miércoles, enero 28, 2015

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El sol me obliga a tener que buscar una chela. Llamo al señor Quiñones, “Hombre sabio”, para que se haga cargo de la librería en mi ausencia. Mientras lo espero, me pongo a releer algunas páginas de Susan Sontag. La entrevista completa de Rolling Stone de Jonathan Colt.
Una vez ubicado en el Salón Hora Zero en el Queirolo, pido una Cusqueña y una butifarra. A mi lado, mi cuaderno loro de apuntes. Me gusta este salón, porque a las once de la mañana no hay mucha gente. No hay nada peor para el disfrute de una chela que el ruido de la conversa alegre de los demás. Hago algunos apuntes, refresco mi memoria, de lo que más tengo presente de Susan Sontag. Como se puede deducir, haré una reseña de este libro y me es imposible no consignar en mi cuaderno Loro el hecho de que Sontag fue quizá mi primer gran amor platónico intelectual. Y pienso en si sería válido poner este dato en el archivo de la reseña, dato que considero esencial, aunque para algunos puristas y celadores de las buenas costumbres sea toda una provocación. 
Supe de Sontag en San Marcos, mucho antes de que las canas en la barba delataran mi verdadera edad. Veía a patas y flacas con su fotocopia de  Contra la interpretación, que cuidaban como si fuera un texto que solo podía ser por leído por los elegidos del pensamiento académico. Me fastidiaba esa actitud y me vengaba de ellos vacilándolos por su desconocimiento que tenían de los clásicos. Se me salía pues el Harold Bloom que habita en mí hasta el día de hoy.
Gracias a mi amiga Verónica pude leer a Sontag. Me convenció de hacerlo luego de que me hablara de su ensayo sobre la fotografía, debido a que ella durante esos meses tenía un interés por la fotografía, o llámale foto documental.
En esos años nos encontrábamos en la protohistoria de Internet. Así que me aboqué a la búsqueda de todos sus libros y de sus datos biográficos que pudiera conseguir. Creí que la tarea sería fácil, pero no, no fue nada fácil. No encontraba ni sus libros ni datos biográficos. Ni siquiera sabía cómo era físicamente.
Cuando vi su foto en una revista mexicana, fue un amor a primera vista.
Sontag era una mujer bella, pero su belleza era extraña, esa extrañeza que irradiaba fue lo que más me gustó. A pesar de no haber leído ni una sola línea de ella, tuve más ganas de leerla, había quedado prendido de su aura. Ocurre que siempre he tenido debilidad por las mujeres de carácter. Confío en ellas.
No por nada una inigualable bella mujer de carácter es la que ha puesto en orden mi vida.
Hice de todo, cumplí al pie de la letra todos los favores en pos de sus libros. Su ficción fue lo primero que llegó a mis manos, luego su ensayística. Había más de un punto en su faceta de pensadora que me impedía estar de acuerdo con ella y ese desacuerdo se mantuvo por mucho tiempo, hasta que leí sus diarios, el primer tomo de título Renacida, en donde entendí la génesis y pulsión que encendían su pensamiento, como también su compromiso y coherencia.

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