jueves, julio 16, 2015

"los malos"

Varias veces lo he dicho en mi blog: es una pérdida de tiempo discutir sobre la valía literaria en textos que son solo de ficción. Al respeto, debemos pensar a qué llamamos literatura, si solo lo hacemos con aquellos textos inscritos en la narrativa y la poesía. Por ahí también puede entrar a tallar el ensayo literario, y alguna que otra vez el ensayo filosófico. 
Como dije, me parece una pérdida de tiempo y al respecto no me hago ningún problema, porque lo que me interesa como lector es encontrar un punto de quiebre que me lleve de la experiencia estética a la conmoción, el cuestionamiento. Es como en el sexo: no te vas a distraer preguntándote si la persona con la que estás es una narcotraficante, ladrona, mucho menos en sus aretes, si son de marca o no. En el sexo, solo interesa el placer. Lo mismo en la lectura. 
Desde hace un tiempo se viene hablando de la nueva crónica latinoamericana, como también del auge de la narrativa de no ficción, como también de su valía, que solo la encuentra en el gremio de periodistas de oficio y en estudiantes de comunicación. Hay pues una fuerza que respalda este tipo de registro, en donde también podemos encontrar de todo: excelentes, buenos, regulares, malos y olvidables libros. 
Sin embargo, si tuviera que comparar la ficción y la no ficción latinoamericanas, no tengo problema alguno en señalar que la no ficción le ha sacado varios cuerpos de ventaja a la ficción. No es para menos, en mi experiencia como lector, me he sentido más apegado a la no ficción que a la ficción. Muchos de los libros que me han gustado en los últimos cinco años, por ejemplo, están ubicados en lo que se llama no ficción. Así es, lo que se llama, aunque para mí han sido inolvidables experiencias literarias y es de esta manera como asumo la lectura de estos libros. 
No me hago problemas, como ya señalé. 
Pues bien, hace unas semanas leí un libro que bien puedo calificar de histórico y que todo amante de la buena lectura está en la obligación moral de leer. Histórico no solo para los entusiastas de la crónica y los perfiles, sino también para los acostumbrados a leer ficción, que, dicho sea, no sería malo que le den tregua a ese apego, porque estos catorce perfiles que integran Los malos (UDP, 2015), es, por donde se le mire, una obra maestra. Experiencia literaria total, a secas. 
Un trabajo como este solo lo pudo llevar a cabo Leila Guerriero. ¿Quién más? Guerriero ahora supera largamente lo que logró con su anterior libro de perfiles, Los malditos. 
En Los malditos, la escritora y editora trabajó con los narradores más conocidos y de prestigio comprobado de América Latina. Cada uno de ellos debía radiografiar la imagen de un escritor de viada aciaga, en muchos casos canónico, de un determinado país. Como se supone, el resultado fue no menos que apoteósico. En cada uno de esos perfiles no solo accedíamos a un acercamiento brutal de los llamados malditos de la literatura latinoamericana, sino también a un muestreo estilístico de no pocas plumas en actividad, muestreo que nos reforzaba la impresión de por qué son los grandes escritores que son. 
Pero Los malos es otra cosa. Es una experiencia en la palabra que nos destruye. Experiencia que nos permite ingresar a los salones perdidos del mal, a la médula del ser humano, que puede ser un excelente padre de familia o un buen hijo, o una buena madre, pero que se deja dominar por el lado oscuro, por el daño dirigido al prójimo. 
En este proyecto, Guerriero convocó a los mejores periodistas de investigación de Argentina, Brasil, Chile, Perú, El Salvador, México, Venezuela, Panamá y Colombia. ¿Mejores periodistas? Creo que uno se queda corto al calificarlo de mejores. Basta ver la nómina para decir que estamos ante los hombres de prensa que asumen el oficio periodístico como si fuera un acto de vida o muerte. En esa lista de convocados encontramos a los que vienen dictando cátedra y consecuencia moral con aquello que denuncian en sus resportajes y destapes. Encontramos a Juan Cristóbal Peña, Óscar Martínez, Marcela Turati, Alejandra Matus, Miguel Prenz, Sol Lauría, Ángel Páez, Josefina Licitra, Clara Becker, Alfredo Meza, Rodolfo Palacios, Juan Miguel Álvarez, Javier Sinay y Rodrigo Fluxá. 
Guerriero, al igual que en Los malditos, llamó a los mejores. La misión: cada uno debía perfilar a un ciudadano siniestro de América Latina. Ciudadano rubricado por la muerte y pródigo en humillaciones a los demás. Basta mencionar sus nombres para decir que han dejado huella en sus respectivos países, conformando juntos un museo de atrocidades que revelan lo peor de la condición humana. Tenemos los perfiles sobre Manuel Contreras, “El Mamo”; Miguel Ángel Tobar, “El Niño”; Santiago Meza López, “El pozolero”; Ingrid Olderock; Norberto Atilio Bianco; Luis Antonio Córdoba, “Papo”; Félix Huachaca Tincopa; Rubén Ale, “La Chancha”; Wilmer Brizuela Vera, “Wilmito”; Mirta Graciela Antón, “La Cuca”; Alejandro Manzano, “Chaqui Chan”; Jorge Acosta, “El Tigre”; Julio Pérez Silva y Bruna Silva. 
No estamos ante textos que obedezcan a una especie de recuento. Estamos frente a textos que intentan explicar por qué estos hombres y mujeres actuaron como actuaron. Guerriero guio a sus convocados a la trastienda personal de estos hombres y mujeres, les pidió que vayan a la médula emocional, a la fisonomía moral que nos permitan entender si en realidad eran tan perversos y malos como se mostraban en público y en las sombras. Por ello, debido a esa indagación en la trastienda emocional, conectamos con estos perfiles, porque identificamos una similitud entre esos malos y nosotros y que sus actos no están del todo alejados de lo que alguna vez hemos pensado ya sea en un acto de furia o un salvaje desequilibrio emocional. 
El trabajo de los periodistas salta a la vista. Es indudable que dejaron la piel en cada uno de sus perfilados. Como también salta a la vista la rúbrica de Guerriero como editora. Su mano es indiscutible no solo en la intención espiritual de los textos, sino hasta en el mismo estilo que conduce cada uno de los mismos. No hablamos de una marca de agua, sino de una en alto relieve que nos brindan una idea tajante de lo vital que ha sido Guerriero para que este libro sea lo que es. A lo mejor los periodistas con los que trabajó no tienen el ego tan inflado como sí lo tienen los escritores, para quienes el retiro de una coma es no menos que una afrenta. Si leemos el libro, sea de corrido o, como hizo este servidor, salteándose, vamos a reconocer una sola voz y un solo estilo, una sola mirada que unifica en fuerza a estos hombres y mujeres malos, ya sea por separados y juntos. 

… 

Publicado en LPG

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal