viernes, diciembre 31, 2010

A la caza de Jorge Baron Biza

Cuando me obsesiono, no me detengo por nada hasta conseguir aquello que aviva mi curiosidad. Mucho menos cuando esta obsesión llega como un fuerte e intempestivo martillazo en la cabeza.
A lo mejor se deba a las últimas horas de reflexión del 2010, uno realiza su balance de los meses vividos, casi todos rubricados por la intensidad y la generosidad del azar. Y claro, como soy de los que no pueden vivir fuera del mundo de la literatura, fue natural que empezara a recordar los títulos que, por distintas razones, no he leído.
Es así que mientras terminaba una botella de vino el lunes, recordé un comentario –leído en no sé dónde y seguramente hacía ya varios siglos- bastante elogioso de la novela EL DESIERTO Y SU SEMILLA (1998), del narrador argentino Jorge Baron Biza (1942 - 2001).
Estaba seguro de que la había apuntado en algún papelito. E hice algunas llamadas a las librerías preguntando por la publicación, pero nada, no la tenían.
Entonces, me puse a averiguar en la red.
Como me lo esperaba, la novela tenía toda la pinta de ser una coraza, un disfraz de lo que el autor en vida tuvo que enfrentar. Como si la escritura de la novela, que le trajo el reconocimiento inmediato, hubiera sido un testamento y de paso el exorcismo de los innumerables demonios que acarrearon tanto a su familia como a él. Jorge Baron Biza se suicidó en el 2001, arrojándose del décimosegundo piso de un edificio de la ciudad de Córdoba.
Para tratar de entender un poco a este autor, y por ende su novela, debemos avanzar hacia atrás. La figura de su padre es capital. Raúl Baron Biza. Multimillonario, polémico activista político del radical Hipólito Yrigoyen, viajero incansable y escritor de novelas pornográficas. Llevaba una vida signada por los excesos y la extravagancia. Jamás dejó de estar en el ojo de la tormenta. Por ejemplo, su primera esposa, Myriam Stefford, murió en un extraño accidente aéreo en 1931, y hasta hoy en día se rumorea de una posible responsabilidad suya. Este, para despistar a la policía que lo tenía en la mira, mandó construir un obelisco de más de ochenta metros de altura en memoria de ella, conocida también como pionera de la aviación en Latinoamérica.
Pero lo que a todas luces grafica a este sujeto, fue lo que hizo con su segunda mujer, la bellísima Rosa Clotilde Sabattini –referencia incuestionable de la pedagogía argentina-, con la que tuvo tres hijos, el buen Jorge entre ellos… Pues bien, el enlace duró quince años, la pareja se separa en 1950, debido a maltratos, mentiras e infidelidades del sibarita. Cada quien hizo su vida. Pero la presión familiar le exigía a Rosa una separación definitiva, es decir, firmar los papeles de divorcio. Raúl decide, al fin, firmarlos en agosto de 1964. Para ello, invita a Rosa, acompañada de su hijo Jorge, y sus abogados, a su lujoso departamento. La reunión se desarrolló, en teoría, de la manera más natural, no por ello dejaba de percibirse una atmósfera caliente y cargada. Había mucho ánimo contenido, Rosa no veía el momento de ver la firma de Raúl en los benditos papeles.
A eso de las ocho de la noche, Raúl, haciendo honor a su leyenda de hombre de mundo, se pone de pie y comienza a servir whiski.
Pero tenía guardada una sorpresa: le arroja un vaso de ácido a Rosa.
Conmoción.
Los abogados y Jorge la conducen al hospital. Los médicos no pueden hacer mucho por ella: ha quedado desfigurada de por vida, el ácido también le afectó los senos y los brazos. Por su parte, Raúl huye, deambula por las calles casi toda la noche, repasa su vida y regresa a su casa, y decide hacer lo que debió hace ya varias décadas: se recuesta en la cama.
La policía lo encuentró muerto, se había suicidado metiéndose un tiro en la sien.
La novela EL DESIERTO Y SU SEMILLA empieza en el momento en que la mujer es llevada al hospital. El hijo se convierte en testigo de la transformación en calavera del rostro de su madre. A partir de entonces, él se encarga de los cuidados de su progenitora. La empresa por reconstruirla –que duraría años- los lleva a Francia e Italia, pero los galenos que la tratan muy poco pueden hacer. El trauma remueve a su familia. En la ficción como en la vida real, la mujer sigue los pasos del miserable Raúl, pero sin un tiro en la sien, sino lanzándose de la ventana del departamento en donde se originó su desgracia. Tiempo después, la posta suicida la tomaría la hija.
Como puede colegirse, la novela, poco o nada tiene de ficción, aunque así lo sea. Es de esos libros escritos sin clave, abiertos a una sola interpretación: la de la salvación por medio de una escritura que cure el alma, entregándolo todo.
Definitivamente, es la novela que sí o sí leeré en las próximas semanas. Y espero poder dar más luces de ella.

3 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

No hay recuento de fin de año, mi estimado?

11:50 a.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

Ahora estoy de viaje, pero para fines de la próxima semana postearé mi recuento
Saludos
G

2:44 p.m.  
Blogger Hernan dijo...

Sumamente interesante el argumento, más todavía si se sabe que Barón asumió la escritura como tabla de salvación ante una historia familiar monstruosa.

Te sugiero "La importancia de llamarse Daniel Santos".

Rafael Inocente

8:56 a.m.  

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