblioteca de Babel.
Conviene, sin embargo, no exagerar el componente borgiano en “El anticuario”, ya que su estilo y su temple imaginativo difieren del maestro argentino, optando por la tradición del horror y del lado siniestro de la condición humana: el relato gótico desplegado por los románticos (sobre todo, Poe, cuyo cuento “La fosa y el péndulo” repercute en el título, que no en el argumento, de “La muerte y la brújula”) y el legado angustiado y tanático de los expresionistas. Aquí conviene reparar en que Poe, el forjador del policial con deducciones racionales, fue, en gran parte de sus páginas, una cumbre del horror gótico; en su policial racionalista, Poe trató de exorcizar con esquemas racionales su pavor frente a la muerte y el “demonio de la perversidad”. Pero, a diferencia de los discípulos del policial racional de Poe (uno de ellos: Borges), otros autores han explorado el policial de lo tenebroso, desde esas cimas artísticas que son “Un asunto tenebroso” de Balzac y “Crimen y castigo” de Dostoievski, hasta el expresionismo (“El proceso” de Kafka, y el cine de Murnau o Lang), más la “novela negra” forjada por Hammett y Chandler.
Ese lado tenebroso, en la novela hispanoamericana, aflora en los crímenes narrados por Onetti, Sábato, Donoso y, en cierto modo, Vargas Llosa (los bibliómanos, como los cadetes de “La ciudad y los perros”, forman un círculo). Basta apuntar algunos nexos con Donoso: la japonesa en “El lugar sin límites” y la clínica de órganos de “El obsceno pájaro de la noche”. Destaquemos que, en “Casa de campo”, Donoso aparece en la novela conversando con el modelo real de uno de sus personajes, abordando su opción creadora, que es también la de Onetti y Sábato, cada uno con su estilo único: un relato que refracta la realidad sociopolítica sin encadenarse al realismo literario, liberando fobias, pesadillas, traumas psiquiátricos, etc. En esa línea, “El anticuario” alude a la guerra sucia que aterrorizó al Perú en los años 80 y 90, porque su valor simbólico no reside “ni en sus referencias ni en su precisión, sino en su capacidad parabólica” (p. 146).

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