miércoles, junio 17, 2015

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Me encontraba en la librería, esperando la llegada de mi viejo, que me suplantaría durante algunas horas, horas en las que tendría que realizar algunas gestiones entre Miraflores y San Isidro. En total, cinco puntos que tendría que peinar en no más de tres horas. Decido pues empezar por el tramo más lejano y así no sentir el cantado peso existencial del regreso. 
En una hoja amarilla hacía los apuntes de las preguntas que este viernes le haré a Juan Manuel Robles en la librería El Virrey de Lima. Soy muy poco inclinado a recomendar libros peruanos, pero ahora haré una sana excepción, porque Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una novela que merece leerse. En mis apuntes, hay algunas ideas que bien pueden ser polémicas y espero que esa impresión llegue a buen puerto, que no se quede en el mero enunciado. 
Seguía esperando a mi padre, a quien ya se le está haciendo costumbre llegar con retraso, aunque no lo culpo, porque el tráfico está no menos que infernal en toda esta ciudad gris que despide una inaguantable sensación de bochorno. Lo espero y recibo la visita de Óscar, un lector de Selecta, quizá uno de los patas que más ha leído poesía. En principio no lo reconocí, porque parecía un talibán con esa barba en forma de cono invertido, la cabeza rapada y esa voz que denota la autoridad del que sabe de lo que habla. Por lo general, hablamos de poesía y últimamente hablamos de los raros de la poesía peruana, de esos poetas aún no del todo privilegiados en las galaxias de los teóricos y dueños del discurso académico, que nos canonizan a sus patas y trampas cada dos años. 
Cada vez que viene Óscar me muestra lo que ha comprado, o simplemente lleva poemarios inubicables, o relativamente inubicables, como la primera edición de Ave Soul que me enseñó hoy, o esa añeja antología en la que se consigna un poema de Mazzotti, uno de los más antologados, como “Yegua es la hembra del caballo”. Leo el poema y por un momento me olvido de lo que pienso de Mazzotti. Sin premeditarlo, vuelvo a la importancia de mi condición de lector, a desahuevarme con relación al silencio, a no mezclar las cosas, a cuidar mi opinión propia, no permitiendo que esta se contagie de la anuencia de los que supuestamente saben más que yo. Las cosas claras, una es leer libros, otra, muy distinta, es leer personas.

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