domingo, septiembre 13, 2015

seudolibreros

Me levanto a las nueve de la mañana y me pongo a leer la columna de Niño de Guzmán en Perú 21. En su artículo escribe sobre la paulatina desaparición de las librerías en España; sigo leyendo el texto, en donde el escritor ahora se centra en el contexto peruano. 
Entonces se refiere a los seudolibreros. 
Niño de Guzmán habla del aprovechamiento comercial de estos mercachifles de la cultura durante las ferias de libro para luego desaparecer el resto del año. 
Ya lo he dicho más de una vez, en este país no hay libreros, solo vendedores de libros. 
Así es, contados libreros, entre los que me cuento. 
Sin embargo, lo que llama mi atención de la palabra seudolibreros, es que estuve pensando en la misma anoche, muy cerca de las ocho y treinta, cuando me disponía a cerrar la tienda de la librería. Tenía algo de dolor de cabeza a razón de lo poco que había dormido, mi ánimo entonces no era el de los mejores, pero ese dolor de cabeza no me amilanó. Pese a lo que te ocurra durante el día, tienes que cumplir tus compromisos, como los amigos que vinieron a hacer un reportaje sobre los libreros del Boulevard Quilca, a quienes guíe como un Anthony Bourdain, pero de libros. Estuvo simpática la grabación del reportaje y, ni bien se terminó, en una regresé a la tienda. 
Cerca de las seis de la tarde, solo pensaba en ir a casa. Así es que cuando cerraba, barajaba posibilidades para fugar, o sea, pasar rápido por la aglomeración congregada que celebraba un aniversario más de Perú Posible en el Parque Francia. Me pregunté si valía la pena cruzar el parque Francia, la pregunta tenía asidero, habían cortado el tráfico en Quilca y Camaná. Es decir, no tenía el taxi a la mano. 
Decidí, pues, tomar el taxi en Wilson. Prendí un cigarro y vi a pocos metros de mí, en donde lo que fue El Averno, a ocho personas, en estado etílico, agrediendo a un señor. Más puñetes que patadas recibió el señor. Nadie hacía nada, salvo yo, que me acerqué. Pero la sorpresa (quizá cometa mucha ingenuidad al decir sorpresa) la sentí cuando me percaté que los agresores y el agredido eran precisamente personas dedicadas al comercio de libros. Personas que a lo largo y ancho de Quilca y alrededores tienen locales dedicados a la venta de libros. Más allá de los motivos que originaron ese acto cobarde de golpear a uno entre ocho, en el que tuvo que intervenir la policía a los treinta segundos que empezara a poner orden. 
El mandamás de los abusivos, un tipo al que medio mundo llama Chango o Changó, sostenía una botella de cerveza en la mano derecha y un cigarro en la izquierda. Lo observé y estiré mi mano para quitarle el cigarrillo y así prender otro mío. Obvio, mi actitud era provocadora, actitud que se refuerza más con los cabecillas de esta clase matonerías. Me miró y me puse a hablar con él mientras la policía arreglaba el problema con el herido, que no sé por qué, no se atrevía a denunciarlo. Mientras hablaba con este sujeto, muy suelto de huesos me decía que era dueño de muchos locales en el centro y de un par en otros distritos, llamándose un hombre de cultura, reconocido por la Municipalidad, la Cámara Peruana del Libro y el Ministerio de Cultura, a lo que agregué que también era reconocido en las comisarías cuando se encontraba su archivo de antecedentes legales. Él se quedó callado al escuchar esto último y como si las huevas le dije que era un fenicio cultural, por decir lo menos. Claro, le tuve que explicar qué cosa era un fenicio, su rostro de duda revelaba una profunda ignorancia. Pero lo que en realidad quería decirle era que si tenía un problema con quien fuera, que lo arreglara él mismo, y en otro lugar, cara a cara y no valiéndose de la ayuda de sus chacales, tan bestias como él y que solo sirven para cargar cajas. Me dijo que tenía mucho poder y no me quedé atrás.Le dije que lo que más gusta en la vida era enfrentarme al poder, mejor si este poder es uno abusivo. La hija del tipo se acercó y se llevó a su padre, pero el oficial lo detuvo y lo metió en el patrullero. La borrachera, su estupidez reforzada por el alcohol, hacía que le dijera a los policías las mismas idioteces que me acababa de decir. 
Prendí otro cigarro y caminé a Wilson para tomar mi taxi.

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