EVV
A fines del 2006 hice
un viaje a Cusco, se trataba de uno especial, no era de placer, mucho menos de
trabajo. Ya conocía Cusco y en ese viaje pondría punto final a un largo proceso
emocional y existencial que venía cargando desde hacía siete años. Un día antes
de partir, pasé por la librería El Virrey, del Centro de Lima. No sé qué estaba
buscando, a lo mejor mi presencia en aquel lugar obedecía a una innata
propensión por perder el tiempo, un modo de distracción, un preludio a los días
que vendrían. No recuerdo si fue Mariano Orozco, Erika Miranda o Yesenia
Ballardo, quien me puso al día de las novedades peruanas.
De los libros que me
dieron para ver, uno de lomo delgado y formato relativamente grande.
No hay duda alguna, la
Generación del 50 es la mejor, la más dotada de talento de nuestra tradición
literaria. Cada día estoy más convencido de que no puede existir escritor
peruano que no haya bebido o beba su fuente, que por igual se reparte en
narrativa y poesía. Y si en caso haya alguno, porque todo puede pasar y todo
puede ocurrir en nuestro circuito literario, que la conozca (lea) de oídas, no
tengo otra que conminarlo a visitarla, visitarla como se debe y de esta manera
aprender.
Uno de sus principales
nombres es Eleodoro Vargas Vicuña (1924 – 1997). Si ofreciéramos una visión de
su obra, esta lo ubicaría como un extraordinario escritor menor. No debe
sorprendernos. EVV tenía un gran talento, era un voraz lector, pero nunca
escribió todo lo que se esperaba de él. Y la razón, me aventuro a especular, es
muy sencilla: EVV quiso ser narrador llevando una vida de poeta. Son tantas las
anécdotas que sé de él, que muchas veces estas terminan opacando u oscureciendo
su gran narrativa lírica. En cierta oportunidad, un amigo mío que lo conoció de
cerca, me dijo que este autor confiaba mucho en sus recursos, sabedor pues que
tarde o temprano entregaría a las imprentas una obra maestra. Y así vivió,
engañándose, seguro de que el talento le era suficiente para escribir esa obra
maestra de la que tanto hablaba y de la que nunca pergeñó una sola línea. Su
error fue depositar sus fuerzas en un vitalismo excesivo, le gustaba alimentar
su imagen de bohemio y vivió para ello. Su deseo era que todos hablaran de él,
a como dé lugar.
Por ejemplo, en cierta
esta ocasión este amigo que lo conoció muy bien salía de un café de La Plaza
San Martín, era de noche y lo único que deseaba era llegar a su casa y seguir
leyendo a Thomas Mann. Cuando se disponía a abordar un colectivo, alguien lo
llama desde lejos. Era EVV. ¿Qué haces hombre? Me voy a casa. ¿A tu casa? Sí.
Olvídate. Vamos a Breña, que me han invitado a un matrimonio. ¿Vamos? Vamos. Llegaron
a la fiesta del matrimonio. Ambos entraron. EVV fue directo donde los novios y
le quitó el micrófono al maestro de ceremonias. EVV habló, habló largo y
tendido de la importancia de la familia y del amor. Su discursó generó más de
una lágrima, en especial en las viejitas que se preguntan si ese hombre era
familiar del novio o la novia. Ni bien terminó, EVV besó en los labios a la
novia, e hizo lo mismo con el novio. Era su bendición y todos los asistentes
aplaudieron. EVV y mi amigo la pasaron bien en esa fiesta, bailaron, rieron y
comieron rico. Horas después mi amigo le pregunta si era familiar de la novia.
No, no soy nada de la novia. ¿Del novio? Tampoco, nunca he visto a ese tipo.
¿Entonces? No te quejes, has bailado y has comido todo lo que has querido.
El libro que compré en
la librería era una reedición, por cuenta del INC, de Ñahuín y no paré hasta terminarlo. Y volví a leerlo varias veces en
los días siguientes, jugaba a su favor su brevedad y una extraña sensación,
como si en la poesía de las frases, desde muy dentro de ellas, se me lanzaran
dardos de incomodidad y revelación. No dejaba de preguntarme cómo era que había
dejado pasar tanto tiempo sin leerlo.
En los cuentos de EVV
existe pues una visión íntima y universal del sujeto andino, la misma que
encierra un contenido universal expresado a través de un lenguaje seco pero no
libre de lirismo, canalizado por medio de una técnica narrativa deudora del
dato escondido. Entre los cuentos que me gustaron, difícilmente abandonarán mi
memoria “El tiempo de los milagros”, “La Mañuca Suárez”, “Chajra” y “Esa vez
del huayco”.
Pienso en EVV y llego a
una conclusión: se le lee poco y cuando se le lee, se le lee mal, asociándolo
únicamente a la veta indigenista. Y no es así, pues. Ahora que andamos
engañados con que el estilo justifica la narrativa, sería bueno entonces volver,
descubrir, como gustes, la obra de este estupendo narrador peruano, quizá el
mejor estilista, luego de Martín Adán, de nuestra historia narrativa.
2 Comentarios:
Llego al Cusco y no lo pude conocer, es una pena. Tengo en mi biblioteca un libro de EVV llamado "Taita Cristo" editado por populibros, sabe de todas la palabras en Quechua la que mas me fascina es "Nahuin" o "Sus ojos". Me agrado su comentario y también me complacería que usted sea el primero en juzgar mis escritos, puesto que soy muy joven aún y no tengo experiencia en las lides literarias y a nadie confesé mi deseos de escribir, al leer sus escritos me quede prendido, espero poder leer su libro.
Precisamente acabo de adquirir una versión de "Taita Cristo" usada (de Munilibros de 1986) y en cuya primera hoja amarillenta se deja ver un sello antiguo de "10 intis".
He leído unos pocos cuentos y debo decir que su poética me evoca nostalgia y dulzura, hasta olores que remiten a la sierra, su paz y sus colores.
Me parece que es un autor que debiera leerse en los colegios, así como Valdelomar. Además, le falta un mayor reconocimiento.
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