miércoles, septiembre 16, 2015

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Anoche cerré algo tarde la librería. Debía coordinar los arreglos de electricidad que una vez por año debo mandar hacer en ella. Mientras esperaba a los técnicos, me puse a leer las noticias, la mayoría en la red. No hay que ser un dechado en virtudes mentales para llegar a la conclusión de que este país ya ha tocado fondo, y lo ha tocado en todos los sentidos, como si solo nos quedara esperar a que esta pareja presidencial se vaya. 
Entre las notas que leí, un llamado de unidad de los dinosaurios de la izquierda peruana. Leo lo que proponen y busco sus declaraciones en Youtube, siguiendo pues una vieja cábala que me permite encontrar lazos entre las ideas y el tono en que se dicen. No hay duda: los dinosaurios siguen pensando igual. Me dan pena porque no se dan cuenta de que ni siquiera la nueva fuerza de la izquierda, conformada por miles de jóvenes, no les hace caso, porque saben de la poca viabilidad de sus propuestas y del oportunismo que signa su aparición. Muchos de estos dinosaurios han postulado al congreso, más de una vez, y no han accedido a una curul, sin contar con que postulaban con el favor de sus partidos (buenos números de preferencia: 2, 4, 5), la ayuda de la prensa y buen dinero para la propaganda electoral. 
Una vez conocí a uno de estos dinosaurios en un inevitable almuerzo. Como no me voy fijando en quién es quién en las reuniones sociales, solo al final supe su nombre, cuando ya pasado de copas y en pleno esplendor de despotismo, maltrataba verbalmente a uno de los mozos. Hasta ese momento, solo lo veía como una calavera que acosaba a las flacas de la reunión. ¿Cuál fue el pecado del mozo para recibir tamaña humillación? Pues decirle que ya no había más trago. Este hecho hizo que este intelectual y hombre comprometido de nuestra izquierda se comportara como el derechista ultramontano que llevaba dentro.

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