jueves, noviembre 25, 2010

"La novela le dio un nuevo sentido a mi vida"

Gracias a los envíos electrónicos de David Abanto, me entero de la entrevista de Michael A. Zárate a Miguel Gutiérrez, publicada en Diario 16.
De lejos, parece una entrevista literaria, pero de cerca es una que nos presenta al ser humano que hay detrás de este gran escritor.
Y desde este blog, les pido a los amigos de Diario 16 que afinen su web. No puedo hacer el respectivo enlace en azul.


Un crítico en los sesenta y setenta dijo que usted era un escritor acabado. Muchas veces lo sentenciaron de muerte literaria.
Lo que pasa es que durante quince años yo asumí ciertos compromisos en cuanto a mis ideas y les dediqué mucho tiempo, y no puse en el centro de mi vida o que debió ser siempre: la creación literaria.
Es uno de los problemas de mi vida que siempre me produce tristeza, nostalgia, porque empecé muchas novelas que no las pude terminar.
¿Se arrepiente de eso?
En parte. Pero debido a la experiencia en esos quince años me abrí hacia otro mundo que no conocía. Y sin esa experiencia no hubiera podido escribir ‘La violencia del tiempo’. Fue una cosa por otra. Yo publiqué ‘El viejo saurio se retira’ en 1969, pero por mi acercamiento al marxismo me pareció que esa novela tenía muy poco que ver con lo que estaba pasando en el país.
Se me viene a la mente 1985, año convulso por la lucha contra el terrorismo. Usted –como otros– fue sometido a investigación. Una hora antes de ser liberado, un oficial le preguntó cuál era su mayor aspiración. “Escribir una buena novela”, respondió.
Sí, y ya estaba escribiendo ‘La violencia del tiempo’. Y el oficial creía que mi máxima aspiración era ser ministro de Educación.
¿Por qué creía eso?
Por estúpido (ríe). Él seguramente creía que los pensamientos, las imágenes y las fantasías de un escritor no tenían importancia. Eran estupideces. Seguro pensaba que la vida estaba hecha de requerimientos materiales. Yo jamás he sido autoridad. No he sido jefe de nadie ni de nada.
¿Acaso tenía miedo de asumir una responsabilidad?
No. ¿Sabe por qué? Porque para ser todo lo veraz posible en tu creación artística es necesario que tengas los menores compromisos y otorgues las menores concesiones.
Cuando leyó su primera novela (Crimen y Castigo), a los 14 años, usted era “víctima de tormentosos análisis autopunitivos”. Eso lo ha escrito usted. ¿Por qué se castigaba?
Es que la religión está basada en el sentimiento de culpa.
¿Pero de qué se sentía culpable?
Me sentía culpable, por ejemplo, de que yo pudiera estudiar y otros no. Y en la pubertad, me sentía culpable del desarrollo de los instintos sexuales.
Pero cuando leyó Crimen y Castigo, usted ha dicho que lo acosaban “terrores nocturnos y era martirizado por insomnios tenaces”.
Usted se ha tomado el trabajo de citarme.
Tengo algunas ojeras por la lectura. ¿Pero a qué se debía el insomnio?
Tiene que ver tal vez con el origen de mi familia. Mi familia fue a vivir a un barrio pobre de Piura. Y en ese barrio mi familia tenía un estatus especial porque mi padre era un padre extraño: tenía aspiraciones por la cultura, compraba libros. Y eso hace que a uno lo miren mal.
¿Por qué?
Porque tus compañeros de edad te veían diferente. Después, la situación de mis padres mejoró y pasé a un barrio de clase media, pero que limitaba con las clases más altas de Piura. Me permitió ver los contrastes. Eso me causó problemas de tipo moral, de tipo psicológico. Yo tenía dificultad para relacionarme con gente de mi edad. Eso me llevó a que me indagara sobre mí mismo, a contarme historias, antes de que conociera la novela.
Cuando conoció la novela, todo calzó.
Todo calzó. Y otra cosa interesante es que mi padre –un hombre tímido también– se formó solo y llegó a tener una pequeña biblioteca.
Una biblioteca que usted no pudo gozar. Su padre la vendió porque uno de sus hijos lidiaba con la muerte. Y, al final, este hijo murió.
Sí, mi padre tuvo que vender la biblioteca. Seguro la malbarató el pobrecito. Y me quedé con la nostalgia por esa biblioteca que no gocé. Pero tenía una tía que curiosamente había leído los libros. Y ella me contaba las historias. Ella me dijo una vez: “No te olvides que la mejor novela que se ha escrito en el mundo es Crimen y Castigo”.
Usted quiso mucho a su tía. Sin embargo, la perdió cuando ella se casó y se fue a vivir a Lima. Y la volvió a perder cuando murió de cáncer sin haber llegado a cumplir siquiera los 30 años.
Y murió por una operación que no debió ser mortal. Era una apendicitis que se convirtió en peritonitis por falta de intervención quirúrgica inmediata. Era una persona muy vivaz, muy imaginativa. A veces, cuando estaba en la cocina, preparaba recetas que leía en los libros. ¿Usted sabía que las tías son muy importantes en la creación literaria en Latinoamérica? Esas tías que no llegan a casarse o que tienen mala fortuna en el amor son grandes conversadoras. Y para mí esa tía fue formidable.
Lo penoso es que no solo perdió a su tía, sino que volvió a perder esa biblioteca que tanta nostalgia le causaba.
Sí, es curioso. Mi padre era un hombre un poco tímido e introvertido. Curiosamente, he sabido cosas de él cuando ya era anciano. Me sorprendió la cantidad de novelas que había leído. Yo nunca he contado este tipo de cosas, pero un día le pregunté a mi papá hasta qué año había estudiado en el colegio. No había estado en ningún grado.
¿Es verdad que usted bebió 18 horas seguidas con Martín Adán?
Es verdad. Uno comete también agresiones contra su cuerpo terribles, ¿no? La Plaza San Martín (donde hoy estamos) estaba llena de bares. Era otra Lima, que entró en crisis en la época de Velasco. El Centro se fue haciendo peligroso. Ahora se han abierto nuevos bares y la gente se está volviendo a encontrar. Hoy el Centro de Lima está bonito.
Martín Adán creía que Lima tenía muy hermosos crepúsculos. “Yo por ejemplo”, decía.
(Ríe) Una vez, en el bar Palermo, un amigo le dijo a Martín Adán: “No estoy de acuerdo con que haya abandonado la prosa por la poesía”. Él se levantó y dijo: “¿Cómo que he abandonado la prosa? Mire cómo camino” (ríe).
Usted ha dicho que ningún suceso en su vida habría tenido importancia de no haber mediado la novela. Dígame, ¿la novela le salvó la vida?
Le dio un total sentido de vida. Yo antes no sabía qué hacer. No era un estudiante brillante, no era deportista, no tenía ansias de poder, tampoco ansias de dinero, todo lo que sirve de estímulo a la persona. Pero cuando leí Crimen y Castigo y Los Perros Hambrientos dije que eso era lo que quería hacer. Y así he organizado mi vida.
Vilma, su ex esposa, fue importante en su vida.
(Se queda mudo varios segundos) Yo quisiera… Para mí es muy doloroso hablar de Vilma.
Lo comprendo. Díganos lo que usted pueda.
Vilma fue una mujer llena de ternura. Eso contrastaba con el camino que ella siguió (Sendero Luminoso). Ella creyó en ese tipo de cosas, al igual que mi hijastro (Carlos Eduardo), a quien yo críe desde muy chico. Yo tuve discrepancias muy fuertes con esa organización, especialmente con la cúpula, pero ambos –para hablar de los míos– no mataron a nadie. Vilma era bondadosa. Por eso la muerte que tuvo me dolió mucho, pero estaba dentro de lo posible. Dentro de ese compromiso, la muerte era posible.
Apenas encuadernaron el primer juego de los tres tomos de ‘La violencia en el tiempo’, usted se los hizo llegar a Vilma, quien ya estaba en el penal de Canto Grande.
Cuando le llevé el libro, ella se emocionó mucho. Sé que ahí sus compañeros creyeron que iba a hacer una novela apologética del movimiento y se sintieron decepcionados. Yo jamás pensé en eso. Además, esta novela terminaba en 1967 o 1968. Sin embargo, Vilma estaba emocionada y me ilusiona un poco que haya tenido en sus manos esta novela.
Vilma murió en la matanza en el penal Castro Castro de 1992.
De alguna manera me venía preparando. Sabía que eso podía pasar. Incluso, pensaba que esos presos cometían un error tratando de desafiar al Estado estando en una ratonera. Ellos creían que eran un estado independiente. Cuando comenzaron las hostilidades fui a las inmediaciones del penal Castro Castro, con la esperanza de que pudiera salir con vida. No fue así. A los siete días descubrí su cadáver en la morgue.
A su hijastro, Carlos Eduardo, le gustaban los Beatles. Lo curioso es que su ídolo no era John Lennon o Paul McCartney. Era Ringo Starr.
Sí. A veces me pongo a pensar qué hubiera sido de la vida de este chico si yo no me hubiera encontrado con Vilma. Recuerdo que este chico se encerraba y hacía de las ollas su batería. Y tocaba muy bien. Tenía oído. Algunos se recluyen leyendo novelas, él se recluía tocando las ollas.
Carlos Eduardo murió en la matanza de El Frontón. ¿Le persigue la culpa por haber aparecido en la vida de Vilma y quizá haber cambiado así el destino de ambos?
No, la culpa no. Al comienzo sentía eso, pero realmente ya eran personas mayores las que tomaron esa decisión. Él siguió determinado camino, pero siempre queda el pensamiento de que si yo no hubiese conocido a su madre, de repente él hubiese terminado sus estudios en el colegio Franco Peruano. Pero así es la vida, ¿no?

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

excelente entrevista. creo que zárate antes estaba en perú21 y después se le perdió el rastro. ojalá siga haciendo este tipo de cosas quizá con verástegui. como decía ribeyro, los escritores se aburren cuando les preguntan siempre lo mismo...

12:49 p.m.  
Blogger Hernan dijo...

Muy buena entrevista, felicitaciones a Zárate, las palabras que logra de Miguel son muy sentidas y sinceras.

Rafael Inocente

10:39 p.m.  

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