miércoles, octubre 19, 2011

"Esto no es un negocio: es mi vida"


Vengo devorando con placentera lentitud El autor y su editor de Siegfried Unseld, el célebre editor del sello alemán Suhrkamp. En el libro, Unseld cuenta sus experiencias con plumas referenciales como Hermann Hesse, Bertolt Brecht, Rainer Maria Rilke y Robert Walser, ni más ni menos. Hasta el momento tengo la sensación que estoy ante una experiencia libresca reveladora y que en gran medida ha matado mi escepticismo con lo que hoy en día veo en el mundillo de las ediciones, ya sea de aquí y otros lados.
No me cansaré de decir que un editor tiene que ser un lector. No: tiene que ser un gran lector. En Perú me gustan las cosas que hacen los amigos de Cascahuesos, Víctor Ruiz de Lustra y Juan Pablo Mejía de Paracaídas, y algunos más, obvio. Sobre Mejía debo resaltar su buen gusto. Y lo hago porque sus publicaciones son materialmente modestas, pero estas exhiben un cuidado esmerado y mucho criterio.
Por ello, para todos aquellos que están en el mundo de las ediciones, no importa si estás en una editorial joven o grande, va esta excelente entrevista de Jorge Fondebrider al ya legendario Manuel Borrás, fundador de Pre-Textos. En Revista Ñ.

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A contrapelo de aquellos que llegan al mundo de la edición vía la administración de empresas o el marketing y terminan aplicando la misma lógica a Joyce o a Borges que a Movistar o Pepsi, el valenciano Manuel Borrás viene del mundo de la universidad y de los libros. Licenciado en Filología Alemana e Inglesa, junto a Manolo Ramírez y Silvia Pratdesaba, hace exactamente 35 años fundó la editorial Pre-Textos que, con un catálogo vivo que supera los mil títulos, se ha constituido en una de las más importantes editoriales independientes de España. Así lo entendió la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), que en 2008, le concedió el Reconocimiento al Mérito Editorial, premio otorgado por pares, que se entrega desde 1993 y que han recibido, entre otros, Armando Orfila Reynal, Joaquín Díez-Canedo, Antoine Gallimard y Christian Bourgois.
De paso por Buenos Aires, Ñ tuvo la oportunidad de charlar con el introductor de Derrida y Deleuze en España, autores que, en un principio, no fueron fáciles de vender. “Es que yo creo que el editor tiene que apostar y correr riesgos –dice Borrás, un hombre elegante y de culto, que habla apasionadamente–. Y con autores como los que nombras –a los que yo sumaría a muchos de nuestros poetas– nos adelantamos casi treinta años a las necesidades de los entonces futuros lectores...

¿Cuáles son las tareas que debe cumplir un editor?
Principalmente, leer, algo que no siempre ocurre. Pero correr riesgos es, entre otras tareas, obligación de un editor, quien asimismo debe tener el valor y la osadía intelectual de poner su yo en crisis, llamando la atención sobre alguien que previamente no existía. Nosotros, en Pre-Textos, leemos absolutamente todo.

Para llevar adelante un proyecto como el que planteás es necesario contar con una gran espalda financiera.
Sí, y nosotros la hemos logrado recurriendo a nuestro patrimonio personal. Yo soy ahora mucho más pobre que hace 35 años. Pero soy mucho más rico porque tengo más libertad y en este lapso he hecho lo que me ha dado la gana. Durante los primeros 15 años hemos aportado capital y trabajo sin rédito alguno, pero hemos sido inmensamente felices. Hace unos años una multinacional quiso comprarnos. Rechazamos la oferta, que era muy buena, y el dueño de esa empresa vino especialmente a Madrid para conocerme. Cenamos y me preguntó por qué me negaba a vender. Le dije que yo no vendía porque no se trataba de un negocio, sino de mi vida y la de mis socios, Manolo, y Silvia que son mis hermanos. Como dije antes, no soy escritor, no necesito la soledad y la calma de las islas Fiji para intentar una novela. Pre-Textos es mi vida y mi pasión. No sé hacer otra cosa.

Todo indicaría que el “negocio del libro” no es auténticamente un negocio y que las responsabilidades con que se cargan los editores de pequeñas y medianas editoriales son totalmente desproporcionadas respecto de las eventuales ganancias.
En tiempos de bonanza hay espacio para todos. Pero en épocas de crisis, los grandes elefantes de la edición quieren alimentarse de lo mismo que nosotros, las hormigas. Yo, a un editor joven, le diría que tiene que seguir su vocación, advirtiéndole que la va a tener bien difícil. También le diría que no pierda el entusiasmo. Hoy en día que en Europa vivimos un momento especialmente perverso, en que la sociología precede a la verdad y se nos resta entusiasmo por todos lados, les hemos dicho a los jóvenes –mejor formados que nosotros, por cierto– que el mundo era de ellos y se lo hemos retaceado, obligándolos al paro y a perder toda esperanza. Mientras tanto, ustedes, los argentinos, viven permanentemente en crisis y, sin embargo, siguen adelante, tienen cintura para sortear los obstáculos. Eso es invalorable.

Hablaste de España y de la Argentina, contraponiendo sus realidades y la actitud de una y otra ante la crisis. Y ya que estamos acá, me gustaría que conversáramos de la percepción que en muchos países de Latinoamérica se tiene de tu país...
Ya sé a dónde vas: a que somos unos neo-colonizadores culturales. Si eso querías decir, tienes razón. Y esto no vale sólo para el ámbito del libro, sino para muchos otros ámbitos vinculados con el mundo empresarial en general. Pero circunscriptos al libro, las multinacionales desembarcan en un país, publican de ese país sólo lo que juzgan rentable y te abruman con lo que traen, que sólo representa de manera exigua lo que existe en origen, sin llevarse nada. Y no es sólo cosa de Planeta o Alfaguara. Ve tú a conseguir un libro de Fabio Morábito en Barcelona publicado por Tusquets de México y ya me contarás. Es una aberración. Como es una aberración que si un libro en seis meses no ha vendido lo esperado se convierta en pasta de papel. Así se mata a la gallina de los huevos de oro.

Hay varios ítems. Ustedes producen libros que nosotros deseamos y que, por su valor, no podemos comprar.
Totalmente cierto.

Luego, la mayoría de las editoriales españolas no traducen para la lengua, sino para el barrio y nos tiran por la cabeza libros incómodos e incluso ilegibles que ni siquiera tienen corrección de estilo en las filiales latinoamericanas.
Es cierto. Y es una demostración de soberbia pensar que el único español válido sea el de 40 millones de ibéricos contra el de 360 millones de hispanoamericanos. Además, es ridículo. Mi generación se ha educado leyendo traducciones mexicanas y argentinas.

También, las filiales de las editoriales españolas publican títulos que no tienen circulación en los otros países latinoamericanos y mucho menos en España, aunque las filiales tienen la obligación de publicar a los españoles en un intercambio desigual que sólo produce un creciente resentimiento.
Es así. Nunca vais a leer en la Argentina un autor peruano o boliviano publicado por la misma multinacional con filiales en Perú o Bolivia.

Por último, contrastando con estos tres puntos, cuando se trata de generar proyectos o iniciativas propias, da la impresión que las editoriales españolas prefieren comprarles un proyecto similar a los franceses o a los alemanes, como si tuvieran un manifiesto complejo de inferioridad. ¿Por qué?
Porque existe un gran provincianismo cultural del cual ni ustedes, ni México, ni Colombia tampoco se salvan. Hay que romper con esas inercias locales y, desde Pre-Textos, siempre hemos apuntado a eso. Para todo el resto de las imputaciones, sólo puedo remitirte a nuestro catálogo, que está poblado no sólo por una enorme cantidad de autores latinoamericanos, sino también por un notable número de traductores de todas las procedencias de la lengua porque desde siempre hemos pensado que el español común es el de todos los hablantes de la lengua. Nos han criticado por ello. Recuerdo una traducción de César Aira a quien se le cuestionó poner “pollera” por “falda”, como si no se fuera a entender. La contrapartida de esas imputaciones fue el premio que nos dieron en la Feria de Guadalajara, que destacaba que, siendo una editorial española, nos habíamos propuesto romper los compartimientos estancos que nos separaban.

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