martes, enero 20, 2015

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Salgo de la ducha, me seco y me visto. Me conecto un toque, debo revisar algunos correos electrónicos. Pero antes de responder los correos electrónicos, me percato de que tengo el ventilador apagado, entonces lo prendo. Tener el ventilador cerca de mí me recuerda a una foto en la que aparece Paul Bowles, tecleando en su máquina de escribir y a pocos centímetros de él un ventilador pequeño que le airea el rostro sudoroso. 
¿Afecta el clima al momento de escribir? ¿Cuánto influye la temperatura en la hechura del estilo? Así es, parecen preguntas tontas, fuera de lugar, pero si analizamos en frío, habría que pensar en relacionar el clima como un aliado del estilo, o un enemigo del mismo. 
Más de un escritor me ha hablado, escritores que, dicho sea, tienen la rara costumbre de leer, porque, valgan verdades, en este país los que más deberían leer son los que menos leen, del estilo barroco del gordo maravilloso Lezama Lima. Estilo barroco, llevado a la más extrema de las sinuosidades en Paradiso, ladrillo que bien vale la pena todas las sentadas y horas invertidas en su lectura. 
Así es, Paradiso es una inversión. Durante mucho tiempo tuve esa novela cerca de mí, en una edición cubana con prólogo de Ribeyro. Me animé a leerla luego de una conferencia sobre Lezama que tuvo lugar en la Universidad de Lima, a inicios de los 2000. De los que recuerdo que participaron en esa conferencia, se encontraban Iván Thays, Camilo Fernández Cozman y Mirko Lauer. Fue Lauer quien habló de la inversión de tiempo que merece este título del cubano. Como era muy joven y sufriente de esa enfermedad juvenil llamada literatosis, presté atención a las palabras del poeta y politólogo. 
Presupuesté mi tiempo y me ayudé con un buen diccionario. Leí Paradiso en las noches de una perdida semana de invierno de un año que no ubico del todo. Y sí, Lauer tenía razón, aunque de esa razón supe después de un par de años. Hasta el conocimiento de esa razón, razón de la experiencia lectora, me encontraba destrozado. Si hay un libro que me resultó difícil de asumir y entender, ese es precisamente Paradiso
Lo pude entender y asumir en mi tiempo, no en el tiempo en que leía con el único fin de terminar el libro que llegara a mis manos, en esos meses en los que todavía no tenía desarrollado esa justa opción de cerrar un libro si es que no me gustaba o me pareciera interesante. Las cosas pasan por algo, porque si hubiera desarrollado esa opción de cerrar los libros por los motivos que expongo, sin duda no habría leído Paradiso como lo leí, porque lo leí con horario: un par de horas antes de levantarme y otro par antes de dormir, durante más de tres meses, avanzando sus páginas con lentitud. 
Me es imposible pasar por alto una inquietud como el posible influjo del clima en la prosa de Lezama. ¿En cuánto influye la temperatura en la carga verbal, en la amplitud metafórica, en las digresiones, en el simbolismo abstracto que son las marcas de la poética de este escritor? Pienso en esas preguntas e inquietudes. Por el momento se me ocurren algunas hipótesis, pero la que más se me antoja de verosímil y digna de tomar de tomar en cuenta, hipótesis que armo sin desatenderme que la lucubro en pleno verano, sintiendo la calentura húmeda que se refuerza cada día. La prosa de Lezama es como el erotismo lento, lejano de la consumación, erotismo alimentado de escarceo y seducción; la frotación constante, el juego, que según estadísticas, llegan a su cúspide sensorial en los meses de verano. Lezama era un diletante, escribía lento, sin esfuerzo alguno, como si el gusto, el orgasmo de la escritura, lo encontrara en el seseo de la escritura, en ese seseo que hacia interminable su párrafo.

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