sábado, marzo 21, 2015

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A veces las explicaciones de los misterios de la vida vienen por cuenta de las personas más sencillas, aquellas que no son tomadas en cuenta por los hacedores de pensamientos, guachimanes de lo correcto, guardaespaldas de la opinión zurda con tintes de vanguardia.
En los últimos he venido escuchando hasta el hartazgo sobre la desaparición de los murales del Centro Histórico. Todos opinan, hay quienes están en contra de lo que se asume como una manifestación artística, del mismo modo tenemos a los que sí están de acuerdo con la medida municipal. En este segundo grupo hay muchísima gente de vida pragmática, harto tecnócrata, ninguneados por los dizque pensadores adelantados y superados.
A mí me gustaban muchos de los murales, decir que me gustaban todos supondría, y con razón, un gran acto de hipocresía de mi parte. Algunos me gustaban tanto que a propósito caminaba por ciertas calles, me bastaba contemplarlos, sentir pues esa sensación de que me decían mucho o poco sin necesidad de interpretar el mural.
No pensaba en la venganza política ni bien se dio esta ordenanza municipal del borrado de los murales. Pero ahora lo pienso gracias al taxista que me llevó a la librería hace algunos días. El taxista, un señor moreno de canas plomas, hizo que viera las cosas más allá de los límites del pensamiento. Me bastaba escuchar el timbre de su voz para constatar su autoridad, la veracidad con la que hablaba, de su sabiduría forjada en la mirada y el sufrimiento.
Cuando le hice el comentario de los murales, el señor me dio la razón, pero que no había que juzgar apuradamente a Castañeda, ya que no podemos esperar mucho de un profesional al que le cuesta expresar sus ideas con claridad. Para esto, el moreno me había dicho más de lo que esperaba escuchar. Redondeó su idea con la cuestión del resentimiento permanente del peruano,  peor: si a este resentimiento le sumamos la venganza, el ojo por ojo, bien podemos entender por qué el alcalde obra de la manera que obra.
A la gente, a la gran mayoría, solo a un grupo de privilegiados que saben apreciar el arte, pero en especial a la gran mayoría, el arte le interesa poco o nada. Ni les va, ni les viene. Esa gran mayoría aprueba a Castañeda, su gestión. Esa gran mayoría no se hace problemas con el borrado de murales. Más bien, a esa mayoría le parece bien que lo haga, que desaparezca todo rastro visible de la gestión de Villarán, de la misma manera que esta señora de buenas intenciones y de escasa inteligencia hizo al desaparecer los Hospitales de la Solidaridad, cambiándoles de nombre, también de color.

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