sábado, abril 20, 2013

EVV



A fines del 2006 hice un viaje a Cusco, se trataba de uno especial, no era de placer, mucho menos de trabajo. Ya conocía Cusco y en ese viaje pondría punto final a un largo proceso emocional y existencial que venía cargando desde hacía siete años. Un día antes de partir, pasé por la librería El Virrey, del Centro de Lima. No sé qué estaba buscando, a lo mejor mi presencia en aquel lugar obedecía a una innata propensión por perder el tiempo, un modo de distracción, un preludio a los días que vendrían. No recuerdo si fue Mariano Orozco, Erika Miranda o Yesenia Ballardo, quien me puso al día de las novedades peruanas.

De los libros que me dieron para ver, uno de lomo delgado y formato relativamente grande.

No hay duda alguna, la Generación del 50 es la mejor, la más dotada de talento de nuestra tradición literaria. Cada día estoy más convencido de que no puede existir escritor peruano que no haya bebido o beba su fuente, que por igual se reparte en narrativa y poesía. Y si en caso haya alguno, porque todo puede pasar y todo puede ocurrir en nuestro circuito literario, que la conozca (lea) de oídas, no tengo otra que conminarlo a visitarla, visitarla como se debe y de esta manera aprender.

Uno de sus principales nombres es Eleodoro Vargas Vicuña (1924 – 1997). Si ofreciéramos una visión de su obra, esta lo ubicaría como un extraordinario escritor menor. No debe sorprendernos. EVV tenía un gran talento, era un voraz lector, pero nunca escribió todo lo que se esperaba de él. Y la razón, me aventuro a especular, es muy sencilla: EVV quiso ser narrador llevando una vida de poeta. Son tantas las anécdotas que sé de él, que muchas veces estas terminan opacando u oscureciendo su gran narrativa lírica. En cierta oportunidad, un amigo mío que lo conoció de cerca, me dijo que este autor confiaba mucho en sus recursos, sabedor pues que tarde o temprano entregaría a las imprentas una obra maestra. Y así vivió, engañándose, seguro de que el talento le era suficiente para escribir esa obra maestra de la que tanto hablaba y de la que nunca pergeñó una sola línea. Su error fue depositar sus fuerzas en un vitalismo excesivo, le gustaba alimentar su imagen de bohemio y vivió para ello. Su deseo era que todos hablaran de él, a como dé lugar.

Por ejemplo, en cierta esta ocasión este amigo que lo conoció muy bien salía de un café de La Plaza San Martín, era de noche y lo único que deseaba era llegar a su casa y seguir leyendo a Thomas Mann. Cuando se disponía a abordar un colectivo, alguien lo llama desde lejos. Era EVV. ¿Qué haces hombre? Me voy a casa. ¿A tu casa? Sí. Olvídate. Vamos a Breña, que me han invitado a un matrimonio. ¿Vamos? Vamos. Llegaron a la fiesta del matrimonio. Ambos entraron. EVV fue directo donde los novios y le quitó el micrófono al maestro de ceremonias. EVV habló, habló largo y tendido de la importancia de la familia y del amor. Su discursó generó más de una lágrima, en especial en las viejitas que se preguntan si ese hombre era familiar del novio o la novia. Ni bien terminó, EVV besó en los labios a la novia, e hizo lo mismo con el novio. Era su bendición y todos los asistentes aplaudieron. EVV y mi amigo la pasaron bien en esa fiesta, bailaron, rieron y comieron rico. Horas después mi amigo le pregunta si era familiar de la novia. No, no soy nada de la novia. ¿Del novio? Tampoco, nunca he visto a ese tipo. ¿Entonces? No te quejes, has bailado y has comido todo lo que has querido.

El libro que compré en la librería era una reedición, por cuenta del INC, de Ñahuín y no paré hasta terminarlo. Y volví a leerlo varias veces en los días siguientes, jugaba a su favor su brevedad y una extraña sensación, como si en la poesía de las frases, desde muy dentro de ellas, se me lanzaran dardos de incomodidad y revelación. No dejaba de preguntarme cómo era que había dejado pasar tanto tiempo sin leerlo.

En los cuentos de EVV existe pues una visión íntima y universal del sujeto andino, la misma que encierra un contenido universal expresado a través de un lenguaje seco pero no libre de lirismo, canalizado por medio de una técnica narrativa deudora del dato escondido. Entre los cuentos que me gustaron, difícilmente abandonarán mi memoria “El tiempo de los milagros”, “La Mañuca Suárez”, “Chajra” y “Esa vez del huayco”.

Pienso en EVV y llego a una conclusión: se le lee poco y cuando se le lee, se le lee mal, asociándolo únicamente a la veta indigenista. Y no es así, pues. Ahora que andamos engañados con que el estilo justifica la narrativa, sería bueno entonces volver, descubrir, como gustes, la obra de este estupendo narrador peruano, quizá el mejor estilista, luego de Martín Adán, de nuestra historia narrativa.

2 Comentarios:

Blogger "El Dandy" dijo...

Llego al Cusco y no lo pude conocer, es una pena. Tengo en mi biblioteca un libro de EVV llamado "Taita Cristo" editado por populibros, sabe de todas la palabras en Quechua la que mas me fascina es "Nahuin" o "Sus ojos". Me agrado su comentario y también me complacería que usted sea el primero en juzgar mis escritos, puesto que soy muy joven aún y no tengo experiencia en las lides literarias y a nadie confesé mi deseos de escribir, al leer sus escritos me quede prendido, espero poder leer su libro.

8:48 p.m.  
Blogger Micky Bane dijo...

Precisamente acabo de adquirir una versión de "Taita Cristo" usada (de Munilibros de 1986) y en cuya primera hoja amarillenta se deja ver un sello antiguo de "10 intis".

He leído unos pocos cuentos y debo decir que su poética me evoca nostalgia y dulzura, hasta olores que remiten a la sierra, su paz y sus colores.

Me parece que es un autor que debiera leerse en los colegios, así como Valdelomar. Además, le falta un mayor reconocimiento.

3:25 p.m.  

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