"Manguera"
Novena entrega para
Lecturas de Madrugada – Lee por Gusto, Perú 21.
…
Si me preguntan por
algún olvidado gran narrador peruano, yo no lo pienso dos veces. Porque la
respuesta no sería uno, sino dos. Este par proviene de las canteras del
periodismo, uno mucho más prolífico que el otro, pero ambos grandes entre
grandes, que deberían ser desde ya referentes ineludibles.
Jorge Salazar (1940 –
2008) y Guillermo Thorndike (1940 – 2009), señores.
Quien se precie de
conocedor de la narrativa peruana contemporánea y no conozca la obra de estos titanes,
caería sin más en un serio entredicho. Claro, no faltarán los idiotas que digan
que no deberíamos incluirlos en el ámbito literario porque lo suyo fue
sencillamente la práctica periodística. No me sorprende. Aún hay dizque sensibilidades
que leen bajo parámetros caducos, a quienes les importa ubicarse bien entre los
límites de lo real y la ficción. Estos parámetros, sencillamente, imposibilitan
el goce de la literatura, ¿o es que la literatura tiene que ser solo ficción?
Al respecto, lo mejor sería explicarlo de la siguiente manera: si un hombre y
una mujer se encuentran teniendo el mejor sexo de sus vidas y lo único que
desean es que este encuentro sexual no termine, sino que se extienda todo lo
posible, de seguro no perderían el tiempo preguntándose por la marca del reloj
y la calidad del collar que usan. Lo mismo pasa con la ficción y la no ficción.
Si te gusta lo que lees, si te estremece lo que lees, si te incomoda lo que
lees, si te saca la mierda lo que lees… No lo dudes: estás leyendo literatura.
Pues bien, quedemos,
por ahora, en la figura de Thorndike. El solo hecho de nombrarlo nos remite a
uno de los más grandes nombres de la crónica en castellano. Por ejemplo, junto
a Operación masacre de Rodolfo Walsh,
El caso Banchero es una de las
piedras angulares de la tradición de la literatura de no ficción. A veces me
sorprende que se lea más A sangre fría
de Capote que estos títulos de Walsh y Thorndike.
Años atrás decidí leer
y releer todo Thorndike. Hice un plan de lectura de su obra y le dediqué todo
el verano del 2006, pero por más esfuerzo que hice no pude completar la tarea
de aquel “Verano Thorndike”. Obviamente, alguien que publicó tanto como él, no
quedó libre de entregas irregulares, como el olvidable El hermanón.
No sé cuánto tiempo
tenga que pasar para valorarlo en justa medida. A lo mejor demore más de la
cuenta, lo cual es una lástima, puesto que es uno de los contados escritores
peruanos que sí pudo mantener un proyecto narrativo coherente. Pues sí, fue un
escritor coherente y es con este Thorndike con el que nos debemos quedar. No
con el Thorndike hueleguiso, no con el Thorndike adulador sin reparos, mucho
menos con ese Thorndike que hacía gala de una vergonzante carencia de ética que
le hizo abrazar los más sucios intereses del poder político.
Las cosas claras: Thorndike
tenía un gran ojo para el periodismo. Revisemos los diarios y suplementos que
editó en los setenta, que no es más que una duro puntapié al periodismo
cultural y de investigación que se hace hoy en día. Uno lee esos diarios y
suplementos y ve que está ante periodistas; uno lee los diarios y suplementos
de ahora y uno no sabe ante qué se encuentra. Este escritor poesía un
envidiable talento natural. Pero como acabo de señalar, Thorndike no tenía
ética y el periodismo sin ética es lo mismo que nada.
Por el momento, la obra
de Thorndike recibe un reconocimiento silente. Su discutida imagen se impone a
la valoración de su obra. Y más de uno aún recuerda las duras palabras que
Vargas Llosa le propinó en El pez en el
agua. Marito quiso desaparecerlo y por poco lo logra.
Para admirar a
Thorndike, hay que hacer un esfuerzo de objetividad. No queda otra.
De cuando en cuando,
Thorndike le pedía mínimas licencias a la ficción. Sin estas licencias, que le
ayudaban a dotar de mayor verosimilitud un hecho real, no hubiera escrito un
pequeño libro que, aparte de ser en esencia una delicia, a lo mejor sea el
mayor aporte del autor a la historia del fútbol peruano, Manguera (1975).
Los que hemos vivido
nuestros años adolescentes en el primer lustro de los noventa, sabemos que no
fueron muy propicios para los blanquiazules. En este sentido, no tengo reparo
alguno en admitirlo: no tuve plenitud futbolera porque nunca vi a Alianza Lima
campeonar en los años que se supone tenía que verlo campeón. Sin embargo, jamás
me arrepentí de ser azul y blanco, ni puse en tela de juicio mi abandono de la
crema, abandono que llevé a cabo a los doce años, cansado pues de ser parte del
ritual familiar.
Pues bien, ¿por qué ser
hincha de un club que representa todo lo que detesto? No hay que ser adivino.
Alianza Lima es también la cultura de la criollada, la viveza, la pichanga y la
informalidad. Un ejemplo insoslayable: la historia deportiva peruana consigna
que el vestuario blanquiazul es el más difícil de todos. El más jodido. El más
traidor. O como bien se ha dicho, Alianza Lima es la metáfora de las taras
peruanas. No hay que escandalizarnos con estas verdades, porque estas verdades
son lo que hacen de Alianza Lima el club más grande de Perú. Revisemos sus
campañas, sus campeonatos, sus tragedias, las vidas de sus jugadores más
representativos…
No sé si Thorndike era
hincha de Alianza Lima. En realidad no interesa si lo fue o no. Él era un
escritor que buscaba historias, o sea, personajes. Manguera es pues la recreación de la vida del mayor ídolo del club,
Alejandro Villanueva. Qué gran personaje Villanueva. Especulo sobre las otras
opciones que Thorndike haya podido tener. A lo mejor Valeriano López del Boys.
Ni hablar de Lolo Fernández, a quien los hinchas cremas han pintado como santo,
capaz Lolo nunca se emborrachó, jamás salió de putas y seguramente murió casto.
Lolo Fernández es la perfección, el ejemplo, la virtud, ergo: el aburrimiento
para cualquier proyecto narrativo. Los personajes sosos no sirven para la
narrativa, pues. Entre una biografía novelada entre Teófilo Cubillas y Hugo
Sotil, yo prefiero la del “Cholo”, sin duda.
Busqué el libro por
buen tiempo. Sabía que Mosca Azul lo tenía en su catálogo. Es que buscaba Manguera, como tal. Pues bien, no
recuerdo la fecha, pero sí sé que fue a fines de 1999 cuando conseguí El revés de morir (Mosca Azul, 1978), en
donde encontré seis textos, de los que llamaron mi atención el homónimo que
titulaba la publicación, toda una joya de arte poética, y el primero:
“Manguera”, que leí en un par de horas de una tarde dominguera y lo volví a
releer en la madrugada. Literalmente devoré el extenso relato, lo devoré bajo
la mirada del hincha, desde la más caprichosa subjetividad.
En “Manguera” no solo
se habla de Alejandro Villanueva. No. Aquí desfilan las glorias aliancistas:
Juan Valdivieso, Alberto Moncada, José María Lavalle, Adelfo Magallanes, José
Montellanos, Julio Iturrizaga, Kochoy Sarmiento. Aquí están en detalle las
legendarias broncas que cimentaron la rivalidad con Universitario de Deportes.
Los clásicos, las goleadas, hazañas como las Olimpiadas de Berlín 1936 y el
llanto de la derrota. Gracias a la pluma del “gordo” somos partícipes de la
historia íntima, es tan convincente que podemos saborear el ají de gallina, la
carapulcra, la chicha, los panes con huevo; reírnos de la mojigatería de las
mujeres bien; hasta nos asqueamos con la pestilencia de las medias, que no se
cambiaba nunca, de Magallanes.
La gloria y la caída de
Villanueva. El negro lo tenía todo. Fuerza. Talento. Olfato goleador. Voz de
mando. Pero a Villanueva también le gustaba la noche y todo lo que ella le
pudiera deparar, es decir, el alcohol, el baile, en especial las mujeres que lo
veían como un semental, un irresistible símbolo sexual. Villanueva pudo ser el
mayor jugador peruano de todos los tiempos, pero no le dio la gana. Creía que
el fútbol sería para siempre y en esa idea no hizo otra cosa que destrozar su
cuerpo. Por eso murió pobre y olvidado, como los grandes.
1 Comentarios:
En la época de Manguera no se tenía aún entre nuestros futbolistas la ilusión internacional que ahora está como una verdadera obsesión en ellos. Eso comenzó con el Millonarios de Colombia, en los tiempos gloriosos y “caros” de su Ballet Azul (lo que era una bicoca para los presupuestos de hoy) lo que creo que ya no encajaba para un ya “maduro” Villanueva. Por otro lado el fútbol ha “evolucionado” y no es en nada seguro que Manguera hubiera descollado en un gran equipo europeo actual.
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