martes, diciembre 22, 2015

"lancha rápida"


Si en cuestión de libros buscamos el exceso pautado por el azar, pues lo encontramos en esta novela de culto de la escritora y periodista Renata Adler, Lancha rápida (Sexto Piso, 2015), cuya publicación en castellano merece todos los saludos pertinentes. Su categoría de “culto” no es en absoluto gratuita desde que se diera a conocer en 1976. Durante décadas ha servido como novela de referencia para jóvenes con aspiraciones literarias. Quizá su influencia no se haya visto reflejada inmediatamente, pero hoy en día es patente gracias al hálito indirecto de los cultores del minimalismo, del fragmentarismo y del mestizaje de géneros literarios. 
Nos enfrentamos a una novela signada por la aventura y ambientada en los canábicos, idealistas y sexuales años sesenta gringos. Por cierto, Adler mostraba estos rasgos temáticos en sus ensayos y crónicas, publicados, a saber, en revistas del prestigio de The New Yorker. Como cronista había conseguido un justo reconocimiento, pero como escritora, ella necesitaba de la licencia de la ficción, la cual le permitiera elevar su mirada impresionista en absoluta libertad, solo en la ficción podía plasmar la voracidad vital de sus años juveniles. 
Pues bien, de esa época se alimenta esta novela compuesta por incendiarios fragmentos narrativos, a años luz de una historia-tronco que canalice el proyecto o le dote de sentido al mismo. Adler se vale de un alter ego, Jen Fain, joven periodista que testimonia su inconformidad con la vida, en una suerte de hastío existencial que pretende expulsar por medio de la experiencia vital llevada al límite. En esta búsqueda de la experiencia, Jen se topa con una gama de personajes cuya configuración moral yace en matices lisérgicos, hormonales, ideológicos y políticos, matices que ayudan a Jen a solidificar un espíritu crítico, convirtiéndola en una insobornable cuestionadora social. 
Este ánimo cuestionador, ánimo no ajeno a los picotazos de humor, es lo que justifica y pone en vigencia el nervio narrativo de Adler. Como ya se indicó líneas atrás, en Lancha rápida no presenciamos un tronco argumentativo. En esta carencia de línea argumental somos partícipes de un salvaje y sublime estado de gracia, porque nos compenetramos con Jen, disfrutando lo que disfruta, indignándonos con lo que le indigna, convirtiéndonos en idealistas en un mundo gobernado por idiotas. Jen no tiene la más mínima idea de qué hacer con su vida, solo le interesa vivir, yendo a la caza del asombro, rumbo a la epifanía que depara el día a día.

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