jueves, diciembre 17, 2015

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Las puntas me llamaban e hice una seña para que me esperen. Entré al Minimarket del grifo y compré dos cajetillas de cigarros, más una botella de agua mineral. 
Cuando entré al restaurante-bar, la gente ya estaba ubicada en sus respectivas sillas. A la cabeza de la mesa, Rimachi, dando cuenta del primer vaso de chela. Juan, Joe y Ángel conversaban de lo último que estaban leyendo, como también de lo que escribían. Juan no dejaba de hablar de su novela ganadora del Copé. Sé que su triunfo es una cachetada para el ambiente literario local. El secreto de Juan no es otro que el de la escritura, esa escritura constante y que ha sabido aprovechar porque vive de sus rentas y negocios, es decir, no trabaja. En vez de rascarse la panza, escribe y saca provecho del tiempo que tiene para escribir. Aparte de la novela La ruta de los hombres silentes, ha escrito nueve más, que están a la espera de una revisión. Juan seguirá escribiendo y algún día se dirá de él que fue hombre que escribió más libros de los que leyó. Mi respetos para Juan, por su persistencia. 
Tenía hambre y pedí la carta. Se me antojó el churrasco a la parrilla con papas fritas. Joe pidió un arroz chaufa de carne que se veía buenazo. La conversa era festiva hasta que me enteré de un detalle: el taller que dirige Rimachi, “Cuna de campeones”, del que ha salido más de un copista, como Juan, que fue su tallerista. Le pregunté a Rimachi si eso era cierto. No me respondió. Más bien, fue Juan el que me respondió afirmativamente. 
Rimachi ha estado en problemas últimamente. Le han dicho de todo en las redes sociales, desde estafador a matón. No tengo ánimos de defenderlo, pero si algo puedo decir al respecto, es que él ha sido el blanco fácil de los moralistas de la literatura peruana al momento de hablar de los malos elementos en el mundillo editorial. Su leyenda borrachil ha crecido más que su talento literario. 
Claro, en este mundillo es más inteligente chancar a los más maleteables, que sirven de cortinas de humo a los hacedores de discursos de indignación, discursos con el que refuerzan su pose de pensadores polémicos. 
Hablé al respecto con Rimachi mientras cortaba mi churrasco a la parrilla. Rimachi me miraba, soltando humo por los cinco orificios de su cabeza. 
Estafas, estafas y tienes que dar la cara y responder, cumplir, y pedir disculpas. 
Pero también sé que no es lo mismo estafar 5 mil soles que estafar por varias decenas de miles durante años. 
Estafa es estafa. Así la pendejada haya sido por un sol. 
Me preguntó: ¿por qué no se dice nada de esos impresores que han estafado por decenas de miles de soles a lo largo de estos años? 
A saber, hace un tiempo escribí un texto sobre dos antologías de narrativa peruana última. Reconozco que se me pasó la mano con uno de los antólogos. Al respecto, algunos imbéciles se valieron de mi chancada al antólogo para tapar lo central del texto: los negociados a dedo que hay en el mundo editorial, en especial cuando hablamos de los chibilines de los gobiernos regionales, cuyas cabezas pasan por alto aquello que conocemos como convocatorias, licitaciones, etc. 
No me sorprende. Estos impresores acoplados a la dedocracia, saben jugar muy bien sus fichas, se arman de un aparato comercial del que más de un escritor quiere sentirse beneficiado. Su estrategia sobadista, “lassesca” y lustrabotista los ha llevado a insertarse en la prensa cultural limeña, conocen su negocio, el relacionismo estratégico.  Por ello, muchos escritores optan por el silencio tribunero y se les sale el lado justiciero en conversas íntimas, condenando con fuego y azufre las artimañas "lassescas". 
Sería miope no reconocer ese poder. Pero tendría que estar caído del ego para temer a la artimaña “lassesca”. Pues bien, qué pensar de los egos agigantados que no dicen nada de lo obvio de estos negociados y que para pasar piola arremeten con lo más criticable, con aquello que está más a la mano. No dicen nada, absolutamente nada. A estos egos agigantados y esclavos de la moralina discursiva les sugeriría que investiguen, que muevan la panza y crucen información. ¿Dirán algo cuando sepan la verdad? Confío en que sí. Si son capaces de mandar a la mierda a Fujimori, por qué no a estos impresores que maltratan a muchos escritores. 
Doy cuenta de la ensalada. Le digo a Rimachi que todo se soluciona con trabajo. “Si la cagaste, pues cumple y pide disculpas”. 
Rimachi asiente.  
Al rato me habla de “Cuna de campeones” y me pasa una lista de sus talleristas que han ganado y quedado finalistas en premios como el Copé, el Watanabe, el BCR, el Ten en Cuento, etc.

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