lunes, noviembre 22, 2010

Blog de Augusto Effio Ordóñez: Palabra menor

Augusto Effio Ordóñez es uno de los más destacados narradores peruanos que han aparecido en la década.
Para mí, uno de los mejores, o quizá el mejor, en cuento.
Es por ello que me gustaría que se den una vuelta por su blog Palabra menor, dedicado exclusivamente al cuento. Dicho sea, un género difícil de dominar.


“Un arte de hacer ruinas y otros cuentos” (Antonio José Ponte, FCE, 2005) reúne dos libros de cuentos del cubano: “Cuentos de todas partes del imperio” (2000) y “Corazón de Skitalietz” (1998).
Ese hermoso ejemplar de tapa dura y portada de rojo diluido (me niego a decir rosa), que hallé en la mesa de saldos del FCE, salvó mi balance lecturas el 2009 (es que el año pasado leí muy poco y, entre esas miserias, la mayoría de veces escogí mal).
Los cuentos de Ponte tienen varios aciertos. Además de una prosa que no le huye al lirismo y que tiene la dosis justa de acción y reflexiones (en forma de bellos aforismos), les otorga unidad el desarrollo de un tema central que podemos llamar el extraño desarraigo que supone, para sus personajes, el hecho de ser cubanos (en Cuba, fuera de Cuba, o dentro de la Cuba que hay para cada cubano).
Mi primera lectura del libro fue afiebrada y cada nuevo cuento era una promesa de nuevos hallazgos. No me defraudó nunca. “Cuentos de todas partes del imperio” es mucho más logrado que “Corazón de Skitalietz”, sin duda. Mis favoritos del primero son “Lágrimas en el congrí”, “A petición de Ochún” y “Un arte de hacer ruinas”, y del segundo “Viniendo” y el propio ““Corazón de Skitalietz” (que en el libro es identificada como noveleta; yo entiendo nouvelle, es decir, un cuento que por exceso de páginas corre el riesgo de ser acusado de ser novela, que es mucho decir para el honor de un cuento).
Y un buen día, cuando casi rogaba por encontrar algo medianamente parecido al gozo de los cuentos de Ponte, doy con una novela suya: “La fiesta vigilada”. Dudé, como dudo de todas las novelas. ¿Será sensato correr el riesgo de poner a prueba el cariño que le tengo a la escritura de Ponte? ¿Seré capaz de terminar una novela de casi 250 páginas? ¿No me volverá a defraudar Anagrama, como tantas otras veces?
En fin, ya les dije que el año pasado escogí muy mal. Y compré la dichosa fiesta, con el firme propósito de vigilarla en busca de la sombra de los cuentos de Ponte, si tenía la suerte de mi lado.
Y la novela no dejó de ser una sorpresa. Nada nuevo, pero sorpresa al fin. Resultó ser una mezcla de ensayo (literario, ¿urbanista?), crónica (de la inmigración, ¿de la identidad?), novela (¿falsa novela de espías?). Suma de personajes difusos, un narrador que se pierde en sus reflexiones, anecdotario de ocurrencias de escritores, músicos, cineastas, rendido homenaje y desmenuzamiento de Our Man in Habana de Graham Greene, entre otras miles de cosas.
Resultado: si Ponte poetisa en sus cuentos, berrea en la novela. Si en sus relatos su estilo es sugerencia, elegancia y emoción, en la novela es un remar y remar de ideas (demasiadas ideas) que se juntan y juntan debajo de una barca que no está en capacidad de controlar. Lo peor que pudo hacer Ponte fue dejar que el germen que lo obligó a escribir sus cuentos se sobrealimentara. Sus ideas mueren de empacho en la novela. En sus cuentos son dosis justas, medicinales.
Seremos más concretos. “Un arte de hacer ruinas” es un cuento de menos de veinte páginas. El cuento se construye hábilmente alrededor de lo que parece ser una de las obsesiones de Ponte (resulta que Antonio es, además, ingeniero hidráulico): la contradicción urbanística de la Habana.
La trama del cuento permite asimilar muy bien la idea de la “estática milagrosa” que, según los personajes (un estudiante, un asesor de tesis y un maestro retirado), es la que sostiene en pié a una ciudad que, de otra manera, debe hundirse en el mar. “Estática milagrosa” y “tugurización” son los vectores que explican el prodigio y la ruina de los habitantes de la isla. Los personajes dicen cosas como estas:
“¿Para qué echan abajo los edificios?”, concreté mi pregunta.
“Son de sombra ligera, tiene sangre de nómades”, me dijo.
“Y es duro ser así en una isla pequeña.”
“Piensa en que el horizonte se alcanza enseguida. Das dos pasos, llegas a la costa, y todas las promesas que te fueron hechas como nómade resultan nada. Lo que la sangre te dicta en cada anochecer es cuento de camino si la tierra no sigue.”
La idea de la “estática milagrosa” también se aborda en la novela. “No recuerdo en cuál artículo di con el concepto de estática milagrosa”, inicia un capítulo para desenredar y desenredar el concepto en un puñado de capítulos siguientes que retoman, además, a los anteriores. Ponte se encarga de develar el secreto, de poner en la mesa todos los ungüentos, polvos, tubos de ensayo, balanzas, que le permitieron condensar la dosis medicinal de sus cuentos.
El boticario ya no parece un mago, sino un oficinista.

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