sábado, octubre 25, 2014

164

Si la memoria no me falla, más de una vez he dicho que vengo leyendo muchos diarios de escritores. Llámalos dietarios, si gustas. 
Nunca he sido un ferviente lector de diarios. Digamos que he leído los diarios que debía leer, dietarios que me gustaban, pero solo eso, que me gustaban. 
Entonces, en qué punto cambia mi gusto por una pasión voraz que me lleva a leer cuanto diario se me presente en el camino. 
Imagino que esta historia comienza a mediados del 2008. Más o menos entre agosto y diciembre, quizá uno de los periodos más telúricos de mi vida, en todo sentido, telúrico desde el literario hasta el emocional. 
Por esa época me tocó presentar a un joven autor español, Javier Alonso Benito, en el Centro Cultural de España. 
En la presentación, el pata ofreció una conferencia sobre la literatura del yo en la narrativa española actual. Quizá fue una de las lecturas más largas y pesadas que haya podido escuchar (y leer de costado, siguiendo la lectura), puesto que el texto se componía de más de veinticinco páginas. 
El público dormitaba. 
El público se iba. 
Pero a medida que leía de costado y escuchaba, memorizaba muchos datos de escritores de diarios que Javier consignaba. 
A veces pienso que esa lectura se hizo para mí y no para los sufridos asistentes, porque los asistentes fueron víctimas de ese mal llamado modorra. 
De los libros y autores mencionados, conocía a casi todos, pero en su faceta de escritores de ficción. 
Días después de la presentación, me interesó explorar esa libertad que permite el registro diarístico. 
De esta manera comenzó mi apego por los diarios o por aquellos libros que fueran agradables presas de la indefinición genérica. En la búsqueda me sentía como si hubiera llegado tarde a una fiesta, en la que solo se pasaban las canciones que sugestionaban a los asistentes a abandonar la reunión. 
O sea, me preguntaba por qué no había diarios o “esos” libros de indefinición genérica desde antes. Pero sabía también que de nada vale lamentarse. Como bien aprendí hacía mucho: todas las cosas tienen su momento y, en cuanto a los libros, estos son los que te buscan y encuentran, y cuando te encuentran tienen el poder de remecerte. 
Los lees. 
Los relees. 
Los picas. Es decir, se vuelven interminables. 
Cada vez que me preguntan por Pessoa, no pienso en la poesía de Pessoa. 
No, no pienso en su gran poesía. 
Pienso ante todo en Libro de desasosiego
He llegado al punto, por demás caprichoso, de ser un lector radical sobre la proyección de este libro: si te consideras lector, no puedes pasar por alto Libro de desasosiego, peor si te haces llamar escritor. 
Estamos pues ante un libro vivo, fresco, que nos anuncia la verdad de la libertad de la escritura, esa verdad que algunos vendedores catalogan de novedad, de los nuevos caminos que supuestamente debe recorrer la narrativa de hoy, cuando lo cierto es que Pessoa ya había construido ese camino. 
No se trata de un libro experimental, que lo es. 
Es un libro de registro convencional, aunque no lo es. 
Ocurre que Libro de desasosiego es la vida en literatura tal cual, el mestizaje mágico entre el contenido y la forma, que garantizan su necesaria actualidad. 
Hay que ir hacia atrás para poder avanzar.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal