martes, noviembre 23, 2010

Entrevista: Luisa Fernanda Lindo


(Entrevista publicada en Proyecto Patrimonio (Letras.s5.com))
“Cada uno de mis libros responden a un concepto que trasciende lo meramente literario y se soporta en diferentes registros”
Luisa Fernanda Lindo, escritora
Luisa Fernanda Lindo (Lima, 1979) es una de las voces poéticas más interesantes que han aparecido en la década. Autora de Postizas y Postpop. Su poesía ha sido incluida en no pocas antologías. Es también actriz y curadora de arte. En esta entrevista conversamos sobre su última entrega, Simulacro (Tranvía Editores, 2010).
La lectura de Postizas, Postpop y Simulacro, pueden generar en tus lectores la certeza que has cerrado una etapa en tu propuesta poética.
Y sería una lectura correcta, pues siendo tres libros disímiles, con propuestas conceptuales particulares, dialogan entre sí. Postizas se presenta como un libro agenérico o degenerado, en donde el yo poético es travestido para dar paso a una voz que, despojada de marcas genéricas, expone el agotamiento social. En el caso de Postpop, son nueve voces que se ceden la posta en un discurso desencantado que trata de mostrar los rezagos de los 80 y 90 en Lima. Simulacro es un libro que considero límite, en tanto cierra una etapa de mi propuesta poética; es el primer libro en el que realmente expongo un yo poético que mezcla la autobiografía con la ficción. Dividido en tres partes: ‘Simulacro’, ‘Pragmática’ y ‘Lo Sublime’, presenta tres registros opuestos entre sí pero que en conjunto engloban el concepto del libro, que refiere a todas las prácticas repetidas que adquirimos, ya sea por elección o imposición, y por medio de las cuales nos construimos como sujetos dentro de un sistema.
Una de las características de tu obra, es que la misma puede complementarse con otras artes.
Cada uno de mis libros responden a un concepto que trasciende lo meramente literario y se soporta en diferentes registros: fotográfico, auditivo, visual. Cuando pienso en un libro inmediatamente estoy pensando en su soporte, en su formato, hasta en la tipografía. Soy amante del diseño, por eso mis dos primeros libros fueron planteados como libros objetos. Postizas era un abanico de imágenes fotográficas (para el cual conté con la colaboración de la fotógrafa Laura Batticani) y Postpop jugaba, desde su título, con un concepto musical (por ello la inclusión de un CD con música, creada en conjunto con el sonidista y productor Juanjo Salazar, que acompaña a cada uno de los textos).
¿Y Simulacro?
En el caso de Simulacro luego de haberle dado vuelta a más de diez propuestas gráficas, opté porque pesara más el contenido del libro. Por ello, junto con mi editora (Cecilia Podestá) pensamos en una textura; ella trabaja con papel encerado que elabora artesanalmente en su taller, así que juntamos mi diseño con su técnica, y el resultado fue un libro muy simple pero delicado a la vez. Lo cierto es que mi obra no termina en el producto ‘libro’ sino que siempre busco una manera diferente de presentarlos, puesto que las presentaciones de libros me son tediosas. Tanto en las presentaciones en Lima como en Buenos Aires (ciudad donde residí por casi nueve años) he jugado con elementos, escenografías, vestuario e intervenciones del espacio. Simulacro no podía ser sino una performance. Así que empecé a armar el guión, luego convoque a tres actrices (Patricia Biffi, Katerina D’Onofrio y Tabata Fernández-Concha) y un baterista (Felipe Morey), y empezamos a ensayar la performance durante tres semanas.
¿Cómo fue la presentación-performance?
Fue un grato reencuentro con la dirección y la actuación. La performance iniciaba desde el momento en que el público ingresaba a la sala de La Ex-Culpable. Las actrices, vestidas como pacientes de hospital, recibían al público: les desinfectaban las manos con alcohol en gel, luego les daban de comer y de beber. El contacto era físico, no verbal. Un timbre daba inicio a la performance, que era seguido de un drum n’ bass desgarrado que marcaba el ritmo de las secuencias de repeticiones. Primero la infancia, como el aprendizaje; luego, los personajes se iban transformando en sujetos sujetados del sistema. Todo lo aprehendido se manifestaba en movimientos que iban repitiéndose constantemente hasta la irrupción de lo desconocido. El descolocamiento daba paso al texto, que no era sino otra repetición de los discursos aprendidos socialmente. Hacia el final de la primera parte, en la sala contigua, se escuchaba por un megáfono la grabación del texto final del libro (‘Lo sublime’) mientras yo, vestida de enfermera gore me enfrentaba, con una comba, a una pared de ladrillos de 170 x 300 cm. (que era parte de Los Textos, el site specific de la escultora peruana Raura Oblitas). Mi acción era tumbar el muro a combazos, el enfrentamiento con los propios fantasmas, el enfrentamiento con las estructuras preconcebidas socialmente, el derrumbe del sistema y el encuentro con lo sublime. Fue una acción in-situ que creo irrepetible. Y esa era mi intención, que los espectadores se llevaran una experiencia distinta, que salieran desbordados de sensaciones. Como la crítica sí me importa, invité a cuatro de los críticos literarios más destacados, que a mi gusto tienen una lectura aguda, a escribir sobre mi libro, y sus comentarios los incluí en la contratapa y en la solapa.
En este último libro hay una firme intensión retratar un horror, ya sea generacional, existencial, tanto en lo colectivo e individual.
En Simulacro hay una firme intensión de despojarme de fantasmas. Fuera de bromas, creo que es el texto en el que más me expongo como sujeto; hay cosas muy íntimas que están ahí. Por otro lado, el simulacro es una práctica repetida, una representación de lo ‘real’ desconocido. Desconocemos la realidad hasta la aparición de lo sublime. Esta simulación la podemos llevar a distintos ámbitos: educación, familia, relaciones sociales, relaciones afectivas, relaciones laborales. El miedo es lo que paraliza, es lo que no nos permite salir del sistema que nos han impuesto. Tan solo piensa en todos los simulacros realizados cuando estabas en el colegio: simulacro de sismo, de bomba, de incendio, de examen. Esas repeticiones que se daban casi automáticamente cuando sonaba el timbre. Nos han criado como seres pavlovianos. Ahora piensa, qué sucedió la noche del 15 de agosto de 2007. Todo ese aprendizaje se desmoronó en el momento del terremoto; la realidad acapara, descoloca. Hay un miedo al cambio (si lo llevamos al ámbito político piensa en las últimas elecciones regionales, sobre todo lo que sucedió en Lima), hay un miedo a enfrentarse a uno mismo a reconocerse diferente. Claro que hay un horror, que no es sino el miedo a lo ya conocido.
Tus tres libros son la cartografía del proceso, o la biografía, de tu estilo. En Postpop se dan las primeras señas de la prosa poética –de relativo largo aliento- que se asienta con prolijidad en Simulacro.
Es interesante lo que dices, pues creo que Simulacro se acerca más a Postpop en cuanto a estilo, quizá por las temporalidades en los que fueron producidos. Con Postpop busqué trabajar un lenguaje despojado de retórica. Trato sobre los restos, lo que queda son ruinas, son recuerdos. Las voces de los personajes se suceden, hay un tránsito de una historia a otra, desde una niña hasta una mujer que sale de prisión. Si lo pensamos en una cartografía, pues sí, hay un camino de reconocimiento y una fuerte crítica social.
¿Cuándo empezaste a escribir Simulacro?
Simulacro lo inicié en 2007, luego de estar unos meses en Lima, y lo dejé reposar, y lo retomé, y lo volví a dejar, hasta que apareció ‘Pragmática’, y luego Postpop, y bueno, ya era momento de que dejara de ser un simulacro. Entonces, es un libro previo a Postpop, quizá por ello sea más fácil leer en ambos una ruta.
En la segunda parte del libro, haces uso de la estructura del diario, lo cual permite dotarle a tu propuesta de una alta dosis confesional.
La segunda parte del libro se llama ‘Pragmática’. Está conformado por textos que fui encontrando en mis apuntes de la facultad; era como un simulacro de diario íntimo que iba construyendo esparcidamente. Un diario íntimo es una práctica de escritura diaria (valga la redundancia); sin embargo, lejos de la ‘practicidad’ lo que se manifiesta en este diario desgarrador es una detención del tiempo, que se manifiesta en las fechas que se suceden desordenadas y en que lo narrado por el personaje es siempre lo mismo (así cambien los nombres de los personajes). La posibilidad de salida aparentemente es nula, la sensación de encierro invade y lo confesional perturba.
Percibo que el “yo poético” se encuentra en un estado de hastío -de él mismo, de la vida- y diera la impresión de querer eclosionar; sin embargo, por momentos este “yo poético” también es mucho más calmado, como si reprimiera pensamientos y sentimientos.
Todo está marcado por la repetición, entonces tu lectura del hastío es correcta. Cuando el sujeto es consciente de que vive un simulacro, no puede sino rechazar su propio entorno y al sistema que lo instaura; sin embargo, ¿existe la posibilidad de pensar una vida diferente? ¿Es posible autoconstruirse? Si todo es un simulacro, ¿cuál es el límite entre la realidad y la ficción? No sé, me vienen ejemplos cinematográficos: The Truman show, Who wants to be John Malkovich, Matrix, entre otros. Más que simulaciones hablan de sistemas, y si pensamos en la historia, se me ocurre de pronto Hobsbawm, podemos entender que muchas de las tradiciones que asumimos como partes esenciales de nuestras vidas son meras construcciones que se han instaurado por medio de la práctica. ¿O es que acaso uno nace cantando un himno, saludando una bandera y haciendo un acto de contrición? Ahora, si planteas que ese ‘yo’ aparece, a su vez, calmado como reprimiendo pensamientos y sentimientos, pues solo podría responderte que está simplemente respondiendo a una manera de ser impuesta por el mismo sistema del cual pretende salir. El miedo silencia. El golpe duele y deja marca, cuando se cae la costra queda la cicatriz, ahí la denuncia en la piel. El vacío se hace necesario para que otro lo complete.
Y como única salida a los conflictos interiores que leemos en Simulacro, se presenta el amor como alternativa. Pero este no es un amor asumido de manera feliz.
El amor es lo sublime, es lo que desborda, descoloca, nos deja mudos, se torna desconocido. Toda práctica se torna inútil ante la presencia del amor. Lo infeliz es la repetición, la estancia en el mismo lugar; esto es lo que se manifiesta de manera sarcástica en ‘Pragmática’. La ‘practicidad’ es solo una pantalla que detenta las fisuras, una imposibilidad. Si en ‘Simulacro’ el amor detenta una despedida obligada porque se descubre que no era un verdadero amor sino un fantasma (el cual desaparece en el momento en que el personaje enciende la luz), en ‘Pragmática’ el fantasma se potencia hasta volverse carne. Hay muchos intentos de dejarlo, pero él siempre regresa; entonces, todo se repite una y otra vez. Ya no importan los nombres, sino que la relación decadente es la misma sin importar la fecha del calendario. En el momento en que aparece la identificación del personaje con una lectura (el Crack-up de S. Fitzgerald), todo se desmorona y aparece ‘Lo sublime’.
Hagamos un alto. Eres también curadora.
Bueno, vamos a tener que esperar unos quince años para asumir el ‘título’, así como sucedió con la escritura y como me sucede hasta ahora con la actuación. Digo, hay que formarse: estudiar, investigar, cultivarse; no se trata de autocolocarse títulos porque el nombre queda corto. Mis primeros acercamientos con la curaduría fueron en Buenos Aires, cuando me desempeñé como gestora cultural (labor que realicé de 2002 a 2005). Cuando regresé a Lima empecé a relacionarme con muchos artistas plásticos, sobre todo por mi trabajo de periodista cultural. Así fue como conocí a las artistas Nani Cárdenas, para quien escribí los textos de los catálogos de sus dos últimas exposiciones Cuaderno de dibujo y Picnic, y Marinés Agurto (para quien escribí el texto de su exposición). En noviembre de 2009 fui invitada por Armando Williams (quien era subdirector cultural del ICPNA) para realizar la curaduría de la muestra antológica de la fotógrafa María Cecilia Piazza. Al principio pensé que se trataba de la sala pequeña del ICPNA de Miraflores, pero no. Se trataba de la sala Germán Krüger, una de las salas más grandes de la ciudad. Fue uno de los retos más importantes que se me han presentado hasta ahora. El acercamiento fue de aprendizaje, tanto de la obra como de la artista. Mi intención no era repetir los modelos de algunos curadores que más que acercar la obra la distancian al hacer uso de un lenguaje embrollado, sino poder transmitir mi lectura de la obra con un lenguaje simple que acerque al espectador con aquello que está viendo. Hay una falsa imagen del curador, como si tuviese la verdad absoluta; he tratado de romper con eso. Yo no tengo la verdad absoluta, no soy dios; y esto lo dejo claro en mi ensayo de la exposición al invitarlos a compartir un viaje, el viaje que significó para mí los diez meses de intensa investigación, selección de obra y asesoría que dieron como resultado la muestra Percepciones. María Cecilia Piazza 1975-2010 (la cual puede visitarse hasta el 23 de enero de 2011). Ha sido una experiencia más que grata y la repetiría con gusto.
Hace un momento dijiste que has vivido muchos años fuera de Perú. ¿Cuánto ha influido la distancia en tu obra, y específicamente en Simulacro?
No creo que se trate de ‘distancia’ propiamente dicha, sino de la manera cómo uno lleva su vida y toma decisiones. La distancia permite objetualizar y desujetar, así como permite una perspectiva distinta proclive a la crítica. Si bien he vivido fuera de Perú por casi 9 años, siendo una elección propia, creo que, más que la distancia, los contextos en los que me he desenvuelto son los que han determinado mi escritura. Definitivamente cuando uno opta por algo deja de lado otras cosas, y eso determina no solo el contexto sino la manera cómo uno enfrenta el día a día y percibe las cosas y las situaciones que lo van atravesando. Simulacro lo inicié en julio de 2007, luego de un corto viaje a Lima. Hacía casi cuatro años que no viajaba a Lima, y un accidente hizo que me cayera la ficha. Entonces las decisiones: renunciar a mi trabajo, viajar a Lima y publicar mi primer libro. Hecho esto, mi regreso a Buenos Aires marcaría el inicio de mi retirada que duró un poco más de un año. En ese lapso de tiempo, mientras rendía los finales para mi licenciatura, escribía ‘Simulacro’ y ‘Lo sublime’. El 15 de agosto de 2007, cuando me dirigía a un programa de radio al que me habían invitado los escritores Rodolfo Edwards y Lucio Greco para hablar sobre Postizas, me encuentro con un amigo limeño en el Obelisco. Ni bien me ve, pregunta: ¿has hablado con tu familia? Su pregunta me pareció por demás bizarra, vivía sola en Buenos Aires y tenía muy poco contacto con mi familia. Mi cara de desconcierto fue el pie para su intervención: hubo un terremoto en Lima. Yo escribía Simulacro, parecía una cargada del destino.
La tercera sección se titula “Sublime”, ¿el estilo que empleas allí es una pista del derrotero que piensas seguir en tus próximas entregas?
No lo creo. ‘Lo sublime’ es un desborde emocional, una especie de catarsis que responde a ‘Simulacro’. Solo que esta vez, el encuentro con la realidad descoloca, desborda; entonces el lenguaje se torna una concatenación que aparenta no tener final, hasta que sucede: ‘en el momento de decirlo sucede’. El espacio-tiempo se diluye, la aparición de lo sublime abarca todo y se da fin a la escritura; la práctica se desmantela y la estructura cede paso al encuentro con lo otro.

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