jueves, febrero 24, 2011

Leche derramada

En El escaparate de novedades del colecitivo El Boomerang, doy con una novela LECHE DERRAMADA de Chico Buarque, editada por la siempre acertada Salamandra. Van también un fragmento del primer capítulo.
A esperar se ha dicho.

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Postrado en cama por el peso de la edad, Eulálio Montenegro d'Assumpção va desgranando los recuerdos atesorados en su memoria. Su frágil cuerpo es testimonio de una existencia centenaria cuyos detalles rememora frente a su octogenaria hija, Eulália, o a quien se preste a escucharlo. Los acontecimientos de su vida y la de sus antepasados se suceden sin orden cronológico, entreverados de digresiones, insidias y mentiras piadosas, tejiendo un tapiz fascinante que condensa más de dos siglos de historia de una familia brasileña. Heredero de una poderosa estirpe de próceres -su tatarabuelo llegó de Portugal con la corte del rey Pedro IV-, Eulálio ha visto desvanecerse una inmensa fortuna y el buen nombre de la familia. Con loca y juvenil pasión amó a su esposa, la sensual Matilde, cuya pérdida ha llorado durante ochenta años. Y ahora, desde su aristocrática perspectiva de la realidad, emerge con voz cautivadora una compleja saga familiar, a la vez liviana y exuberante, vívido reflejo de un Brasil desconocido y alejado de los tópicos que se ha dado a sí mismo para construirse una imagen ante el mundo.
Personaje orgulloso y altivo, pero profundamente sincero y con una redentora capacidad para reírse de sí mismo, Eulálio despliega un agudo sentido del humor que, unido a su particular interpretación de las cosas, hace de Leche derramada una novela de una exquisita voluptuosidad, tierna, conmovedora y trágica, que ha consagrado a Buarque como uno de los escritores más leídos y unánimemente valorados en el panorama de las letras portuguesas contemporáneas.

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Cuando salga de aquí nos casaremos en la hacienda de mi feliz infancia, al pie de la montaña. Te pondrás el vestido y el velo de mi madre, y no lo digo por que me haya puesto sentimental, no es por la morfina. Tuyos serán los encajes, la cristalería, la vajilla, las joyas y el nombre de mi familia. Darás órdenes a los criados, montarás el caballo de mi antigua mujer. Y si todavía no hay electricidad en la hacienda, haré traer un generador para que puedas ver la televisión. También habrá aire acondicionado en todas las piezas de la casa, por que hoy en día hace mucho calor en la cañada. No sé si siempre ha sido así, si mis antepasados sudaban bajo tanta ropa. Mi mujer sí, sudaba bastante, pero ya pertenecía a una nueva generación y no poseía la austeridad de mi madre. A mi mujer le gusta a el sol, siempre volvía arrebolada de las tardes en la playa de Copacabana. Pero nuestro chalet de Copacabana se vino abajo, y de todos modos no viviría contigo en la casa de otro matrimonio, nosotros viviremos en la hacienda al pie de la montaña. Nos casaremos en la capilla que consagró el cardenal ar zobispo de Río de Janeiro allá por mil ochocientos y pico.
En la hacienda me cuidarás a mí y a nadie más, por lo que me repondré del todo. Y plantaremos árboles, y escribiremos libros, y si Dios quiere incluso criaremos hijos en las tierras de mi abuelo. Pero si no te gustara vivir al pie de la montaña por culpa de las ranas y los insectos, o la lejanía o cualquier otra cosa, podríamos vivir en Botafogo, en la mansión que construyó mi padre. Allí hay habitaciones inmensas, baños de már mol con bidets, varios salones con espejos venecianos, estatuas, columnas monumentales y tejas de pizarra importadas de Francia. Hay palmeras, aguacates y almendros en el jardín, que se convirtió en aparcamiento cuando la embajada de Dinamarca se mudó a Brasilia. Los daneses me compraron la mansión a precio de ganga por culpa de los chanchullos de mi yerno. Pero si mañana vendo la hacienda, que tiene doscientas hectáreas de campos de la branza y pastos surcados por un arroyo de agua potable, tal vez pueda recuperar la mansión de Botafogo y restaurar los muebles de caoba, mandar vafinar el piano Pleyel de mi madre. Tendré chapuzas con las que mantenerme ocupa do durante años, y si quisieras seguir ejerciendo tu profesión podrías ir al trabajo caminando, ya que en el barrio abundan los hospitales y consultas. De hecho, justo encima de nuestro terreno han levantado un centro médico de dieciocho pisos, lo que me hace recordar que la mansión ya no existe. Y tampoco la hacienda al pie de la montaña, creo que nos la expropiaron en 1947 por el trazado de la autopista.

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