miércoles, abril 08, 2015

267


He leído tarde, muy tarde, la entrevista que me hizo Gianfranco Hereña para la web El buen librero.
Me pongo a pensar en mis respuestas y, a diferencia de antes, debo reconocer que la lucidez para ciertos conceptos me viene cuando estoy alterado, o empinchado, rabioso, con todo aquello que me jode.
Bien hay personas que deben su inteligencia a su entusiasmo. Para otras, la inteligencia les viene por cuenta del fastidio, que no debe ser tomado como un resentimiento, sino como esa incomodidad que te diferencia, que te guarda y aleja del, o supuesto, error colectivo.
Después de leer la entrevista siento una revolución en el estómago, que me pide combustible. Pero no hay mucho de qué comer en la refrigeradora. Por ello, me pongo una gorrita y salgo a recorrer de madrugada las calles de mi barrio.
Si camino hasta Arriola, pienso, bien puedo ir a El paraíso, restaurante que funciona las 24 horas del día, en donde sirven una gran variedad de platillos, pero necesito algo ligero, una ensalada, un jugo, más una taza de café.
Es casi la una de la madrugada y entro a El paraíso, en donde, a ojo de buen cubero, ubico a doce tipos que disfrutan de tazones de caldo de gallina y arroces chaufas. Le pregunto a una de las meseras si tienen ensalada, jugo de la fruta que sea, y me dice que no. Menos café.
Respiro hondo y me paro en la puerta del restaurante y me dedico a mirar la avenida, vacía, a la espera de algún altercado, porque siempre esta avenida ha sido una de altercados.
Cuando era más joven y viniera de dónde viniera, al menos dos veces por semana, era testigo de altercados en Arriola, como aquella vez en que dos policías en moto detuvieron, previo disparo en las llantas, una camioneta 4 X 4 segundos antes de que esta se estrellara contra la puerta de un edificio. Los policías cerraron el avance de la camioneta y detuvieron al chofer, que no estaba ebrio, pero sí decidido a estrellar su camioneta en la puerta del edificio en donde vivía su ex mujer con su nueva familia.
El rostro del chofer era el de un irrefrenable enajenado, el de un hombre que sufría de amor y que se resistía a aceptar que su ex mujer llevara una vida con otra persona. Lo esposaron y tiraron al suelo.
Ahora veo ese edificio, convertido en lo que se convierten la mayoría de edificios de Arriola: en hostales de coloridos nombres.
Siempre ocurren cosas en Arriola, siempre hay situaciones que te permiten especular, como esa pareja que al parecer discute, una pareja que se viene escondiendo de algo. Ni siquiera la madrugada les permite caminar tranquilos. Ella alza los brazos, increpando, pero a cada cinco movimientos mira hacia atrás, cerciorándose de que nadie los esté siguiendo. Discuten en la puerta de entrada del hostal. Al cabo de un rato él la coge del brazo y a la fuerza la hace entrar.
Al terminar mi cigarrillo, decido quedarme un rato más mirando ese edificio, porque sé que esa pareja abandonará ese hostal. Estoy casi seguro de que abandonarán ese espacio de desfogue hormonal. Solo debo esperar, pero no esperaré más de diez minutos, el sueño de a pocos se posesiona de mí. Al cruzar la avenida, veo que la flaca sale corriendo del hostal, en dirección a mí. A medida que se acerca me percato de que no se dirige hacia mí, sino al auto blanco que está ubicado en una esquina, en el mismo cruce de Tres de Febrero con Arriola. Me pongo de costado para que ella continúe su huida. Ella ingresa al auto blanco y abandona el lugar.
Segundos después el pata sale del hostal. El pata tiene algo en la mano, pero en principio no sé qué cosa es, solo sé que no está en sus cabales. También me pongo de costado para no interrumpir su paso.
La luna, el brillo lunar metaliza el ambiente. Siempre me ha gustado el brillo lunar, siempre y cuando sepas apreciar su brillo, el mismo que puede ofrecerte un paisaje signado por el asombro.
Lo que tenía el pata en mano era un metal con el que pensaba patentizar su odio, su cólera hacia esa mujer que fugó en el auto, seguramente con otro. Me quedé mirando al tipo con la navaja en la mano. Estuve a punto de decirle algo, pero poco o nada podía sacar de esa situación.
Tiré al suelo mi cigarro. Lo pisé y me fui a casa.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

"amantes no toquéis, si queréis vida;
porque entre un labio y otro colorado
Amor está de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida". (Góngora)

5:13 a.m.  

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