lunes, enero 24, 2011

Entrevista: Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen

(Entrevista publicada en Proyecto Patrimonio. Letras.s5.com)

“Nos propusimos, más que un libro multigenérico, un libro que sea divertido”

Una de las publicaciones más esperadas del 2010 fue POESÍA EN ROCK. UNA HISTORIA ORAL. PERÚ 1966-1991 (Altazor), de Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen. Libro polémico, pero sumamente necesario para afianzar convicciones.

Gabriel Ruiz Ortega

Por el título de la publicación, como que el libro estaba destinado a ser escrito por ustedes. Es decir, no pocos saben que son conocedores del rock y atentos lectores de poesía peruana.
Ambos somos fanáticos de ambas artes, aunque en distinto grado. Al comienzo de la investigación leíamos a poetas como Verástegui, Málaga, Santiváñez, que en nuestro imaginario habitaban un limbo entre la poesía y el rock. En nuestras conversaciones hablábamos por igual de ambas e intercalábamos sus referentes intentando crear una especie de red narrativa que lo contuviera todo, o lo más sustancioso del asunto, por lo menos. Por eso el libro está construido utilizando gran cantidad de información, con el objetivo de que el lector no iniciado no se pierda nada de lo que fue esa época, tanto poética como social y políticamente. Claro, sabemos que nos faltan varios datos, medianos y menores, para que esta historia esté de verdad completa. Por eso en las siguientes ediciones nos reservamos el derecho de ampliarla.
En la dedicatoria, se consigna que el punto de partida fue el verano del 2000. Digamos que en ese contexto el libro nació como idea; y si no me equivoco, tú, Carlos, te fuiste a vivir a España. Entonces tenemos presente el factor de la distancia. ¿Cómo trabajaron?
Me fui a vivir a España y prácticamente corté todos los vínculos con el Perú. En el 2006 presenté una ponencia sobre rock y poesía en un congreso de poesía peruana en Madrid. José Carlos me ayudó mandándome ingente información consistente en recortes periodísticos, raros poemarios y antologías de la época, que me sirvieron de mucho para terminar mi ponencia. Seis meses después conversamos por teléfono, una mañana de sábado de febrero del 2007, y alguno de los dos planteó la idea de escribir un libro en base a lo que había leído en aquel congreso. Comenzamos comunicándonos varios días a la semana, mediante el mail y el skype, elaborando la estrategia del libro (que cambiaría a medida que este iba avanzando). Fuimos haciendo también las entrevistas necesarias, según nuestras posibilidades; por ejemplo, Carlos interceptó en España a Oscar Málaga y lo sometió a un meticuloso interrogatorio; José Carlos visitó el departamento de Jorge Pimentel durante dos largas jornadas preguntándole su versión de los hechos. En octubre del 2008, ya con Carlos en Lima, entrevistamos juntos a Jáuregui, Verástegui, los falsos primos Mendizábal y a Tulio Mora, además de otras fuentes que aparecen en los agradecimientos del libro. El magma del libro fue escrito de junio 2008 a enero 2009, y corregimos y aumentamos durante año y medio, cotejando testimonios de poetas que nos íbamos encontrando en el camino. Cada dato nuevo, cada contradicción, aumentaban geométricamente los pies de página con el paso de los meses. Además consultamos casi un centenar de libros, decenas de estudios críticos, muchas revistas, todas las antologías disponibles y en algún caso citamos a la mesa de un bar a un poeta del que teníamos como referencia un texto presuntamente rockero al cual nos era imposible acceder. Buscamos en el fichero virtual de la Biblioteca Nacional libros desconocidos que podían servirnos, la mayoría de veces sin mucha fortuna. La carnecita de la información la encontramos en los archivos personales de los mismos poetas; Pimentel guardaba incluso algunos volantes de los recitales, además de la mayoría de manifiestos de Hora Zero (nadie tiene la colección completa). Y ahora que hemos publicado el libro, nos hemos topado con más información, más sucesos, más contradicciones, que, si hubiéramos seguido escribiéndolo, hubieran aumentado al menos veinte páginas más al texto original.
El libro he tratado de ubicarlo en un género, mas no he podido. Y es allí donde creo encuentro su riqueza, ya que es un cacerola de géneros, tenemos mucho de ensayo, algo de teoría, testimonios y relatos con sabor a crónica.
Es verdad, es un montaje de textos de diversa índole, que más que un amplio fresco recuerda más al collage, al patchwork. Seríamos hipócritas si no reconociéramos que nuestra referencia principal fue Por favor mátame, de Legs McNeil y Gillian McCain, además de Algo muy divertido que jamás volveré a hacer, de David Foster Wallace, porque esta es una historia oral en la que nosotros también participamos, a través del pie de página. En realidad nunca nos planteamos que este fuera un libro multigenérico: lo que pasa es que quisimos completar las partes de una escena muy compleja y llena de contradicciones, historias oficiales, leyendas urbanas y autocensura que ha ocultado o deformado la verdad, aquella que nunca sabremos. Esto lo sabíamos desde un comienzo, y por eso dejamos hablar a los protagonistas principales que siguen vivos (En ese sentido seguimos creyendo que sin Juan Ramírez Ruiz este libro queda incompleto) para que concordaran, se contradijeran y se desdijeran entre ellos, con total libertad e impunidad. Intentamos, sí, obviar toda referencia a la vida privada de los protagonistas: si el libro hubiera sido escrito sin este filtro, hubiera resultado impublicable. Otra cosa que quisimos fue armar una suerte de libro paralelo mediante las notas a pie de página, aprovechando este recurso para sembrar la narración principal de atingencias, opiniones muy personales, auténticas boutades que encontrábamos divertidas a la hora de discutir ciertos aspectos de algún episodio… nos propusimos, más que un libro multigenérico, un libro que sea divertido, directo, incluso muy subjetivo en sus juicios como lo eran los poetas con sus testimonios. La moraleja de esto es que nos hemos esforzado por no presentar una verdad única e indiscutible, una historia oficial, y sobre todo, en no tomarnos en serio a nosotros mismos: creemos que eso es a veces necesario para no ser tan solemnes con la poesía peruana, que últimamente ha perdido el sentido del humor del que gozó durante tanto tiempo.
Justo en los pie de página. Hay dos que me son de antología. A lo mejor se me escapan algunos más. Sin embargo, la semblanza que hacen de Juan Ojeda es por decir lo menos, alucinante. Como si fuera el punto de partida para una novela. El otro es, indefectiblemente, desgarrador. Me refiero al testimonio de Manuel Aguirre.
En casos concretos hemos escrito algunas de las notas con el objetivo de divagar un poco sobre ciertos personajes o situaciones que derivan de la historia principal, procurando que el lector no iniciado sepa de quién o de qué estamos hablando. La vida de Ojeda es quizá la más rockera de todas, aunque él no escuchaba rock (solo escuchaba música clásica) y aunque no paraba tanto con los grupos vimos necesario hacer una breve relación de su carrera vital y poética. El testimonio de Aguirre era el de un solitario con talento en pleno apogeo de los grupos poéticos. Era el único militar en un medio repleto de militantes. Por eso nos fue muy difícil decidir el lugar donde poner su declaración, y resolvimos hacerla un larguísimo pie de página en medio del libro, casi como una caja china. Es un juego, porque si te das cuenta al más insular de todos lo hemos puesto en el mismo centro.
En la introducción señalan que el centro de eclosión de esta historia urbana es Poemas Underwood de Martín Adán. Entre otras cosas, Adán dejaba sentada una actitud para con la poesía, que yacía en que las ganas de vivir eran más que las actitudes señoriales de la poesía. O sea, este texto de Adán fue un pionero de lo que varias décadas después sería la manera de asumir la poesía.
Poemas Underwood está escrito en versículos, no con verso medido y anuncia el verso libre, coloquial y confesional que se pondría en boga varias décadas después, opción que vino para quedarse hasta hoy. Como la poesía conversacional popular, su escenario es urbano y su espíritu libertario y expansivo. La juventud como la edad de lo confrontacional es otro elemento que Poemas Underwood comparte con la obra de los poetas analizados en el libro. Este texto de Martín Adán, en suma, es el primer poema rock, con actitud punk, de nuestra tradición poética.
También dicen que en la historia de la poesía peruana hemos tenido solamente tres generaciones, y que el resto han sido y son promociones. La última promoción sería la conformada por los poetas del setenta. Definitivamente es una toma de posición que no gustará a muchos. Como que la etiqueta “Promoción” fuera una suerte de carné de identidad.
En primer lugar, tenemos que recordar que esta percepción de las tres promociones no la vendemos como una verdad absoluta –como no vendemos ninguna de nuestras aseveraciones como dogmas, sino como acercamientos, opiniones y apreciaciones. No son las nuevas circunscripciones del canon poético, que tienen derecho a cierta cantidad de escaños en el parnaso (porque en el fondo es así como muchos poetas ven estas divisiones teóricas), sino un mapa mental para introducirnos a la realidad del libro. Es una herramienta metodológica que nos ha servido para enhebrar narrativamente el texto, poblado en gran parte por poetas con una estética similar y de referentes comunes. Este ciclo poético, lleno de matices, afinidades, continuaciones y cismas, duró veinticinco años. Si a otro investigador le funciona el esquema de las generaciones por década no habría una contradicción, sino un esquema distinto para una misma coyuntura más o menos reconocida y aceptada. En segundo lugar, existe un mito muy difundido que afirma que la obra de cada poeta particular está signada por el devenir de sus coetáneos, lo cual es bastante discutible, dado que las propuestas poéticas de nuestros protagonistas, más allá de compartir el aliento conversacional y todas las características que este implica, han escrito obras muy distintas entre sí, incluyendo las del grupo más disciplinado, Hora Zero.
El hecho de situar su trabajo a partir de 1966 puede ser tomado como una negación de los discursos poéticos signados por el hálito del rock, desarrollados en, por ejemplo, los inicios de los sesenta.
Hemos tomado como punto de partida la fundación de la revista Estación Reunida porque se trata de la primera agrupación de poetas con afinidades auténticamente rockeras, con una actitud que combinaba el aliento pre rockero de Hernández y Cisneros (más las consabidas influencias directas beatniks y poundianas) con una actitud menos cosmopolita y más cercana a la calle. No te olvides que en 1966-1967 Manuel Morales escribe Poemas de entrecasa, el libro fundacional de esta vertiente, y que marca una forma de poetizar absolutamente distinta a la anterior. Esa es la época que hemos querido narrar, que no niega a la anterior, sino que tiene características distintas, más contestatarias, más impúdicas, más violentas, es decir, más rock and roll. El rock que practican los poetas que aparecieron en Los nuevos es hippie; lo que viene después es punk. ¿Harías un libro presentando ambas historias como una sola? Incluso te diremos que los poetas early 60’s profundizaron más en la sicodelia que los poetas del setenta, como es el caso de Chirinos Cúneo, Rodolfo Hinostroza y Mirko Lauer, pero es otra corriente, que prefigura la que nosotros contamos, y luego se desarrolla por ámbitos distintos. Lo que sí tenemos claro es que los aportes de los sesentas fueron decisivos para que los poetas del setenta pudieran desarrollar una obra acorde a sus necesidades, y que para negar ese aporte es necesaria una ceguera, voluntaria o no. Entre nuestros proyectos está justamente hacer un libro sobre esa historia entrevistando a cuatro poetas de los primeros sesentas, pero sería un libro aparte, distinto, más situado en Londres y en Barcelona que en la Plaza San Martín o el Wony.
Cuando dan paso a los testimonios de los poetas, es el de Roger Santiváñez el que marca la pauta, ya que estuvo, de alguna manera, en todos los grupos poéticos que encontramos en Poesía en Rock.
Roger estuvo en La Sagrada Familia, Hora Zero segunda etapa y luego en Kloaka, colectivo del que fue líder. Su relación con los grupos poéticos fue muy temprana. Tenía dieciocho años cuando viajó de su natal Piura a Lima para estudiar Literatura en San Marcos. Pero en lugar de prepararse para postular se dedicó a deambular por el Centro de Lima intentando encontrar a los Hora Zero (los había leído en Estos 13), justo cuando estos se encontraban en pleno interregno entre la primera y la segunda etapa. Roger pertenece, propiamente, a la promoción del 75, por lo que sus coetáneos son los de La Sagrada Familia, colectivo en el que milita durante toda su duración. Luego se va a Hora Zero segunda etapa y al final, por fin, funda su propio grupo. Roger, en definitiva, ha sido testigo de todo. Si a esto sumamos su memoria prodigiosa (pese a su bohemia radical), se convierte en la fuente ideal para escribir un libro como este. Narrativamente, además, es una presencia constante, una especie de hilo conductor que enhebra casi todas las etapas desarrolladas en el libro. Más allá de sus indudables cualidades como poeta, es esta condición de testigo privilegiado lo que convierte sus testimonios en una especie de columna vertebral.


Ahora, algo que me pareció más que interesante, fue el testimonio de José Rosas Ribeyro. Específicamente cuando relata la forma cómo Enrique Verástegui conoce a Octavio Paz; a partir de ese encuentro Roberto Bolaño no perdonará jamás a Verástegui, al punto que se burla de él en Los detectives salvajes.
Rosas es un tipo muy chispeante, muy gracioso, además de un estimable narrador oral. Si tuviéramos un poco menos de escrúpulos, habríamos repletado el libro de decenas de anécdotas impropias sobre poetas que Rosas nos contaba con mucho humor. Creemos que la anécdota de Verástegui con Paz reviste mucho interés literario –el encuentro del mandarín intelectual mexicano con la jovencísima promesa poética peruana- y de por sí es entretenidísima, nos reímos mucho escribiéndola, intentando que no se perdiera la carga humana, absurda, del incidente. En general Verástegui es uno de los grandes personajes del libro, nuestra entrevista con él distó de ser fácil pero nos dio algunas claves que fueron muy útiles para entender la historia de Hora Zero en toda su magnitud. En cuanto a que si Verástegui no ha perdonado a Bolaño, es verdad. En la entrevista que nos concedió aprovechó para llamar al narrador chileno (y en general a todo el infrarrealismo) “la cloaca de México”, además de otros calificativos.
Cuando leí las páginas sobre el duelo poético entre Pimentel y Cisneros, me vino a la mente la conocida frase “es preferible creer en la leyenda que en la realidad”, algo así. Si no me equivoco, es la primera vez que tenemos –en libro- la versión de este asunto por parte del autor de Como higuera en un campo de golf.
Cisneros, sin participar en los testimonios, es quizá uno de los personajes más ubicuos del libro: prácticamente todos lo mencionan o como amigo o como influencia o como enemigo, pero siempre está. Le preguntamos sobre el duelo poético y respondió lo que sale en el libro, nada más. Sin embargo su breve intervención es interesante, porque es el único paréntesis cuestionador al tono épico de la historia de Hora Zero relatada en el libro, la única impugnación al discurso de los miembros del Movimiento.
Algo me dice que al momento de ordenar los testimonios, se divirtieron mucho con los de Jorge Pimentel y Eloy Jáuregui. Con este libro se gradúan de excelentes narradores orales.
Y son narradores muy distintos uno del otro. Pimentel está más cerca de la épica y Jáuregui de la picaresca. A éste último bastaba escucharlo en Panorama, cuando hacía la voz en off en los reportajes, para darse cuenta de lo ingenioso que podía ser su discurso. Todo esto por no hablar de su faceta como cronista, llena de juegos de lenguaje y sentido del humor. A veces uno termina creyendo que el mejor barroco de Jáuregui no se encuentra en sus poemas –que tiene varios muy buenos- sino en sus crónicas. Lo entrevistamos en la cafetería de profesores de la Universidad de Lima, en los altos de un edificio desde donde podía contemplarse La Molina. Estaba completamente sobrio y fue quizás uno de los testigos más honestos, uno de los que menos quiso preservar una historia oficial, y por eso las contradicciones entre su versión y las demás, contradicciones que enriquecen muchísimo el libro, en realidad. En cuanto a Pimentel, debemos consignar que ésta es una de las escasas entrevistas que ha concedido en varios años, y fue muy generoso con su tiempo, como ya dijimos. En la conversación prácticamente se le dio rienda suelta para que se explayara. Y no nos equivocamos al quitarle los frenos pues su discurso oral era arrollador y lleno de recursos literarios.
De hecho, es el Movimiento Hora Zero el que más prestancia tiene en la publicación. Fueron los que llevaron a los extremos la actitud del rock en la escritura poética. Hoy en día, el movimiento no tiene los fuegos de antaño. La juventud no es eterna.
Para juzgar a Hora Zero hoy, debemos considerar una realidad que a veces parece no tomarse en cuenta: el Movimiento como tal ya no existe como organismo vivo y activo hace muchísimo tiempo: lo que queda es un legado importante –muy importante-, varios libros excelentes, una actitud que hace treinta años era justa y necesaria para, parafraseando a Velasco, romperle de un golpe el espinazo a la oligarquía literaria. La primera etapa (1970-1973) es sin duda la mejor literaria y teóricamente, la más consistente y la más justificable históricamente. Juan Ramírez Ruiz nos parece un componente imprescindible, y creemos que ese “fuego de antaño” que pareces extrañar (y que nosotros también extrañamos) se debía también en parte a él. Hablar de este tema, lo reconocemos, es espinoso porque sabemos que hay cierta gente que considera que el Hora Zero de la segunda etapa traicionó los ideales de la primera y por lo tanto Juan Ramírez era el único puro de ellos, el verdadero horazeriano, mientras que hay otra que considera que el único Hora Zero es el que alguna vez lideraron Pimentel y Mora. La verdad es que nos sentimos ajenos a estas disputas, que nos parecen totalmente inútiles; también nos parecen inútiles algunas voces que intentan quitarle todo mérito histórico y literario a Hora Zero y de ese modo otorgárselo a una generación posterior para conseguir más escaños en el parnaso mental de nuestros críticos y estudiosos. En general, es irritante que los debates de poesía en el Perú no puedan avanzar ni llegar a buen puerto porque no son debates, sino confrontaciones de grupos (o membretes, más bien, porque ya no existen los grupos poéticos en sí) que no se conceden un ápice entre ellos y que intentan imponer una verdad única sobre los demás. Se discuten cosas intrascendentes, a veces apertrechándose de argumentos que pueden ser válidos o no, pero el objeto de fondo suelen ser minucias al fin y al cabo: que por qué no se puso en tal antología a este, que si Jorge Pimentel escribió o no escribió Palabras urgentes junto a Juan Ramírez Ruiz, que por qué se hizo determinada encuesta preguntándole a tal y no cual. La verdad, con una poesía peruana como la actual, -la que va a tomar el relevo, la del 2000 y la que se prefigura- que francamente se cae a pedazos, da que pensar ver como en vez de atender temas más importantes e inmediatos, desde hace treinta años la discusión y los calificativos y la animadversión sean los mismos.
Un alto a la entrevista. Acaban de hacer alusión a “por qué se hizo determinada encuesta preguntándole a tal y no cuál”. Se refieren a la encuesta sobre una antología consultada, cuyos resultados han generado cierta polémica en el ambiente poético limeño.
Mira, no creemos mucho en las encuestas poéticas (aunque participamos en esta porque, la verdad, siempre es bueno poder expresar nuestros cánones individuales y cotejarlos con los de los demás, aunque eso no contenga ninguna valoración absoluta, ni mucho menos), y en realidad consideramos que esta en particular se pudo hacer mejor; se pudo tomar cierta distancia para evitar las suspicacias en los resultados, por ejemplo, o categorizar y delimitar adecuadamente el universo de encuestados. Pero nos parece que pudo haber un debate de verdad en torno a esta propuesta y eso no ha sucedido. Las encuestas no van a canonizar a nadie nunca, la cosa es más compleja, mucho más larga y menos coyuntural.
Extraña, sí, que el legado no haya seguido después, ni por asomo en los poetas que conforman las promociones.
En cuanto a si las nuevas generaciones han recogido o no el legado horazeriano, de hecho que desde el 75 para adelante muchos poetas de valía han recibido su influencia desde el punto de vista poético, con notables resultados en varios casos. Si la pregunta va por si es que los nuevos poetas deben seguir el legado contestatario de Hora Zero, diríamos que todo tiene su época, que imitar ese accionar a estas alturas no solo es redundante sino ineficaz, y que ahora el debate debe estar signado por la firmeza, el respeto y la capacidad de dialogar con nuestros adversarios ideológicos sin asesinarlos literariamente en el camino.
Mientras leía los testimonios del los poetas del grupo Kloaka, tenía la sensación de que la toma de posición ideológica se convertía en medular, al punto que aquello terminó transformando poéticas. Ellos vivieron en carne propia los años duros de la violencia política, ya sea por parte de Sendero Luminoso y la ineficacia del estado que no actuaba con firmeza.
Los ochenta fueron la peor época en la historia del Perú desde la Guerra con Chile. A veces uno olvida que ser joven durante aquellos años era lo peor que le podía suceder a alguien, más aún a un poeta. La violencia influyó en la poética haciéndola más radical. Por eso el paso del lenguaje callejero, en los setenta, al lenguaje lumpen, en los ochenta: este paso fue coherente con la degradación social, material y política del país en aquellos años. Sin embargo, la relación entre poesía y revolución es algo patente desde siempre. Está en Vallejo, por darte el ejemplo más obvio. No creemos que esto sea algo privativo de Kloaka, sino que más bien Kloaka lo asume como una de sus banderas principales, reivindicando una tradición que reconocen y rescatan (pues el parricidio de Kloaka siempre fue más moderado e inconsistente que el de Hora Zero). Simplemente adoptó el signo de los tiempos, pues: exigían una toma de posición más clara en una época urgente.
Santiváñez, aparte de ser el más destacado de Kloaka, fue, digamos, también el más radical.
Santiváñez, creemos, es tan politizado como todos los otros, y que incluso su politización fue más larga, radical y compleja.
En el capítulo final, muestran un panorama muy desalentador de la literatura peruana en general. Y, en parte, ello se debió a la política económica llevada a cabo por el gobierno de Fujimori a inicios de los 90, al que se suma un generalizado espíritu de desconcierto, lo que hizo que todas las manifestaciones artísticas cayeran en un páramo, la poesía incluida.
¿Damos un panorama muy desalentador? Creemos que en realidad hemos sido mesurados a la hora de interpretar nuestros últimos veinte años, pero a la vez no vendemos humo diciendo que nos encontramos en un momento de auge y de consolidación de varias poéticas, como sucedía de verdad en los sesentas y setentas. Cuando leemos en la prensa a los reseñadores afirmar que nuestra poesía está en un gran momento, se nos viene a la mente las carátulas de las revistas argentinas, afectadas por la censura, en la época de la guerra de las Malvinas: “estamos ganando” decían, mientras en el frente los hacían añicos. La corriente conversacional hegemónica –no la poesía conversacional en sí, sino las poéticas conversacionales que la conforman en nuestro imaginario-, extenuada, agotada, ya dio lo mejor de sí, y si bien puede dar muy buenos libros a estas alturas, ya todo va sonando igual y diciendo las mismas cosas, con variaciones muy discretas, que en los años pretéritos. Las otras corrientes, como el último neobarroco, por ejemplo, han dado resultados muy discutibles todavía, con excepciones claras, pero son aportes insuficientes todavía como para quitarnos la impresión de que todavía tenemos un gran espacio absolutamente en decadencia frente a ramas marginales en estado rudimentario. Esa es la poesía peruana hoy. Hay algunos poetas interesantes, sin duda, muy buenos, también, pero no podemos hablar de que en los últimos diez años su número sobrepase los dedos de una mano, siendo algunos bastante epigonales de los poetas conversacionales de los sesenta y setenta. Aquí también existen los amiguismos, reacomodos y capillas que imposibilitan un diálogo, una estructura visible de lo que se está haciendo, de qué es resaltable y qué no. Volvemos al problema de las verdades únicas, del establecer un canon más basado en cuestiones políticas que en un análisis cualitativo. Debemos desviar la cuestión sobre la poesía peruana de una vez hacia asuntos más sensatos que quién es el que debe estar o quien no en el canon. Quizá de esta manera podamos comenzar a darle un sentido nuevo a la discusión sobre nuestra poesía y hacer menos irrespirable el ambiente de estos últimos dos lustros.
La lucha de poderes siempre ha estado presente, pero durante el fujimorato esta cambió de atuendos. Y la lucha por el poder cultural no pudo ser ajena. Hablan de un grupo de escritores vinculados a una derecha conservadora y un círculo de izquierdistas progresistas vinculados a la academia americana.
Hay varios factores a tener en cuenta. En primer lugar, de los setenta a los ochenta hay casi un monopolio de la izquierda sobre la cultura. La excepción es, claro, MVLL a partir del caso Padilla. La caída del socialismo a partir de 1989 cambia el panorama. Ya en los noventa, con la estabilidad económica llegan las multinacionales (Norma y Santillana) al Perú. Además, la globalización entra definitivamente al mercado cultural. Es así que se fomenta una literatura de consumo, hedonista y tranquilizadora de conciencias. Paralelamente, hay un sector de la izquierda que permanece inalterable en sus postulados. Aquí están los viejos representantes del Grupo Narración, que regresan con obras mayores, pero que no alcanzan la internacionalización, quizás porque sus libros son más herméticos (y por lo tanto menos comerciales) o porque su discurso es profundamente cuestionador. En cuanto a la izquierda académica, recordemos que las universidades de Estados Unidos tienen una clara tendencia izquierdista y que la avalancha de estudiantes peruanos a estos centros de estudios comienza en los ochenta. Por otro lado, es casi una verdad de Perogrullo que los intelectuales de derecha en este país van a hacer una literatura dirigida al mercado y los de la izquierda van a hacer una reivindicatoria. Si fueses editor de una multinacional, ¿a quién publicarías?


1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

hola, saludo la entrevista. buenos y atrevidos comentarios, felicitaciones por el libro.

11:53 p.m.  

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