miércoles, julio 22, 2015

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Los días feriales pueden ser delirantes, como el sábado pasado, puesto que se hizo difícil, e imposible por momentos, caminar. Ni imaginar las colas que se formaban fuera del Parque Matamula. Una de ellas, por ejemplo, llegaba hasta el final del mismo parque, amenazaba con llegar hasta Canevaro. 
Por un momento pensé que tendría que dejar para después mis ganas de fumar. Tengo mis horas para envenenar mi cuerpo, esa necesidad de nicotina que me exige el organismo, pero el tumulto no me permitía abandonar el stand, así que me las arreglé para seguir recomendando y discutiendo con los lectores. 
Llegamos a un punto en que el asunto se puso como una procesión. Fumar o querer hacerlo, era una locura. Lo que interesaba era respirar. Felizmente, ese encapsulamiento no duró más de lo que sospechaba. 
Me pregunté a qué se debía esa avalancha de público. Las respuestas y razones pueden ser distintas, siendo una de ellas (la que abriga este servidor), quizá la más importante y que de hecho será desestimada por no pocos escritores, conociendo su debilidad: no reconocer el éxito del otro. 
Si el sábado fue un día delirante, se debió a la presentación del libro La distancia que nos separa de Renato Cisneros. Bueno, decir esto no es ninguna novedad, pero en las presentaciones que he visto sin ver de Cisneros, esta última lo legitima literariamente. Conversaba al respecto con un crítico literario local, lo hacíamos mientras veíamos a chicas y chicos corriendo rumbo a la sala César Vallejo. La idea era que Cisneros bien podía jalar gente, pero ahora el libro en cuestión sí podía exhibir aquello que llamamos nervio literario. Mi amigo crítico ya había leído el libro y yo estaba por la mitad. Su opinión era contundente, la mía entusiasta hasta donde pudiera serlo ya que no había acabado de leerlo. 
Después de unas horas, me crucé con Pedro, un amigo, lector y músico. Pedro me dijo que estuvo en la presentación de Cisneros y que también estuvo sentado al lado de Bryce. Era la primera vez que asistía a una presentación de Cisneros, “ha escrito el libro desde el forro”, decía y le creía. “¿Por qué no escribía así desde antes?”, me preguntó. No supe qué responderle. Pero lo que sí le dije es que ahora sí podemos hablar, con cierto fundamento, de un buen momento de la narrativa peruana, sin caer en demagogias y en promociones de contrabando. Los buenos momentos se sustentan con libros ambiciosos, que marquen una pauta, una tendencia, lo que sea. Este de Cisneros, con el de Robles, bien nos permiten creer. Ojalá no nos caigamos.

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