lunes, mayo 25, 2015

seguimos escribiendo bien

Bien lo he dicho en más de una ocasión, y con mayor razón en estos tiempos en los que se señala lo contrario: el Premio Copé de Cuento es el galardón literario más importante de Perú. 
Sin exagerar, ganarlo, quedar en una mención honrosa o ser finalista, en cualquiera de estos niveles, garantiza al autor un piso en el circuito literario local, que bien puede ser usado como carta de presentación ante las grandes editoriales o en cuanto evento quiera participar. 
No hay verdad que ocultar. El Copé irradia una valía literaria, pero ante todo mucho dinero que seduce a más de un escritor. Es el dinero lo que hace que el Copé de Cuento sea el premio más importante en el Perú. Sobre su valía literaria, su legitimidad, bien pueden decirse discursos tribuneros. En esencia, y pese a no más de tres excelentes relatos ganadores en su historia, el Copé de Cuento carece de legitimidad literaria. 
Ahora, no es malo querer dinero. El dinero de este premio puede servir para sustentar un año dedicado a la escritura de un proyecto literario. Por otra parte, hay mucho ego en juego en los escritores participantes. Basta ver las inmensas colas que se forman en las oficinas de Petroperú a partir de la quincena de diciembre, en esas colas vemos a aspirantes a escritores, escritores nuevos, otros con cierta trayectoria y, en contados casos, a escritores consagrados, disfrazados con atuendos de invierno para que nadie los reconozca. 
Por eso, cada vez que se anuncia a un ganador, son los escritores participantes que no han ganado los que salen a criticar los criterios que usó el jurado para premiarlo. Hasta hace poco, estas críticas tenían como escenario los bares o los restaurantes. Éramos más solapas, menos hipócritas en apariencia. Ahora somos más modernos y usamos las redes sociales para criticar y hacernos pasar como justicieros, moralistas y guachimanes literarios.
La última edición del Premio Copé de Cuento generó una encendida polémica, debido a la cercanía amical del ganador Johann Page con dos miembros del jurado: Alonso Cueto e Iván Thays. Al respecto,quien esto escribe tiene una certeza: Cueto y Thays conocían el relato de Page. A esta certeza, se suma otra: el cuento “Patrimonio” fue elegido ganador por mayoría, que, obviamente, no es lo mismo que por unanimidad. 
Entonces, había que leer el cuento ganador y los demás que dan forma al libro que nos cita. A ver si hubo favoritismo o no. 
Pero antes, un par sugerencias para la gente de Petroperú, sugerencias que espero tomen en cuenta en el futuro, cosa que así nos evitamos malos ratos. 
Apunten en el cuaderno Loro: 
1.     Cuando se abran los sobres de los ganadores y finalistas, deben corroborar que no exista una estrecha relación amical entre los ganadores y finalistas con uno o más miembros del jurado. De ser así, en el acto el ganador o finalista debe ser tachado de la nómina. Esto no es difícil, basta ir a Google o entrar a la cuenta Facebook del ganador o finalista para salirse de dudas. A menos, eso sí, que el cuento premiado sea un cuentazo, una pequeña obra maestra, una joyita literaria que haya obnubilado a todos los miembros del jurado. 
2.     Convocar a gente capacitada, a lectores competentes. Los miembros del jurado no van a leer los 1528 textos (tal y como fue en esta edición). El jurado lee lo que el equipo de selección le entrega y es en base a esa selección que se decide. Este jurado decidió entre 28 textos seleccionados. 
3.     Consideren la posibilidad de declarar desierto el primer lugar. 
Estos tres puntos pueden garantizar una mínima transparencia a las futuras ediciones del Copé. Petroperú es una entidad pública, no es una entidad privada que bien puede hacer lo que le venga en gana. El dinero con el que se premia sale de los impuestos de cada uno de los peruanos. 
Pues bien. 
Comentemos la presente publicación. Aunque lo cierto es que no hay mucho que comentar. 
“Patrimonio” de Johann Page es un buen cuento, pero dista de ser una joyita literaria. El tema que nos plantea el autor es el de la reconciliación entre un padre y un hijo que regresan a Lima luego de visitar la tumba del abuelo en un cementerio de Lurín. Los años no pasan en vano, Page ha sabido calibrar su técnica, como también la administración de la información que nos brinda para entender su argumento. Sin embargo, Page sigue arrastrando los mismos problemas que veíamos en su primer libro Los puertos extremos. Ocurre que Page es un narrador excesivamente cerebral, demasiado calculador. Muy frío para encarar una situación límite nutrida de tensiones y sensibilidades dañadas. Llama mi atención que en su discurso que leyó en la premiación, discurso que encontramos al final del libro, haga referencia a Richard Ford, a una máxima del norteamericano que Page usa en sus talleres. Creo que Page debe abandonar esa máxima y ponerse a buscar Rock Springs e Incendios, cuentario y novela breve de Ford, respectivamente, en los que encontramos brutales conflictos entre padres e hijos abordados desde la memoria salvaje, siendo testigos de la reconciliación de sus protagonistas para con sus progenitores, pero atravesando y encarando los miedos y traumas de los mismos. Ese primer Ford, no el Ford que vino después con la saga de Frank Bascombe y demás, es el mejor Ford, que narraba no desde lo que conmueve el corazón, sino desde el dolor, de aquello que lo dinamita para toda la vida. “Patrimonio” es un relato que bien pudo conectar con el lector. No me sorprendería que haya cumplido este objetivo, pero me aventuro a decir que ese objetivo cumplido no perdurará en la mente de los lectores. A este relato le faltó más violencia interna y menos miedo narrativo. 
Seguramente, más de uno pensará que hay relatos mejores que “Patrimonio”. Pues no, le ahorro el trabajo al lector interesado. Absolutamente todos los relatos se rinden ante la medianía, hasta parece que hubieran sido escritos para agradar al jurado de turno. Ninguno exhibe una actitud de riesgo y en ciertos casos me genera temor en cuanto a sus autores, que con la experiencia que tienen en el oficio literario, hayan sucumbido al contentamiento. Pienso en “Unas fotografías, apenas” de Pedro José Llosa. Si a este relato le quitamos el innecesario colesterol que Llosa le insufló, bien podríamos estar hablando del texto ganador. Pero no, Llosa sigue cometiendo los mismos yerros de sobredimensionar sus relatos, creyendo que la ambición se justifica en la cantidad de páginas. No soy nadie para aconsejar, pero algo es cierto en cuento: menos es más. 
Alexis Iparraguirre es autor de un cuentario redondo: El inventario de las naves. De los cuentarios publicados en el decenio anterior, este es uno de los que va a quedar. Además, celebro todas las ediciones que viene teniendo a la fecha. En los cuentos de ese libro, percibía una oscuridad emocional que configuraba a sus personajes, una prosa densa y también ligera, que reforzaba la atmósfera tétrica y apocalíptica que exhibía cada cuento. Leía a un Iparraguirre con conflictos y demonios, pero ahora esos conflictos y demonios están ausentes en “Una fábula aparente”, que se deja leer de la misma manera en que se olvida. Una impresión similar me causaron “Un pingüino andino” de Irma del Águila y “Un grito flotando al amanecer” de Pedro Novoa. Del Águila y Novoa son autores experimentados, pero sus cuentos están muy lejos de lo que esperaríamos de ellos. 
Bien podría seguir comentando cada uno de los cuentos que integran Patrimonio. Pero no lo haré por la sencilla razón de que no soy un carnicero. 
Terminé de leer este libro hace poco más de tres semanas. Pensé mucho en sus virtudes y defectos, pero una sensación se hacía más fuerte a medida que pasaban los días. Y esta sensación es la siguiente: su lectura la asumo como una total pérdida de tiempo. Es penoso decirlo porque aquí hay autores que en algún momento he celebrado y apoyado en la medida que puedo apoyar a un autor. Pero también veo estos relatos como una radiografía de lo que viene ocurriendo en la narrativa peruana contemporánea: muchos narradores no tienen voluntad de riesgo, sino una clara actitud de ir a lo fijo, a lo que podría gustar. Además, se cree que escribir bien es hacer literatura. Es obvio: todo escritor debe escribir bien, es lo mínimo que podemos esperar de alguien que se haga llamar escritor. Pero la literatura, y hay que repetirlo todas las veces que sea necesario, debe transmitir, conectar, aturdir… Eso es hacer literatura. 

… 

Publicado en LPG.

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