jueves, octubre 29, 2015

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Lo bueno de estas fechas, en las que la imagen morada da vueltas por el centro, es precisamente ver la fiesta que se arma en las calles del Centro Histórico. Esa fiesta de música y olores culinarios es lo que desde niño ha llamado mi atención. En lugar de hacer mi camino regular, me aboco a recorrer estas calles con toda la lentitud posible, en esa lentitud encuentro el disfrute de una noche que se antoja larga y por momentos peligrosa. 
A medida que se acerca la imagen, los feligreses dejan de lado su paganismo y son durante no más de media hora se convierten en otras personas, aunque sea en menos mierdas de lo que son en realidad. Me gusta pues ser testigo de ese cambio. Entre las personas, ubico a más de un conocido, no les paso la voz, cosa que así no quiebro la gracia del acto, de lo que veré y de lo que sin duda hará que me ría durante algunos minutos. 
Obviamente, respeto la tradición. Pero ello no impide que no les vea su lado gracioso a los feligreses que se arrepienten ante la llegada del símbolo del catolicismo en estas tierras. Para tales fines, me compro una Pepsi (me he vuelto fanático de esta gaseosa) y prendo un cigarrillo. En el pequeño parque de Torrico con Wilson hay una banca vacía y aligero el paso para sentarme. El olor a las chanfainitas y anticuchos fungen de escotadas tentaciones. 
Hace tiempo que no como chanfainita y me animo por una. Pero me da flojera pararme y deseo que pase algún conocido para hacerle el encargo de que me traiga una. Lo bueno de parar por el centro es eso: te encuentras con amigas y patas, dispuestos a hacerte algunos encargos, no gratis, porque siempre pago lo mío, y con mucha voluntad porque si les pido que me traigan algo es debido a que yo, por alguna razón, no lo puedo hacer. Ahora, el motivo es mayor, porque no debo hacer ciertos movimientos bruscos y de esta manera cuidarme la espalda, al menos dejar que el dolor empiece a desaparecer por sí solo. Aún no voy al médico, antes de eso, prefiero agotar todas las posibilidades, encontrar el instante del descanso. 
Como ningún conocido pasa, me veo en la obligación de ponerme de pie e ir por un platito de chanfainita. El trayecto se me hace pesado, también será así el retorno a casa. Tendré que caminar muchas cuadras para tomar un taxi.

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