miércoles, febrero 10, 2016

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A las 11 de la mañana me despierto sin la natural pesadez del sueño. Salgo al parque a estirarme un poco y al rato me meto a la ducha. A las 12 me siento listo para comenzar un día lleno de ajetreos y actividades, algunas placenteras y otras que inevitablemente tienes que cumplir. Comienzo por las inevitables, que en cuestión de tiempo no va a demandarme más de media hora y prefiero hacerlas con todos los sentidos frescos.
Felizmente, acabo lo que tenía que acabar en el tiempo que pensaba.
Me sirvo café y reviso los diarios.
En la última encuesta electoral, aparece Guzmán en segundo lugar de la intención de voto.
A diferencia de otras etapas electorales, esta no la he seguido con interés. El desinterés no ha tenido que ver en esto, sino una buena dosis de obviedad en el discurso de los candidatos a la presidencia, que percibo sinuosos, poco claros y carentes de elementales cuotas de verdad y buena intención.
Pero algunos amigos me sugirieron que le preste atención a la candidatura de Barnechea. De Barnechea he escuchado comentarios de todo tipo, ninguno de ellos pone en tela de juicio su capacidad intelectual y su evidente nivel cultural. Por allí, creo, que no va el problema con el candidato del PPC.
El problema, ahora que lo analizo desapasionadamente, es su nula conexión con las masas populares. No tiene la identificación con el peruano de a pie.
No es suficiente con haber recorrido el Perú para sentirse conectado con la realidad nacional. Conozco a muchos intelectuales y artistas peruanos que han recorrido este país, se sienten comprometidos, con ganas de cambiar el estado de las cosas, mas su compromiso es percibido desde una distancia por el poblador, que siente las palabras del iluminado y educado hombre de bien como una promesa bienintencionada pero falsa, promesa que es asumida como una pastillita de autoayuda. 
No es solo el caso del tío Barnechea, también ocurre con Mendoza. En realidad, esto es algo con lo que debe cargar esa clase letrada y educada a los que les viene uno que otro chispazo de vocación de servicio. A veces liga para ganar una elección, pero la verdadera personalidad del privilegiado de la vida sale a flote ni bien toma el poder. A saber, Villarán.

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