jueves, julio 24, 2014

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Desde hace un tiempo me siento muy cercano a la tradición de los retazos.
Me explico:
Cuando hablo de la tradición de los retazos me refiero al trabajo paralelo que realizan los escritores en relación a su obra mayor, a la que digamos, en teoría, le dedican una mayor atención, en la que se funde toda la fuerza mental y física. Supongamos que el escritor X viene escribiendo un proyecto narrativo, sea cuento o novela, pero en el curso del mismo recibe el pedido de escribir un artículo, un ensayo, una crónica, un texto de contratapa o un texto de presentación. El escritor X acepta y se embarca en la pequeña empresa. Le resulta fácil porque se trata de un tópico que domina. El escritor X cumple con el pedido y vuelve a la concentración que le exige el proyecto mayor. Sin embargo, no pasa mucho tiempo para recibir otro pedido, como por ejemplo, un ensayo sobre los 100 años del natalicio de un gran escritor. Y vuelve a cumplir con el requerimiento.
Pasan los años y el escritor X se da cuenta de que esos textos que escribió en paralelo a su poética bien pueden formar un libro, entonces decide publicarlos en formato de libro.
Ahora, a lo largo de mi vida he leído no pocos libros de este formato. Y los hay de todos los gustos y colores, es decir, de los buenos y malos. Digamos que durante un tiempo no era un terreno al que se iba a lo seguro. Además, cada vez que me topaba con una publicación de artículos escogidos o artículos reunidos que me atrapaba, no hacía otra cosa que festejarlo de la más manera más sana de festejar un libro: recomendándolo a los lectores, a los amigos o a los potenciales interesados en una buena lectura.
*
Felizmente las cosas están cambiando. Desde hace un tiempo se están publicando de forma recurrente este tipo de libros y de a pocos, en realidad no falta mucho, estos se convertirán en la cimiente para que los textos de la tradición de los retazos sean vistos como todo un género literario, como alta literatura con fuego para seducir a los lectores, haciéndoles creer y vivir en la experiencia de la palabra una experiencia similar a cuando leen ficción y poesía.
Vienen a mi memoria el Crack Up de Fitzgerald.
Y haciendo un salto temporal y geográfico el Tránsitos de Alberto Fuguet. O cruzando el charco, Una vida absolutamente maravillosa de Enrique Vila-Matas… Los artículos de Piedra de Toque de Vargas  Llosa. Hasta los cursos de literatura de Nabokov también se insertan en la tradición de los retazos. Ni se te ocurra pasar por alto La muerte de la polilla de Virginia Woolf. E imperdonable si no tenemos en cuenta los ensayos de T. S. Eliot.
Podría citar más nombres ilustres, pero nada me sacará de la cabeza de la fuerza de esta tradición. Pero me pregunto: ¿cómo insertarse en esta tradición? O sea, cualquier escritor en un arranque de megalomanía podría atreverse a reunir sus textos paralelos y publicar su librito de ensayos y crónicas.
Error, pues, error de errores.
La tradición de los retazos se reserva el derecho de admisión. La puerta está abierta, pero a medias, solo para los elegidos.
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Y nos toca aterrizar en la tradición literaria peruana.
Hay que decirlo de arranque.
La tradición de los retazos en el Perú es casi inexistente, si es que hablamos de calidad literaria. Para ser parte de ella hay que exhibir también una obra narrativa o poética de alcance y referencialidad. Con este solo principio, lamentablemente, blanqueamos a los grandes articulistas de la primera mitad del siglo XX.
Ahora, es a partir de la segunda mitad del siglo pasado que hemos podido acercarnos a genuinas joyas literarias que nos harían pensar en una tradición de los retazos oculta en nuestra tradición literaria. Y como lector me parece saludable que sea oculta, no del todo vista, y lo digo conociendo el egocentrismo de muchos escritores peruanos, que a las primeras palmadas ya se alucinan la reencarnación de Thomas Mann o Fitzgerald.
Esta tradición oculta está conformada por un puñado de publicaciones que haríamos bien en frecuentar. Pienso en Sueños reales de Alonso Cueto, El pacto con el diablo de Miguel Gutiérrez, en Libros extraños de Luis Loayza, en Relámpagos sobre el agua de Guillermo Niño de Guzmán y, cómo no, en La caza sutil de Julio Ramón Ribeyro.
Debo confesar que he aprendido mucho de estos libros, me han servido de brújula y me han ayudado a cubrir mis lagunas lectoras. No sería el lector que soy sin ellos.
*
Pues bien, qué pienso y siento cuando leo los artículos, semblanzas, las crónicas y ensayos de Fernando Ampuero.
Digamos las cosas claras: cuando me acerco a sus textos, siento que me hablara el mismo Ampuero. Obviamente, aprendo de sus lecturas, me enfrento a sus criterios de lector, pero como dije, siento que me hablara, que me hablara risueñamente, como si estuviera con alguien con quien estuviera conversando durante horas, horas que no pasan, como si se detuviera el tiempo.
Conozco a muchos lectores que me dicen lo siguiente de los artículos de Ampuero: “oye, Gabriel, qué paja escribe el tío”.
Es que es eso: los artículos, las crónicas y ensayos de Ampuero son pajas. Una verdad incuestionable. Y lo son porque desde siempre ha manifestado y cuidado la honestidad de su prosa. Estamos ante un autor que no solo ha encontrado su voz, sino que la ha nutrido con una mirada muy peculiar, una mirada doble, una puesta en los libros y la otra en la vida, por igual, sin descuidar ninguna de ellas.
Mirada y voz hacen el estilo Ampuero.
El estilo Ampuero nos lleva hacia uno de los libros más vitales y librescos de la tradición de los retazos Made in Sudamerica: Tambores invisibles.
Lo que digo no es exageración. Lo digo sano, con la mente en estado de quietud y paz.
Tambores invisibles es un libro que habla. Es un libro que nos ofrece el otro lado de uno de los escritores peruanos más referenciales y, también polémicos, de la literatura peruana contemporánea. Ese otro lado que nos lleva a conocer su cocina literaria, su cantera lectora, como también a la persona como tal.
A medida que recorremos estás páginas no demoramos en ser cautivados por una oralidad, una oralidad pícara que nos habla sin poses intelectuales de Petronio, Capote, Chéjov, Ajmátova, Melville, Fitzgerald, Salinger, Lowry, Rimbaud, Hitchcock, Sérvulo Gutiérrez, Montaigne, Simenon, Bryce, Ribeyro, Borges, Fellini, Chocano, Rulfo, Cortázar…
Por ejemplo. Como lector nunca me ha gustado Chocano. Quizá su vida me ha llamado la atención, como a todo mundo, pero luego de la lectura de “Chocano/Aventurero”, en la que se nos da una sabrosa semblanza vital del poeta, me han dado ganas de darle una oportunidad más a su poesía.
Y esto es un milagro.
Y si se trata de explicar este milagro literario, lo haríamos gracias a la conexión.
Ampuero conecta con sus textos miscelánicos. Estos textos no fueron escritos por cumplir, en estos hay un implícito compromiso de parte de su hacedor.
Sentimos un gusto en su escritura.
Por ello, sus textos miscelánicos conectan con los lectores. El lector no es ningún tonto, percibe en una la falsedad, la patraña, la ausencia del punto de vista personal.
Por eso decimos que el tío Ampuero escribe paja. Por eso Ampuero tiene los lectores que tiene.
No es gratuita esta sentencia, damas y caballeros.
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Líneas arriba dije que la tradición de los retazos en Perú es aún silenciosa. Y pese a que no tenemos una gran cantidad de libros insertados en esta tendencia, debemos estar más que satisfechos con lo que tenemos. Mientras escribo estas líneas pienso en Tambores invisibles y me es difícil no contener una sentencia personal, en la que no juega para nada la amistad que pueda tener con el autor. Esta sentencia yace en que la presente publicación resulta medular para entender el proceso de la literatura peruana contemporánea, que abre camino y brinda seguridad a nuestras voces mayores a insuflarle más vitalismo y compromiso a sus textos que escriben en paralelo al proyecto literario mayor.
Con mirada, voz y actitud, se pueden escribir misceláneas que alcancen incuestionables cimas literarias, misceláneas llamadas a perdurar.
Si en caso haya alguien en desacuerdo, a quien no le cuadre la idea de que los escritos de no ficción no pueden ser considerados como literatura, pues le sugiero que lea Tambores invisibles, una gran puerta para desinfectarnos de prejuicios que nos alejan del verdadero placer de la lectura.
 
 
Texto leído en la presentación de Tambores invisibles. FIL 2014.

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