miércoles, agosto 12, 2015

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No me imaginé que el post anterior iba a generar una suerte de reacciones verbalmente violentas y algunas risibles. Como decía Nabokov, “el estilo es la biografía de todo escritor”, entonces, bajo este principio puedo detectar a las posibles personas detrás de algunos comentarios. En especial, me llama la atención aquel que me llamó “Enemigo de la izquierda peruana”. Lamentablemente, no le puedo decir nada a ese pobre idiota que se ve afectado por cada texto que aparece en este blog, prefiero hacerlo en persona cuando lo vea por ahí. Por ello, lo dejo haciendo lo que mejor sabe hacer porque para esto sí tiene suficiente tiempo: hablarle mal de mí a mis amigos por mails y mensajes de Face. 
Sin embargo, no todo es malo. Anoche, mientras regresaba a casa, tomando agua mineral en el taxi, me puse a pensar en las jornadas de manifestaciones que tuvieron lugar en Lima y en varias ciudades del Perú a fines de los 90, cuando los jóvenes de aquel entonces, al menos los pensantes y comprometidos, nos organizábamos contra la dictadura fujimorista y sus intenciones de quedarse en el poder cinco años más. Claro, no es lo mismo, pero valen las comparaciones, puesto que esos meses de jornadas intensas fueron una especie de “Mayo del 68 limeño”. 
El taxi avanzaba lentamente porque el tránsito estaba jodido en la entrada de la Vía Expresa. A esa hora empezaba a jugar la “U” por la Copa Sudamericana. Inevitable no pensar en mi papá, que es un férreo hincha crema. Quería llegar a casa cuanto antes y así ver el partido junto a él. 
A medida que sorteábamos el tráfico, veía a algunos hinchas cremas que seguían haciendo cola, muchos de ellos felices, y claro, como ya se ha hecho costumbre, muchas mujeres o en grupo o con sus parejas que iban a alentar al equipo que debía ganar a un entusiasta club venezolano. La presencia de las mujeres, como también ese ánimo festivo grupal, hizo que pensara más en las jornadas de protesta contra Fujimori. La idea del “Mayo del 68 limeño” se hizo más fuerte, de igual modo mi malestar por la ausencia de una novela que recreara o se alimentara de esos meses en los que aparte de convicciones democráticas, hubo también mucho sexo y amor. Así es, hubo mucho sexo y amor al final de esas jornadas en las que no pocos terminaban en algún hostal barato, parque o bajo la complicidad nocturna de una calle solitaria. 
No soy hincha crema, pero acompañé a mi papá hasta el tercer gol crema. El partido ya estaba decidido y me fui a cuarto, con la idea en seguir en la epifanía de un posible “Mayo del 68 limeño”. Busqué entonces entre mis películas una de Oliver Assayas, quizá uno de los directores actuales que más sigo. No me costó mucho esfuerzo dar con Aprés Mai, o Something in the Air, o Después de mayo, como gustes llamar a esta joyita del director francés. 
La película, es obvio, no va sobre el “Mayo del 68” francés, sino de los estertores que este dejó años después. Vemos en ella a un joven llamado a Gilles, estudiante con vocación de pintor, que forma parte de las brigadas de protesta contra un estado represor que lleva a cabo medidas que aseguren que no vuelva a repetirse las protestas de años atrás. Assayas se centra en parte en su protagonista, a través de él canaliza el sentimiento de una generación que quiso repetir la hazaña de la década anterior, sin embargo, por más que intentan hacer las cosas, ya sea por medio de la venta de fanzines o el hecho de pegar pancartas revolucionarias en las paredes de los centros de educación, no pueden despertar la indignación de sus contemporáneos. A su modo, Gilles lucha contra esa abulia, del mismo modo con el pesar interior que lo embarga. Lo suyo es pintar, pero también se ve imposibilitado de amar, pese a que hay dos chicas que lo quieren pero que no están dispuestas en pasar su juventud a su lado. 
No me canso de ver esta película. Cada nueva visión me genera una opinión distinta y la que tuve esta mañana yacía en el recuerdo de aquellos patas y chicas que conocí, quienes después de la recuperación de la democracia, no demoraron en volver a sus intereses. Obviamente, ya no había razones mayores por las que protestar, pero había cosas importantes por las que sí. Por más que se hicieron intentos por volver a repetir esas jornadas, estos esfuerzos no volvieron a tener el impacto que se esperaba. Una pena, sí,  aunque no mayor a que no se tenga hasta hoy una novela sobre aquellos meses revolucionarios.

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