viernes, febrero 26, 2016

425

Me dirigía a una reunión en el centro cuando me sorprende la lluvia.
Era una lluvia de verano, pero de noche, y en short, polo y sandalias, puedes llegar a sufrir las consecuencias después.
Las consecuencias las sufrí porque amanecí algo ronco y con un ligero dolor de cabeza.
Mi reunión al aire libre acabó cerca de las diez de la noche. A veces cuesta cumplir, pero luego uno se anima, ya que el compromiso va más allá de los súbitos desánimos.
Acabada la reunión, regreso a casa. El regreso se vuelve muy pesado, el tráfico que se forma en la intersección de Wilson con Paseo Colón impide la circulación de los buses y autos particulares. Tomar un taxi se pintaba como una alternativa inservible, el taxi debía pasar también por ese tráfico causado por el By Pass que se construye en el cruce de 28 de Julio con Wilson.
No me hago problemas. No me dejo guiar por la estupidez colectiva, manifestada en la espera en los paraderos. Ese tráfico no se soluciona rápido y si eso ocurre, sería en un par de horas. Así es que camino, sigo directo por lo que queda de Wilson y empalmo por la Arequipa. Cerca del parque Washington, compro una botella de agua mineral sin gas y tomo asiento en una de las bancas. Frente a mí, el Centro Cultural de España. 
Imposible no tener en cuenta su biblioteca, de la que sé que volverá a abrir en los próximos días. Viene a memoria una secuencia de imágenes, frecuentes, y decirlo es quedarme corto, desde fines del 2000 hasta las fecha, un secuencia infinita de situaciones y excesos. Hubo una época en que vivía en esa biblioteca, llegaba al mediodía y salía a las seis de la tarde, listo, preparado para perderme en la intensidad y el peligro por conocer de las calles del centro, ajá, en esas épocas decíamos así, el centro, no Centro Histórico.

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