viernes, julio 26, 2013

Tragedia y verdad


Publicado en La otra esquina de Colombia


Lo mejor sería empezar con una definición de El desierto y su semilla (451, 2007), la ya mítica ¿novela? del narrador argentino Jorge Baron Biza (1942 – 2001): una patada en la boca del estómago y otra, de punta, en medio de las cejas. La lees y es bien difícil que sigas siendo la misma persona, te preguntas en más de una ocasión si en realidad cabe tanta tragedia en una sola vida.
Se supone que El desierto y su semilla es una obra de ficción; lo es, tanto en teoría y  hechura, pero tampoco habría que caer en las meras taxonomías, porque el telón de fondo queda supeditado a la negrura personal de su autor (hay que hermanarlo con Horacio Quiroga). Hasta podría interpretarse como un testamento de alguien que ya no pudo más con el peso de haber quedado signado por la desfiguración de su madre por cuenta de Raúl, su esposo y padre de Jorge, que en una entrevista con sus abogados, en la que verían los pasos a seguir en el proceso de divorcio, no dudo en arrojarle ácido. Suceso real que motiva el inicio de la ¿novela?, con una descripción aplastante del trayecto al hospital que Jorge realiza con su agraviada madre.
Sería una ¿novela? más si solo tratará de los muchos intentos que se hicieron en pos de la reconstrucción del rostro de Clotilde, de las esperanzas que le vaticinaban los médicos, sin lograr, en absoluto, resultado alguno. La esperanza entonces deviene en una decepción que degrada a su protagonista narrador, y de esta manera la ¿novela? deja de ser un mero ajuste de cuentas con el pasado para convertirse en un duro intento por descender a los vericuetos del alma humana, a lo escondido y sucio, a los cuestionamientos sobre si valía la pena o no una empresa que desde el principio se pintaba de imposible. Por otro lado, se nos relata, abordando la figura del progenitor, la historia no oficial de los acontecimientos políticos e históricos de la Argentina del siglo XX. Este contrapunto es todo un cartucho de dinamita encendido, bien llevado por una mano diestra que sabe administrar la información, no por nada Baron Biza fue un destacado periodista, sabía, por lo tanto, cómo contar y en qué momento subir la tensión. Y lo que es curioso, en sus páginas son patentes los halos de humor y parodia, sea a través del lenguaje, los diálogos y determinadas descripciones, que en manos menos duchas habrían frivolizado el curso de este supuesto discurso ficticio. 
Baron Biza se suicidó cuando su libro empezaba a recibir buenas críticas y la atención de los lectores. El desierto y su sumilla tuvo un largo camino para su reconocimiento, no fue nada fácil, no pocos leían la ¿novela? como si fuera un testimonio, una crónica, y esto al autor no le gustaba nada, porque siempre hizo todo lo posible por ser un escritor de ficción, pero vemos que las intenciones de los hacedores no siempre van acorde con la obra como tal, siendo este uno de los casos en donde el texto es muy superior a su génesis. Leerlo como novela, da igual. Leerlo como hecho real, también. Reseñarla como novela, respetando el juego de disfraces de la ficción, no tiene sentido alguno, sobre todo cuando se trata de una de las más grandes obras de la narrativa contemporánea en castellano. Aquí, el género literario es lo que menos debe importar. 

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