lunes, marzo 21, 2016

"la vida sin armadura"

Hay que tener cuidado cuando los escritores escriben de sí mismos. Por lo general, no solo suelen exagerar sus logros, sino también mentir de una manera, por decir lo mínimo, descarada. Para muchos, no hay punto medio, la polarización del testimonio es la pauta a seguir. Quizá esto se deba a que es preferible creer en la leyenda que en la verdad de los hechos. De esta estrategia discursiva han echado mano desde los llamados grandes hasta aquellos que creen que lo son.
Uno de los destinos de todo escritor de trayectoria es, precisamente, escribir una autobiografía. Se arriba a un punto en que sus lectores exigen de él un ajuste de cuentas que les permita escribir sobre sus vicisitudes y así se pueda entender el nutriente del que se alimenta su poética.
El recordado narrador inglés Alan Sillitoe (1928 – 2010) es dueño de una obra narrativa que bien podríamos calificar de influyente. Por muchos años fue considerado el icono narrativo de los movimientos de izquierda en todo el mundo, a razón de ser integrante del movimiento Los jóvenes airados, que apareció en la década del cincuenta, conformado por escritores de la talla de Kingsley Amis, ni más ni menos.
Un necesario paréntesis: no se ha sido del todo justo con la radiación de este movimiento de escritores. Los jóvenes airados inspiraron a muchos grupos/movimientos de artistas e intelectuales, con mayor razón en un contexto en el que los discursos entre la izquierda y el imperialismo estaban en su punto más crítico. En el contexto peruano, no pecaríamos de exagerados si especulamos con la idea de que estos airados ingleses hayan motivado la aparición de grupos de escritores con una clara postura política y de denuncia, pienso pues en el grupo Narración.
Volviendo a Sillitoe.
Cuando leemos sus novelas, llegamos a la conclusión de que fue un hombre que se hizo solo, que provino de una clase obrera muy golpeada por la explotación, siendo este un recorrido vital que canalizó el impacto que generaron novelas monumentales como Sábado por la noche y domingo por la mañana y en los relatos de La soledad del corredor de fondo. Señalamos dos títulos que para cualquier interesado podrían servir de idóneas puertas de entrada a un narrador que podríamos calificar como un aprovechado discípulo de Hemingway en cuanto a la tersura de la escritura. Así es: tersura narrativa más experiencia de clase obrera, dos de los factores que contribuyeron a que los libros de este inglés calaran en más de una generación de escritores y lectores. La poética de Sillitoe, aparte de contundencia narrativa, nunca cayó en el proselitismo ideológico. Había sí un componente ideológico en ella, pero esta se ubicaba en un quinto o sexto lugar, lo primero que resaltaba en esta era su capacidad de conexión con el lector a razón de la experiencia literaria. Mientras otros escritores que sucumbieron a la denuncia ideológica, quedando con justicia en el olvido, la obra de Sillitoe se mantiene lozana y sin envejecer, con mucho por decir.
Por ello, la publicación de La vida sin armadura (Impedimenta, 2014) debería significar un genuino acontecimiento por partida doble: primero, estamos ante el ajuste de personal de Sillitoe consigo mismo, y segundo, somos testigos de lo que tiene que ser una autobiografía en todo el sentido de la palabra, de lo que esperaríamos de una que más temprano que tarde se quedará con nosotros.
El inglés no se guarda nada. Desde las primeras páginas nos advierte que no contará su vida como otros hacen de la suya, sino que lo hará dejando la piel en el asador, sin afeites ni versiones que contribuyan a la leyenda. A él no le interesa quedar como una leyenda de la narrativa inglesa, más bien, asumió su importancia desde mucho antes que sus seguidores lo consideraran como tal.
Sillitoe en una exaltado de gracia, dejando en claro que durante toda su vida fue un resentido, pero no por una cuestión de clase, sino por la dejadez de parte de su padre que jamás se preocupó por él en lo emocional, convirtiéndolo desde la niñez en un ser por demás quebrado. Pero esta autobiografía no está en los cotos del recuento, es también el testimonio del tránsito de una época, un viaje a la semilla urbana que nos permite ingresar a su día y día, pero lo más importante, es un canto a la persistencia, una cachetada a la realidad que lo había ubicado en ruta a un destino que pudo ser cualquiera, menos el de un escritor. Sillitoe nos habla de sus años de formación como escritor, podemos ver a un hombre por demás curioso e inquieto que leía incontrolablemente, a la caza de un estilo que le permitiera expresar toda la mierda existencial que cargaba como si fuera una mochila demasiada pesada. 
Esta autobiografía es cruda por donde la mires. En ninguna página somos víctimas de un efectismo barato, estamos liberados de la gratuidad de la exhibición de atrocidades. La experiencia literaria cala de a pocos y antes que nos demos cuenta, ya somos guiñapos sensoriales, sujetos hechos añicos. Pues bien, esto no lo genera cualquier. Hay que ser un grande para conseguirlo.

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