sábado, julio 30, 2011

Lethem exiliado


Lo he dicho más de una vez: si no fuera por Jonathan Lethem este blog no existiría. Por algo lo llamé como el título de la que para mí es su mejor novela.
Desde hace unos meses tenemos en librerías limeñas su última novela Chronic City. Y esta acaba de llegar a Chile, y al respecto doy con esta recomendable nota de Soledad Marambio en la siempre interesante revista Qué Pasa.

...

Jonathan Lethem vive en el exilio. La casa en Maine donde pasa los veranos y la casa en California a la que se mudó hace más de un año son parte de su estar lejos de Nueva York, la ciudad donde nació y creció, la que ha escrito tantas veces, la que no puede evitar dejar, para volver, para irse de nuevo: "Me gusta extrañar Nueva York. Es casi una especie de ritual esto de irse lejos. Me gusta la idea de recordarla, de fantasear sobre ella, de hablar sobre ella desde la distancia. De hecho, mucho de lo que he escrito sobre Nueva York ha aparecido cuando he estado fuera".
Fue en esas idas y venidas que el autor de Huérfanos de Brooklyn comenzó a pensar Chronic City, la novela que hace algunas semanas llegó a las librerías chilenas. Ahí cuenta la historia de un grupo de amigos que viven y sobreviven en Manhattan. Uno es un actor que no actúa y que vive de la fama que tuvo cuando niño, otro es una especie de gurú de culto, un experto en cultura pop que trata de resistirse a la maraña de ficciones que forman la ciudad. También hay una ghost writer y una novia astronauta atrapada en el espacio. Todos personajes exiliados de algo. Como Lethem.
El escritor de 47 años se apura en comer la ensalada de quínoa que una mano le alcanza desde la cocina de la casa que compró hace ocho años, acá en Blue Hill, en la costa de Maine. Lethem se detiene junto al pórtico de su casa blanca, come un poco y dice que lo mejor sería sentarse a la sombra. Es mediodía y el sol quema.
Por un rato la casa de Maine -que queda a diez horas en auto desde Nueva York- estuvo destinada a ser el cuartel de un exilio más permanente. "Hubo un pequeño periodo de tiempo cuando Amy -su esposa- y yo teníamos completa libertad para movernos entre Nueva York y acá. Duró cerca de medio año. Incluso llegamos a cambiar nuestra residencia, ahora pagamos impuestos acá y nuestro auto tiene patente de Maine. Pero entonces llegó el primer niño", dice Lethem, después de haber elegido la sombra de un árbol al lado de la huerta, de haber acomodado unas sillas y haber traído agua fría y café.
El primer niño fue el regreso a la ciudad. Lethem dice que necesitaban a la familia y a los amigos cerca, dando apoyo. El segundo hijo los encontró, el año pasado, dejando otra vez Nueva York. Y con un nuevo destino: Pomona. En California. Al otro lado de Estados Unidos. A siete horas de vuelo.
"Es gracioso, el semestre pasado estuve enseñando Cortázar -Lethem dirige el programa de escritura creativa en Pomona College, puesto que tuvo David Foster Wallace hasta su muerte- y su obra tiene tanto de exilio, de París versus Buenos Aires, que te hace pensar cuántos autores que han escrito sobre ciudades lo han hecho desde fuera de ellas. James Joyce decía que un escritor sólo necesita tres cosas: silencio, ingenio y exilio. Creo que el silencio es imposible para mí y no puedo atribuirme yo mismo el ser ingenioso, pero sí me puedo asegurar mi propio exilio, por eso sigo yéndome".
Pero Nueva York encuentra sus maneras de no dejar a Lethem, aun en estas vacaciones en el exilio. Mientras el novelista cuenta que la única carencia real que siente es la ausencia de los amigos, un micrófono enorme entra en nuestro campo visual. Un cineasta neoyorquino lleva un tiempo siguiendo al escritor, preparando un documental sobre él. Ya estuvo en California, donde Lethem forma a nuevas generaciones de escritores, y ahora es el turno de Maine. En algún momento el escenario de las filmaciones será Nueva York. Lethem no puede dejar de ir y volver, sobre todo ahora que escribe su nueva novela, que vuelve a tener a esta ciudad de fondo.
"Creo que escribo mejor sobre Nueva York cuando estoy representando mi ambivalencia acerca de ella. Estando y alejándome... Voy a escribir sobre Queens durante los próximos años, desde California. Pero tengo que volver a hacer alguna investigación en terreno, poner mis pies en ese pavimento por un tiempo, aunque de todas maneras está todo en mi cabeza. Y esto también pasa a un nivel personal, no sólo en la escritura. A un nivel personal, claro, extraño Nueva York, pero no es que me haya ido. La arrastro".

La vida en tiempos de guerra

Lethem cuenta que han encontrado puercoespines en el jardín, que a veces pasan zorros corriendo, que en una casa cercana vieron a un oso y que, por más que han tratado, jamás han visto un alce. "Son tímidos", explica. Y así se pasan los días en la casa de Maine. Se ven animales, se va a la playa, se come langosta -el producto estrella de la zona-, Lethem escribe en las mañanas, su esposa cineasta trabaja en sus proyectos y los dos juegan mucho con los niños. Y, claro, se piensa en Nueva York. En Queens, por ahora.
"Mi mamá creció allá", cuenta Lethem. "Tengo un montón de memorias y de material de trabajo que está relacionado con Sunnyside, Queens. Es el mundo de mi abuela, y ella era una mujer muy fuerte, que dejó una huella poderosa. Sunnyside era de ella, e ir allí y meterse en su huella es como ser un investigador que se mete en la jungla y recorre la huella de King Kong".
Por mucho tiempo Queens fue para Lethem la tierra de su abuela y el lugar donde su madre -que murió cuando él tenía 14 años- hizo el paso de la juventud a la adultez. Pero también era la casa de los Mets, el equipo favorito de Lethem, lo que ameritaba excursiones ocasionales al Shea Stadium.
"Ahora hay más razones para ir Queens", dice. "Muchas de las personas más inteligentes de Nueva York viven allá ahora... Después de haber abandonado Brooklyn hace un buen tiempo", explica Lethem y suelta una risa larga.
-¿Y por qué la gente inteligente se ha ido de Brooklyn?
-No voy a decir nada más porque me meto en problemas cuando hablo de mi antiguo barrio -vuelve a reírse.
En verdad no dice nada más. Pero se puede especular. Basta saber que él creció en Brooklyn, en lo que ahora es Boerum Hill, siendo uno de los pocos niños blancos en un barrio negro y latino. En esa época, en que no existía aún la gentrificación, en que los arriendos eran muy baratos y en la que algunos intelectuales muy progresistas -como los padres de Lethem- se mezclaban sin problema con las minorías menos privilegiadas de la ciudad. Ahora los arriendos en Brooklyn no tienen nada que envidiarles a los de Manhattan, y los hipsters y la gente cool han desplazado a los antiguos habitantes del lugar. Ésa podría ser la razón. Ésa o la guerra. Porque Lethem dice que hay una guerra.
"Hay una cita que usé en Chronic City y que luego necesité usar de nuevo en un libro corto sobre los Talking Heads que acabo de terminar. La cita es de una canción de Leonard Cohen y dice: 'There is a war between the ones who say there is a war and the ones who say there isn't"', Lethem hace una pausa de unos segundos y sigue: "Yo creo que hay una guerra. Y no tengo que pretender que no he escogido un bando".
Él cree que el capítulo más reciente de esa guerra comenzó después del 11 de septiembre de 2001. Y Chronic City es acerca del Manhattan herido de esa lucha. "Lo que pasó, que fue tan intenso, tan traumático, tan emocional, que ha sido una experiencia individual para quienes vivíamos en la ciudad en ese tiempo, se ha transformado completamente en una excusa... Y la gente que vivía en Nueva York fue arrastrada a un estado de confusión silenciosa, complicidad y negación acerca del significado de su propia experiencia con lo que pasó", dice.
Lo que más le molesta es cómo este cúmulo de dolores se ha convertido en "una bandera que fue enarbolada en una tierra lejana para, en nombre de ella, cometer atrocidades sin sentido, innombrables". Y también le molesta mucho el olvido.
"¿Qué haces cuando tu experiencia se ha transformado en esa bandera, mientras en el lugar en que vives están haciendo una fiesta? Qué hacer cuando te dicen '¡Wall Street se está recuperando! ¡Los restaurantes están de vuelta! ¡Olvídense! ¡Olvídense!'. Ése es un nivel increíble, intolerable de desconexión. Eso es de lo que trata Chronic City. De ser simultáneamente consciente de que hay una guerra y de que tú, en un sentido, eres el centro de esa guerra y, al mismo tiempo, saber que esta guerra no tiene nada que ver contigo, con las fronteras que te contienen. Porque la isla de Manhattan es un lugar de glamour que no se acaba, es la representación necesaria de la victoria permanente de la publicidad, el capitalismo, el poder, el dinero, las influencias... ¿Cómo pueden coexistir todas estas cosas?", pregunta Lethem. "Y, a pesar de todo, coexisten", responde él mismo y luego explica que así es todo, Manhattan, la vida, su última novela, un mundo impuro donde se cruzan ficciones y no ficciones: zorros en el Central Park, guerras que se pelean a lo lejos, un olor a chocolate que se apodera de la ciudad por días, un alcalde que dice en los diarios -en la novela y en la realidad- que ese aroma "es el del éxito".
Mientras Lethem hace el recuento de criaturas e historias, sus dos hijos y la chica que los cuida sonríen en trajes de baño unos árboles más atrás. Lo esperan para ir a la playa. Lethem dice que podríamos ir todos. Yo no llevo traje de baño, le digo. Nos invita a todos a pasar un rato a la casa. Esperamos en su cuarto de trabajo. Una pared está llena de discos, las otras tres, de libros ordenados alfabéticamente. En la B encuentro La literatura nazi en América y una selección de cuentos de Roberto Bolaño. Lethem entra a la pieza y dice que el resto de sus libros de Bolaño están en California y que gracias a 2666 se atrevió a tomar muchos riesgos literarios en Chronic City. Tal vez el tigre que asola la ciudad y el fiordo sin fondo al final de Harlem vengan de ahí. Lethem dice que no se dio cuenta hasta el final de lo mucho que lo había influenciado la valentía del escritor chileno, su habilidad para romper las supuestas reglas literarias. Después me pasa uno de sus shorts. Minutos más tarde todos salimos hacia una playa que más bien parece un lago. Los bosques de esta parte de Maine se caen sobre el agua. Un puñado de gente -no más de veinte- toma sol en las rocas lisas y suaves que salpican la bahía, mientras otros pocos se bañan en el agua fresca, apenas salada, y uno piensa que a veces el exilio se puede parecer mucho a una tregua.

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