viernes, diciembre 27, 2013

chimal style


Un libro que se publicó este año y que, según mi percepción, pasó injustamente desapercibido, fue La ciudad imaginada, del narrador mexicano Alberto Chimal.
Lo leí en su momento, hace ya varios meses, quizá en pleno contexto de la pasada FIL de Lima. Durante un tiempo pensé que se trataría de una publicación que más de uno iba a celebrar en medios, pero no, lamentablemente no fue así. Y el lamento es doble puesto que se trata de uno de esos títulos en los que aparte de disfrutar de la prosa y la propuesta del autor, nos ofrece más de un camino para aprender, y aprender de los libros de ficción, en lo que respecta a la costura narrativa e influencia, es lo que pocas veces vemos hoy en día.
Reviso la publicación, no para someterla al juicio del tiempo, en búsqueda de canas y arrugas, sino para refrendar lo que sigo pensando de nuestro periodismo cultural, que tiene en el hueveo una norma y en la exaltación de basura extranjera un alegre objetivo a cumplir. Pero no es la primera vez que esto ocurre, hace un par de años pasó casi lo mismo con Movimiento perpetuo, la obra poética completa del vate chileno Óscar Hahn. Tanto el libro de Hahn como el de Chimal han sido publicados por editoriales peruanas independientes, Lustra y Casa tomada, respectivamente, y más allá de la saludable distancia que tenga con sus editores, sería mezquino no reconocer el esfuerzo desplegado, puesto que, contra lo que se pueda pensar, no es nada fácil publicar en Perú a estos autores de reconocido nivel internacional.
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Los relatos de Chimal llevan consigo trampas, desde que empezamos a leerlos podemos intuir a lo que nos vamos a enfrentar, pero basta una referencia, sea una descripción, un diálogo, un gesto de algún personaje, como para quedar sometidos a sorpresas nada agradables. No me refiero a desenlaces que aturdan, sino a lo que se nos cuenta mientras cuenta, en el proceso de silente descomposición que no solo sufren sus personajes (la ciudad es también un personaje), sino también los propios lectores. La prosa y el estilo del mexicano es como una luz que nos pudre sin que nos demos cuenta, prosa y estilo que se nutren de la referencia pop pero también de una tradición gótica que haríamos bien en volver a visitar o empezar a conocer, en títulos como Madame Putifar de Pétrus Borel, Venganza fatal de Charles R. Maturin, El ángel de la ventana de occidente de Meyrink y, por supuesto, en autores, pero solo en pequeñas dosis, como Lovecraft.
Chimal es todo un capo, sabe bien cómo esconder sus referencias. Y las sabe esconder porque es deudor, ante todo, del tejido narrativo de lo mejor de la narrativa breve latinoamericana. Su originalidad y desbordante imaginación no nacen de la nada, puesto que descansan en una férrea base que le permite escribir de lo que bien le venga en gana. Chimal, en relatos como “Mogo”, “Mesa con mar”, “La balanza”, la homónima que titula la publicación, “Veinte de robots” y “Los salvajes” construye un universo personal, una tradición fantástica/gótica que le permite recrear la vida moderna, una poética que más de uno debe empezar a tomar como referente.

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