domingo, septiembre 13, 2015

breve repaso de polémicas

Hace un mes, o casi un mes, vino a la librería una lectora de mi blog. De ella puedo decir que es una buena lectora, conocedora de clásicos y de lo que debe conocer de narrativa contemporánea. Me gusta cuando recibo las visitas de lectores y lectoras, a los que he podido ayudar como un Virgilio de lecturas. Ella, la que me visitó, venía con una clara intención de ponerse al día con la narrativa peruana actual. Como nueva lectora informada de narrativa peruana actual, tenía toda la intención de leer a las nuevas voces que estaban marcando la pauta en nuestras letras. Noté que su interés era real, por ello, le pedí que anotara los títulos de los autores que debía leer. No todos los títulos eran de mi agrado personal, pero eso no importaba, porque siempre he creído que los libros que no me gustan no necesariamente tienen que ser malos, y lo digo con conocimiento de causa: hay libros que no me gustan, pero que a nivel formal y temático bien puedo calificar de interesantes, buenos, y en algunos casos, de obras maestras. 
La lectora tomaba nota de los títulos que le sugería. El asunto iba bien hasta que hizo un comentario que me dejó pensando. Su comentario me llevó a recordar el ensayo que estaba escribiendo sobre las polémicas literarias en el Perú, ensayo que avancé hasta la mitad y que dejé por razones de presupuesto, ya que para llevarlo a buen término, debía becarme tres meses, estar consagrado exclusivamente a él. Pues bien, lo que dijo esta lectora reflejó un entusiasmó que yacía en una involuntaria ingenuidad. Me dijo que le gustaba la camaradería que existía entre los escritores peruanos, en donde la mayoría, mayoría que ella conocía por las redes sociales, mostraba una actitud dispuesta al diálogo y el intercambio de ideas, algo que iba en contra de lo que intuía: que la discrepancia entre artistas siempre ha servido de acicate en la hechura de proyectos creativos individuales y colectivos.
Sin duda, esta lectora estaba viendo algo que no era. En buena onda le expliqué que no es lo mismo no decirse nada por estrategia promocional que ser parte de un ambiente de camaradería pautada por el diálogo y el intercambio de ideas. No existía lo segundo, una farsa monumental. Más sí lo primero, la norma de conducta que motiva la aparición de mucho narrador ahuevado de sí mismo. 
Le pedí que tomara asiento. Pensé también en la posibilidad de cerrar la librería e invitarle un café y empanadas en el Queirolo, pero al final nos quedamos en la librería. El espacio era propicio para contarle que las cosas no siempre fueron así, puesto que aparte de talentosos poetas y narradores, sabios ensayistas, que pueda tener nuestra tradición literaria, esta no ha estado libre de sus fuegos cruzados, siendo pues escenario de más de una batalla encarnecida en pos del objetivo inmediato: el reconocimiento unánime en vida, la canonización en mármol, la coronación en laureles, la ovación, pues. 
Más de una vez me he preguntado si la ausencia de polémica hubiese perjudicado el discurso escrito de nuestras más altas voces. Entendamos la polémica como un desfogue, emocional y mental, que tan bien le hace a una mente creativa y pensante, hermética en su lucubración, oxigenándola. Nuestras polémicas literarias tienen larga data, tenemos la de Ricardo Palma y Manuel González Prada, sin lugar a dudas, dos de las voces en las que bien puede descansar el pensamiento y la creatividad literaria escritos en Perú. No es poca cosa. A saber, Palma es uno de los pocos escritores, contados en realidad, que fundaron un magisterio literario en Latino América durante el siglo XIX, magisterio proyectado en la siguiente centuria. No hay mucho que decir sobre González Prada, el pensador, el poeta, la voz punzante que marcó el derrotero de no pocos pensadores e intelectuales peruanos del siglo XX. El punto de encuentro entre ambos escritores fue no menos que discutido, en realidad no sabemos a la fecha por qué comenzaron a polemizar, algo que podría nutrir hipótesis, cada cual más estrambótica que la otra. Pero esa polémica entre dos mounstros de la cultura peruana, se tiñó de bajeza, las alusiones sociales y raciales condimentaron el discurso, del que solo quedó como insumo para las anécdotas que suelen relatarse en los bares, hasta el día de hoy. 
Entonces, nos preguntamos: ¿Si dos pesos pesados de la cultura peruana entraron en una polémica, por qué no los demás? En verdad, todo escritor peruano está llamado a polemizar. Obvio, hablamos de literatura. La literatura en el Perú está por encima de las otras artes. Ninguna puede compararse con ella, por la sencilla razón de que esta exhibe una tradición, una tradición con la que los peruanos se identifican desde niños, una tradición que se sabe de ella sin necesidad de conocerla, una tradición que justifica al Perú como nación. Sé que esta aseveración puede sonar polémica y petulante. Pero comparemos la tradición literaria peruana con las otras. El silencio, al respecto, es la mejor respuesta y no ahondaremos en ello para no parecer abusivos. 
Por esta razón, por la fuerza de la tradición literaria, es que somos testigos de una furia no pocas veces desmedida cuando los escritores ingresan al ruedo de la polémica. No solo ponen en juego un punto de vista, también una identidad con relación a la tradición a la que pertenecen. Esa apuesta sobrepasa a cualquiera, no importa cuán buenas sean las intenciones, lo que los lleva a ganar una contienda discursiva es el ego, el reconocimiento inmediato, la humillación del contrincante, la exposición de sus taras intelectivas y, como bien se ha visto en algunos casos, la exposición de sus defectos físicos, asuntos pues, escanciados de criollada que más de un subnormal piensa que es humor, cuando de humor e ironía no tienen absolutamente nada, porque nuestros protagonistas de hoy necesitan del ego de los de antes, pero los de antes sabían del alcance de su obra. Ese ego de los escritores de ahora se contradice con lo que sus poéticas ofrecen. Esa es pues la diferencia. Las polémicas de antaño, sea la de Palma contra González Prada, la de Mariátegui contra Sánchez, la de los Horazerianos contra Oviedo, por citar algunos casos ubicados por el público no necesariamente lector de la literatura peruana, tenían un trasfondo mucho más rico en obra en comparación a los de ahora. 
Al respecto, la última polémica de consecuencias silentes, fue la que se libró en el 2005, la denominada Andinos contra Criollos. Han pasado diez años y estamos en condiciones de aseverar que los escritores que participaron en ella se sacaron la mierda y se dijeron lo que tenían guardado durante décadas. Como se suponía, llegaron a bajezas injustificables, bajezas que metaforizaron aquello que llamo el sentimiento menor. 
Revisamos los diarios y revistas de ese 2005. Analizamos las posturas de Miguel Gutiérrez, Alonso Cueto, Gregorio Martínez, Julio Ortega, Oswaldo Reynoso, Fernando Ampuero, Alonso Alegría, Gustavo Faverón y algunos más que en estos momentos no recuerdo. Ubicamos a cada uno de estos escritores, conocemos su obra y cada quien puede darle el valor literario que considere conveniente. Lo que pudo ser estimulante para la mente y el espíritu, se torció en una sinfonía de insultos provenientes de ambos bandos. Quien esto escribe, se interesaba en el tema de fondo: ¿Qué hacer para descentralizar la narrativa peruana? ¿Cómo propiciar la promoción de los escritores de provincias en Lima? Por eso, considero que esa polémica fue desaprovechada. A diferencia de muchos, que consideran esta polémica como banal, yo sí creí en su posible alcance. En mucho tiempo los escritores peruanos de mayor trayectoria se decían las cosas sin titubear y en esa ausencia de temor, se podían sacar varias conclusiones de provecho que nos permitieran acceder a un panorama más justo y cabal del escenario literario peruano. Habíamos ingresado en el vientre de la ballena, con la idea de conocer los circuitos que la alimentan, no para salir despedidos por sus flatulencias. El tiempo ha puesto algunas cosas en su sitio, entre los insultos hubo conceptos que a la fecha son puntos de debate, como el tópico de la violencia política y su frivolización comercial. Sin embargo, los que más perdieron fueron los denominados andinos, a los que podemos ver tratados por la academia y los medios de igual manera, incluso hasta mejor, en comparación a los que criticaban cuando la polémica. 
Cada vez que me hablan del tema, o cada vez que lo escucho, no dejo de lamentarme por esa oportunidad perdida. Si un escritor e intelectual piensa que las polémicas no son necesarias, asumiéndolas como pérdidas de tiempo, pues algo debe andar mal en su cabeza, debe tener alguna duda oculta respecto a su talento. Los escritores de esa polémica entraron y fijaron posición, quizá algunas irreconciliables, pero la establecieron. En cambio, lo que pasa ahora, lo que vemos en las redes, la carencia de franqueza reforzada con una actitud amanerada de no quedar mal con nadie es la norma que pauta y sobredimensiona un contexto literario que está muy lejos de lo que dice que es.

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