jueves, diciembre 03, 2015

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Era un día tranquilo, como si nada fuera a ocurrir. Aún no eran las horas del ajetreo, horas amenazantes en las que vale estar atento, en las que en minutos puedes hacer lo que no en horas de hueveo. Precisamente, en las benditas horas de hueveo leí Nuevo museo del chisme de Cozarinsky. Lo leía con relativa atención, mientras barajaba la idea de salir un toque y comprarme un sanguchón de pavo de La Lucha. También sentía la necesidad de fumar, de botar de mí toda la tensión de los últimos días, de encontrar tiempo en las mañanas y así poder pasar a documentos en Word lo que he venido escribiendo a mano, sea en los cuadernos y libretas de notas. Alguna vez, en un lejano post, dije que escribía mucho a mano, algo que resultaba inconcebible para los lectores del blog, que me alucinan una especie de dependiente de las nuevas plataformas de escritura. Pues no, soy más tradicional de lo que pudiera pensarse, bastaría con ver el celular que manejo para tener una idea de que la tecnología no es lo que me quita el sueño. 
Cerca de las tres de la tarde, justo cuando me disponía a salir a fumar, recibo la visita del poeta y editor Beatnik John, cuya vestimenta era el mejor reflejo de su actividad vital, un beat por donde lo veas. John, y es justo decirlo, es de los pocos valientes que se atreven a vivir en pleno uso de la libertad que otros abandonan por la mera seguridad. En esa libertad ha recorrido toda Sudamérica y, obviamente, conoce cada centímetro de este país. Me consta que viaja mucho y es un placer hablar con él, que siempre está lleno de proyectos, viviendo poéticamente, y no de la poesía. Hace poco estuvo en una feria del libro en Juliaca. Le pregunto al respecto, solo por curiosidad, porque no sé si tenga las fuerzas para ir a una feria en Juliaca, pero sí me interesa saber cómo va la movida literaria por esos lares, que imagino debe ser más poética que narrativa. 
John abre su mochila y me obsequia algunos libros de su editorial Hanan Harawi. Los libros que hace son artesanales, pero tienen el detalle del gesto pulcro en su hechura. Algunos los llamarían libros objetos. Comienzo a revisar uno, de pasta verde, Discursos interiores. Teorías sobre el romanticismo de Ana Mónica Vílchez. Pese a que me topo con algunos poemas que no me convencen, debo decir que aquí hay una voz sensible que apuesta por la verdad en el discurso poético. Es decir, Vílchez apela a la fuerza de sus recursos, sin necesidad de ornamentarlos, más bien dejándolos fluir. En ese cauce se encuentra una revelación con la que se identifica el lector. Bueno, al menos yo sí me identifiqué.

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