martes, junio 30, 2015

"todo no es suficiente"

En estas semanas que huyo de las novedades literarias como si fueran la peste, me encuentro con un libro al que puedo calificar de brutal, que leí en cuestión de horas y del que no tengo reparo alguno en recomendar. Me refiero a Todo no es suficiente de Alberto Fuguet.
No estamos ante un Fuguet de ficción, sino ante uno que la viene rompiendo en el terreno en el que otros pierden toda vez que transitan de registro.
Por lo que se viene leyendo, lo que parecía fácil, la no ficción, se está convirtiendo en un terreno en el que más de uno fracasa de la manera más insulsa, no necesariamente por falta de oficio o pericia en la escritura, sino, ante todo, por el imperdonable descuido que se tiene con la mirada que nutre el proyecto, pensando que escribir de uno es pintarse de otra forma, dejando para la familia, el siquiatra y los amigos toda la miseria personal.
Si hay un gran exponente de la narrativa del yo (en ficción y no ficción) en Latinoamérica, ese es precisamente Fuguet. Ese “yo” no solo lo vemos en sus novelas, también en sus reportajes y artículos, en los que somos testigos de una furia, como también de un genuino compromiso para con sus tópicos de ocasión. En los últimos años hemos sido partícipes de esa furia y compromiso con Cinépata y Tránsitos, ahora volvemos a esta fiesta lisérgica con un texto que en principio apareció en el imprescindible libro de perfiles de escritores, Los malditos, de Leila Guerriero (ed.). Sin embargo, subrayemos que el presente texto no es el mismo sino la versión tal cual el autor le envío a su editora, que lo tuvo que adecuar para los fines de su conjunto. No era para menos, Guerriero nos explica en el prólogo por qué lo tuvo que hacer, puesto que en el texto que se le mandó no se adecuaba a lo que ella buscaba como lazo común de los perfiles encomendados.
Gustavo Escanlar fue una presencia no menos que adictiva para Fuguet, al punto que tuvo que ir a Montevideo para recoger todas las impresiones posibles para escribir el perfil, experiencia que lo intoxicó de Escanlar, porque Escanlar no era un hombre normal, para muchos un desadaptado, para pocos un talentoso narrador perdido en las ciénagas del existencialismo emocional y que iba a la caza de los puntos de fuga para huir de sí mismo, tal y como nos lo hace ver el escritor Gabriel Peveroni en el colofón.
Desde el subtítulo se nos anuncia de qué va el libro: La corta, intensa y sobreexpuesta vida de Gustavo Escanlar.
Es cierto. La vida de Escalnar fue corta, intensa y demasiado sobreexpuesta. Y es cierto también que escribir sobre Escanlar le significó a Fuguet caer en la abulia, en el completo hartazgo por todo. No debería sorprendernos si es que conocemos la poética de Fuguet, en la que nos muestra que el límite nunca le será suficiente, sino que hay que ser algo suicida para investigar aquello que nos quiebra, peor cuando se escribe de lo que nos quiebra cuando aquello aún está tibio, porque Fuguet abordó la vida de Escanlar poco después su muerte. En este sentido, lo que tenemos a mano es la versión visceral de esa búsqueda por saber quién fue Escanlar, búsqueda que no fue otra cosa que el encuentro de Fuguet con sus propios demonios y temores. Por esta razón, por el encuentro con el lado oscuro de una personalidad talentosa, el autor nos pone de manifiesto su intimidad, por ejemplo, cuando consigna los mails enviados a los editores Guerriero y Matías Rivas, en los que vemos a un Fuguet al borde de la autodestrucción.
No hay que dejarnos engañar por la brevedad de la presente publicación. Además, resulta saludable repetir todas las veces que sea posible de que estamos ante una versión distinta de las publicadas en Los malditos y Tránsitos. Cada una de estas versiones son valiosas en sí mismas, pero la que nos toca comentar en estos momentos es no menos que un viaje hacia dentro, hacia lo peor de uno/otro, una suerte de sesión de ayahuasca, en la que ves tinieblas mientras lees el texto, encontrando la luz solo al final del mismo.



Publicado en Revista Lecturas.

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