miércoles, enero 14, 2015

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Los días pasados estuvieron rubricados por la tensión. También por la indignación. Fui testigo de cómo juega el Poder Judicial, de la gran mentira que son las leyes en este país. Claro, no es nada nuevo lo que digo, escuchamos de ese juego desde nuestra infancia. Pero una cosa es escucharla y otra muy distinta vivirla. 
Entonces, no me hice problemas. Si la justicia Made in Perú me juega sucio, yo también haré lo mismo. 
Eso es lo que hice en estos días. Jugué sucio, pero con estilo. Y gané, creo. 
Ahora respiro tranquilo y como estoy tranquilo, me dedico a caminar por las calles del centro, bajo cualquier pretexto. Siempre camino por esas calles de historia, corrupción y humedad, pero ante todo de gente que la lucha y la disfruta. 
Se me antojó un jugo de granadilla con mandarina. Caminé hasta el Don Juan. Una vez allí me puse a leer una revista de política y respondí un par de llamadas que me hicieron al celular. 
De regreso a la librería, opté por el camino más largo. Me detengo en los kioskos y leo algunas portadas. En varias de ellas se anuncia que pagarán a los fonavistas, a esas personas, muchas de ellas que han pasado la base seis, que esperan que el Estado les devuelva el dinero que aportaron durante tantos años. Lo justo. Obvio, es lo justo. 
Bajé por Caylloma. 
Horas después me arrepentí de haber bajado por esa callecita, en donde se ubica una asociación de fonavistas, una de las tantas que hay en Lima. 
Más allá de quejarme, piensas que algo puedes hacer contra el aprovechamiento de cierta gente de mierda que, precisamente, se aprovecha de la esperanza de personas esperanzadas en que el Estado les devuelva el dinero que les descontaron durante toda una vida laboral. Estas cucarachas juegan con las expectativas de estos hombres y mujeres, a los que vi maltratados, con hambre y sed, muchos de ellos en sillas de ruedas y muletas, que no podían reunir cuatro soles para que la asociación a la que pertenecen les agilice el papeleo o, sencillamente, les brinde la información de cuándo es que tenían que pasar a cobrar por el Banco de la Nación. Así es, cuatro soles que para uno es nada, pero no para esas personas que deberían estar descansando en casa, despreocupados, tal y como corresponde para su edad. 
Me arrepentí de haber pasado por esa asociación, no por lo que vi, sino porque no hice algo cuando se supone tenía que hacer algo, como agarrar a tabazos al guardia de la asociación, también al tonto de corbata michi encargado de cobrar los cuatro soles a los viejitos. Pero ante todo, me arrepentí de no haber armado una bomba casera para desaparecer esa asociación con fines de lucro. Botella, gasolina y una mecha. De esa manera se podía poner algo de orden y sentido común en el mundo.

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