viernes, febrero 25, 2011

La ópera de los fantasmas, el blog dedicado a Jorge Salazar

No tuve la oportunidad de conocer personalmente a Jorge Salazar. Pero sí me he topado con sus libros más de una vez.
Gran narrador y excelente cronista.
Los que lo conocieron aseguran que no solo fue un eximio cocinero, sino también un mujeriego arrollador. Pero lo más importante: una buena persona.
JS, a mi juicio, fue un escritor subvalorado. Necesitamos leerlo aún más. Volver a sus páginas y discutir de lo tanto que nos ha entregado con LA ÓPERA DE LOS FANTASMAS y LA MEDIANOCHE DEL JAPONÉS, por ejemplo.
Por esta razón, invito a los lectores a darse una vuelta por el blog La ópera de los fantasmas, el cual tiene como objetivo recopilar toda la información que aparezca sobre su obra.

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Escritor, cocinero en un barco de guerra, bailador de flamenco y danza moderna, viajero, actor de cine, fútbolista, hípico con suerte, historiador, revolucionario, psicoanalista, profesor y periodista múltiple. Suriel Oswaldo Salazar, nació en Lima, el 27 de setiembre de 1940. Desde pequeño brilló por su inteligencia y por eso lo llamaron de cariño: "Coquito". Era un niño callado, traquilo y observador, así lo recuerda su tía Lidia. Únicamente hablaba con su abuela Germana. Solo, aprendió a leer y escribir; cuando tenía tres años.
Estudió los primeros años de la primaria en el Colegio Agustino Santa Rosa de Chosica para luego pasar al entonces exclusivo Colegio Anglo Peruano de donde emigró para concluir la secundaria en Inglaterra a los 15 años de edad. Desde ese tiempo vivió, estudió y trabajó en Londres.
Con su compañía de Danza viajó por Francia, España, Alemania y Estados Unidos; allí, en su hotel conoce a Hilda Gadea. Brillante como fue desde chico, Salazar sorprende a la esposa del Che Guevara y ella lo invita a Cuba. Llega a la isla en plena celebración del triunfo de la revolución cubana. Salazar luego de esa experiencia decide regresar al Perú e ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
"Lo conocí cuando ingresé a San Marcos. 1962. Fue uno de los primeros comunistas que conocí personalmente. Fue nuestro responsable en nuestros Círculos de la Juventud Comunista en la Facultad de Letras. Recuerdo el grupo de adolescentes: Darío Rubio, Azparrent, Delgado, García-Godos, Luis Ojeda, María Tello, Edmundo Murrugarra entre otros, en larguísimas reuniones para estudiar, discutir, organizar, conspirar, soñar con la revolución y el socialismo. Coco, siempre impaciente y apurado, mirando a los lados, como esperando permanentemente algo o a alguien. Hablando como quien da sentencias, casi entre susurros, como convenía a un buen conspirador; actuando, en un informe o en un análisis, como un experto mecánico desmontando una máquina, sin olvidar ninguna pieza suelta esencial o secundaria.
Con un eterno cigarrillo quemándole los dedos. Con ternos casi extravagantes por su tremenda estrechez, que lo hacían más flaco (y lo era bastante), de colores no muy usuales, una delgadísima corbata (se podía creer que Jorge había dividido una corbata en dos). Los zapatos siempre bien lustrados, brillantes, enormes. Justamente por eso dejó de ser para nosotros “Coco”. Lo bautizamos como “El Barón Dandy”. El camarada “Barón Dandy”.
Nos sorprendía siempre con sus conocimientos. No había hecho político, nacional o universitario que no conociera lo suficiente para exponerlo, explicarlo y argumentar a favor o en contra. Y cómo bailaban sus ojos cuando se apasionaba en sus intervenciones o conversaciones. Se atropellaba a veces al hablar. Tal era el cúmulo de datos y detalles que quería comunicar, que no parecía suficiente la velocidad de su verbo" recuerda el ex Diputado por Izquierda Unida, Rolando Breña Pantoja.
"A mediados de la década de los sesenta, caminando una tarde por la Gran Vía de Madrid, conocí a Jorge Salazar. Yo iba tras mis sueños de torero, él era un exiliado político pues había pertenecido a la juventud rebelde de los guerrilleros de aquel entonces. Desde el primer momento existió una empatía entre ambos. Recuerdo que conversamos largamente hasta el anochecer, sentados en la cafetería Manila de la esquina Gran Vía y la plazuela Callao. Hablamos de todo, del Perú, especialmente de literatura; dentro de la conversación yo le dije: “Me gustaría escribir sobre el septuple asesinato de Mamoru Shimizu”. Jorge me respondió como un resorte: “Carajo, no te metas con eso, que yo llevo cinco años investigando el caso”. Veinticinco años después, cuando Jorge tuvo el gesto de invitarme para que yo sea uno de los presentadores de ese libro junto con el prestigioso psicoanalista Max Hernández, en una casona de Barranco. Yo conté esta anécdota para corroborar que verdaderamente Jorge Salazar había venido trabajando ese libro por más de 25 años.
A Jorge Salazar sus amigos cariñosamente le dicen Coco, pero en España los peruanos que trabajamos con él haciendo películas de cine, le decíamos Camborio, en alusión a ese personaje gitano creado por el prodigioso poeta Federico García Lorca. Yo creo que a Jorge le va más exacto eso de Camborio, porque él tiene una cara especial, en el fondo de su mirada brilla la fiebre trágica de los gitanos; de tez oscura como los gitanos de verde luna, acostumbrado a convivir con la muerte y escarbando ese misterio para tratar de comprender la vida. ¡Ese es mi amigo Camborio, gitano de verde luna!", rememora el periodista Ricardo Mitsuya, amigo entrañable hasta los últimos días.
En 1969, Salazar publicó el ensayo Una visión del Perú con el que ganó el premio De Gius de los Países Bajos. Y en 1979, publica Piensan que estamos muertos, escrita al alimón con Alaín Elías, el guerrillero que estuvo en la misma balsa que el poeta Javier Heraud cuando fue acribillado por el ejército. En 1980, Salazar ganó el Premio Casa de las Américas por su novela La ópera de los fantasmas.
"Cuando el año de 1980, después del interregno del gobierno militar, se devolvieron los diarios de circulación nacional a sus propietarios, en Expreso volvimos a empezar con mucho entusiasmo y pocos columnistas. Coco Salazar fue uno de ellos. Semanalmente, puntual, empezó a publicar en la página editorial una medida columna: Punto y Coma. Tan sólo tres sabrosas carillas que no pretendían descubrir y menos teorizar sobre el inagotable y fascinante mundo de los sabores y olores culinarios, sino que se recreaban con la sal, pimienta y facundia criollas. No era una ciencia de oídas sino de vividas. De sus largos y despaciosos vagabundeos por la vieja Europa, de su época de desmañado estudiante londinense. De su trashumancia por las islas griegas, de sus correrías por los zocos de Constantinopla, los bazares de la costa africana y las tascas y colmados españoles. Correrías en las que sobrevivió en unos casos y en otros vivió muy bien, gracias a sus trabajos golondrinos de enterado guía turístico, de escritor y traductor a destajo, en algún caso de bailarín gitano –esto lo puede confirmar y reafirmar Max Hernández– y en las más de las veces como un eximio y buscado cocinero.
Pionero, en Punto y Coma, Salazar empezó, pues, algo que con el correr de los años ha cobrado la importancia que hoy tiene, La Cocina, con mayúsculas", señala Ismael Pinto, hoy Mimbro de la Academia Peruana de la Lengua.
Salazar trabajó en casi todos los diarios del Perú, pasó por El Comercio, La República, La Crónica y Expreso. Fue editor de la revista Caretas y columnista del semanario Dier Spiegel de Alemania y en Cambio 16 de España. Escribió sobre teatro y literatura, Historia, gastronomía, fútbol y se abocó a la política internacional cuando hacerlo no implicaba a internet. Fue también –con el caso Poggi– el primer periodista del mundo en cubrir un asesinato antes de que sucediese. En 1987 Salazar publicó Poggi: la verdad del caso.
"Por los años ochenta Jorge Salazar lucía su impresionante levedad sobre una mesa circular de madera, cubierta acomedidamente por el clásico mantel a cuadros, en el antiguo café El Koala de la calle Camaná, aferrado a un cigarrillo encendido y con un lapicero sobre un papel en blanco. Ningún escritor podía haber sido más delgado ni tener esos ojos que disparaban como mortales pistoletazos. Por entonces era periodista de la revista Caretas pero El Koala era su verdadero centro de trabajo. Allí atendía a sus invitados y daba vueltas sobre la crónica que le tocaba escribir cada semana.
Sin embargo, Coco era apreciado por sus amigos no solo por su charla vertiginosa, donde acumulaba homicidios y otras defunciones, cuando no las pormenorizadas hazañas de sus viajes, sino porque era un cocinero exquisito y un amante obsesivo del fútbol, sobre el cual disertaba con pasión y sapiencia. Pero lo que desconcertaba a sus amigos, que se diluían en envidias de todos los calibres (seamos sinceros), era su facilidad para enamorar a mujeres bellísimas", cuenta el poeta y periodista Enrique Sánchez Hernani.
En 1992, después de 25 años de investigación del caso, publicó su novela La medianoche del japonés, reeditada en 1996 por la Universidad de San Martín de Porres.
Jorge Salazar fue el primer catedrático de gastronomía en el Perú. En 1995 editó, compiló y es uno de los autores del libro La Academia en la Olla. Fue representante del Perú en el gran simposio internacional realizado en España para celebrar el V Centenario del Descubrimiento de América: Canarias, en la ruta de los Alimentos.
En el 2004 publicó el libro Crónicas Gastronómicas que ganó el Gourmand World Cookbook Awards 2005 como mejor libro de Literatura Gastronómica en Latinoamérica.
"Lo admirable es que, con todo lo que sabe de comida, Jorge Salazar come poco. Su deleite y ritual gastronómico se inicia con una honda contemplación del plato, en busca de la genealogía e historia que lo hace apetecible. Al iniciarse esta pesquisa –digamos, a partir de una pizca de tausí apenas percibible sobre un ala de pichón– vertiginosamente se sumerge en los miles de años que puedan haber detrás de algún suceso histórico que tuviera dicho alimento como marco digestivo de fondo, que al entendimiento y argumentación de Salazar se hace protagonista principal por encima del hecho mismo. Cuando esto sucede y sucede siempre, el restaurante, el chifita de barrio, la modesta mesa de cocina –no importa el lugar–, se ve honrada por la presencia de ilustres espontáneos que nadie, salvo Salazar, podría invitar: faraones egipcios de paladar eterno, esclavos persas de papilas liberadas, algún apóstol goloso, o un guillotinado aristócrata francés, cabeza en mano, en busca de la mayonesa perfecta. Acudirán puntuales como el hambre. No me consta que esto suceda cuando Salazar come solo. Aunque dudo que alguna vez coma solo. En un país dolorosamente hambriento como el nuestro, en que el conocimiento gastronómico pasa por elitismo culturoso, moda de bolsillo caro, falso lujo del que recién aprende a comer sentado; para Salazar, y esto es aún más admirable, compartir una mesa es el mejor de los sabores posibles. A la mesa los hombres se hacen hermanos, dice. Tal vez por eso come poco, para que los demás prueben y sepan del placer que él conoce como mejor alimento que nos da la historia, nos da el comer, nos da el vivir; la generosidad. A la mesa y fuera de ella", recuerda Jaime Bedoya.
Pero Salazar fue también un investigador y analista del fútbol nacional e internacional. Fue asesor y colaborador de UNICEF en temas deportivos. Editó el libro 11 Historias de Fútbol (2000).
Además, es considerado el mayor especialista nacional en crónicas policiales, de muerte y misterio y ha publicado cuatro volúmenes especializados sobre la Historia de la Noticia: A sangre y tinta (1996), La guerra y el crimen (2001), De matar y morir (2004) y La sangre derramada (2007).
El 2006 publicó su última novela Los papeles de Damasco.
"Sobre sus conocimientos de historia, geografía y filosofía su obra Los Papeles de Damasco nos dispensaría de mayor comentario aunque nos pondría en problemas de explicar cómo junto al humanista convivía el “burrero” apostador y el tahúr experto en todo tipo de juego de evite. Sí, he dicho bien. En él vivía un tahúr, sino que lo digan los diagramadores y el famoso corrector de Caretas, el señor Campodónico, a quienes inmisericordemente les ganaba sus buenos reales en los entretiempos del cierre de edición. Junten al jugador empedernido y al incansable periodista y obtendrán por necesario resultado una cajetilla permanentemente en la mano derecha, el encendedor en diestra y un pitillo en la boca. Así era “Coco”: Flaco y siempre fumando.
Cuántas cosas más se podrían y se tendrían que decir de “Coco” pero modestamente y con el mayor de los afectos yo quisiera recordar al promotor de periodistas jóvenes. Pocos como él, con sus dotes de mago y de demiurgo supo atraer hacia el periodismo a muchos jóvenes, completamente disímiles entre sí. La mayoría de ellos talentosos o sencillamente furiosos y eventualmente confundidos sobre su propio futuro-. Algunos ejemplo que mi incipiente alzheimer me permite recordar: Laura Puertas, Mariela Balbi, Jaime Bedoya, Tomas D’Ornellas, “Cucky” Chesman, Delia Ackerman, Julio Heredia, Gabriela Ezeta.
Parafraseando al trovador cubano había gente que quería y que odiaba a “Coco”. Imposible que hubiera sido de otro modo. De lo que sí estoy convencido es que lo suyo fue un milagro de sobrevivencia pues nadie como él practicó el deporte extremo de sacar absolutamente de quicio a Zileri dándole la contra hasta el infinito del alarido. Lo cual -conociendo a Enrique-, no es poca cosa", recuerda Benito Portocarrero.
"Hablar de Jorge Salazar es hablar de poesía. Su biografía esta llena de luchas, aventuras, pero fundamentalmente, de libertad. Él representa la libertad en su estado más puro. La libertad de pensamiento, de acción, de arte, de vida.
Es el mismo Jorge quien puede codearse y conversar en perfecto inglés con la más rancia nobleza británica y al día siguiente, ser el faite más grosero en una esquina de Barrios Altos jugando a las cartas. Porque Jorge juega, porque para él la vida es eso. Pero también, este Jorge Salazar puede ser, al mismo tiempo, un catedrático erudito en la Universidad de Berlín y el más impaciente de los pacientes del INCOR, donde le sonríe con ironía a la muerte. Y lo hace sin miedo, como ha hecho todas las cosas en su vida", escribe la poeta Elma Murrugarra.
El 2008, seleccionó las cartas, que se publicaron en el libro póstumo: Charlas con Soledad.
"Era de los que teniendo una cultura vasta y erudita, sabía conversar, pues instruía a los jóvenes. En el ambiente periodístico cosechaba envidia, algunas por las mujeres con las que andaba. No valoraba la riqueza material, sino lo que vivió en tantos viajes por el mundo, tantas lecturas y oficios. Su verdadera profesión fue la de un hombre que quería vivir. Que vivió la vida como quiso. Amado y odiado. Nunca se apartó del periodismo y murió sin riquezas. Su hija lo cuidó en sus últimos días y murió seguramente feliz a su lado", señala el periodista del diario el Trome a quién le consedió su última entrevista.
Jorge Salazar se casó cuatro veces y se divorció cuatro veces. La mayor parte de su vida vivió en Inglaterra, Holanda, España y Alemania, de donde regresó, decía él, para morir en el Perú. Y así fue. El 8 de junio de 2008, partió nuevamente a otro viaje cuyo destino tanto le intrigaba.
Sus restos desansan en el Campo Santo Mafre de Huachipa, cerquita de su querida Chosica. As14 G4. Y dice en su lápida como él lo pidió: Pasó por la vida y se dió cuenta. Simpre tiene flores. Alguién tan querido nunca estuvo ni está solo.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Gracias.

Edgardo Saldaña.

9:04 p.m.  

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