martes, febrero 05, 2013

La poesía empieza por casa

 
 
Las antologías de poesía son lo que más abundan en la literatura peruana. En ellas tenemos de todo, absolutamente de todo. Para bien o para mal, son necesarias, fungen de entes cartográficos. La historia de la poesía peruana está en sus antologías. Allí vemos lo más grande, lo perdurable, como también las rutas torcidas de sus antologadores, carcomidos de sentimientos menores. Lo mismo podría decirse de las antologías disfrazadas de muestra, que por lo general suelen ser lo más bajo e improvisado que pueda existir, salvo excepciones, salvo excepciones.
Hace un rato me preguntaron por una antología representativa de la generación del sesenta. En principio se me vino a la mente Los nuevos (1967) de Leonidas Cevallos. Antología canónica, una suerte de fotografía escrita de lo que pasaba en su contexto, que para algunos, entre los que me incluyo, se hace necesario releer cuantas veces sea posible.
Tenía el libro en cuestión en manos. Sin embargo, levanté la mirada y vi el lomo de Generación poética peruana del 60 (Universidad de Lima, 1998), de Edgar O´Hara y Carlos López Degregori. Conocía ambos títulos. Y como tenía tiempo libre, me puse a hacer lo que hago en mi tiempo libre: leer. En este sentido, para un lector no hay nada mejor que comparar. La mayoría de las veces resulta estimulante hacerlo.
A comparación de Los nuevos, la presente antología, disfrazada de muestra, tenía una ventaja, puesto que se forjó bajo un universo ya establecido por el tiempo. Sus encargados tuvieron que escoger de lo bueno que quedó de esa generación, es por ello que su selección, aparte de fuerte, no experimenta el envejecimiento prematuro, envejecimiento prematuro que por momentos contamina al florilegio de Cevallos.
En el prólogo, cuyo título encabeza el post, se hace énfasis en los caminos recorridos hasta antes de la salida de Los nuevos. Los nuevos significó el punto de llegada, la meca, de lo transitado en cuanto a estilo y temática durante los sesentas. Sus vates forjaron obra bajo el influjo de la “tradición anglosajona y francesa (Pound, Eliot, Perse)”, poéticas no ajenas a las convulsiones políticas y diferencias ideológicas, es decir una poesía política, pero sin discurso político, en “solidaridad política con la imagen de la Cuba revolucionaria”. Pues bien, y aunque no se diga ni en Los nuevos ni en esta antología disfrazada de muestra, queda en evidencia la influencia mayor de estos otrora poetas sesenteros, al menos para mí: Bob Dylan.
Ahora, lo que hace el dúo de antólogos disfrazados de compiladores es más que plausible. Nos entregan un amplio espectro de poemas referentes,  sueltos e incluso poemarios íntegros, a la fecha inubicables (no los hallas ni en Mercadolibre)… En espera del otoño de Javier Heraud, Las palomas y la fuente de Mario Razzeto, Ausencias y retardos de César Calvo, David de Antonio Cisneros, Charlie Melnik de Luis Hernández, Los encuentros de Reynaldo Naranjo, Chloe de Antonio Claros, Sol interior de Joaquín Martínez Pizarro, Elogio de los navegantes de Juan Ojeda, De la voz y el estío de Raúl Bueno, Los días hostiles de Carlos Henderson, Casa nuestra de Marco Martos y En los cínicos brazos de Mirko Lauer… A ellos se suman Rodolfo Hinostroza, Arturo Corcuera, Luis Enrique Tord, Manuel Ibáñez Rosazza, Mercedes Ibáñez Rosazza, Julio Ortega y Winston Orrillo.
Veinte poetas que nos brindan un panorama completo, muy completo, de una década valiosa para la tradición poética peruana. Es posible ver  el trabajo de alfarería que se reconfigura en cada uno de sus poemas, en ellos es posible notar no solo la sensibilidad, sino también los nuevos cauces que en cuanto a forma van emprendiendo. Poesía de aprendizaje, sin más, en franca búsqueda del yo poético y en onda con el “Arte poética” de Heraud.
Toda selección viene con sus límites. Un lector atento de poesía peruana se dará cuenta de que hay algunas ausencias, pero el dúo de antólogos disfrazados de compiladores marcó bien su criterio de escogencia, tejiendo un puente cronológico entre Corcuera (1935) y Lauer (1947). A lo mejor una injusta arbitrariedad, pero en este caso necesaria.
Este imprevisto acercamiento hizo que volviera valorar lo que pensaba de ciertos poetas de esa generación, en especial con aquellos que nunca he podido sintonizar: Corcuera, Naranjo, Orillo, Hernández, Tord, Lauer y Martos. Y ahora sé, por milésima vez, porque nunca me transmitieron nada.
Si Los nuevos es la cumbre, Generación poética peruana del 60 es el sendero a esa cumbre. El paisaje que ofrece es diverso y desafiante y el mero hecho de recorrerlo vale la pena. Como suena.

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