lunes, abril 04, 2016

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Cuando me toca madrugar, madrugo. Tomo previsiones, mas este lunes no fue así. Solo dormí un par de horas. Me levanté a las 8 de la mañana y me metí a la ducha en una. Lo hice escuchando a Verónica Castro, gracias al alto volumen de una canción suya que venía de una casa vecina.
Alisté mi ropa. Un terno. Ajá, atuendo inevitable con el que fui al Congreso de La República a presentar la excelente novela de Teresa Ruiz Rosas, Nada que declarar. El libro de Diana. En el taxi hacía memoria. La verdad es que desde los 13 o 14 años que no iba al Congreso.
Hablé lo que tenía pensado de la novela de Ruiz Rosas. Recomiendo su lectura. Posiblemente, en los próximos días pase a limpio mis notas sobre la novela y publique el texto en este espacio. Algo me dice que será algo polémico.
La presentación salió mejor de lo que se podía esperar. Pero demoré un toque en salir porque me dediqué a recorrer los pasillos de ese espacio que tantos sentimientos encontrados genera entre los peruanos.
Llamo a casa y le pregunto a mi padre si todo está bien allá. Me dice que sí. Entonces me dirijo, siempre en la sombra, a visitar a mis patas en la librería El Virrey de Lima. Allí les tuve que explicar a Carola, José Luis, Dio y Dajo por qué estaba disfrazado así. Mi idea era quedarme unos minutos, de paso revisaba el programa de los próximos encuentros literarios.
Me disponía a quitarme, debía llegar a casa cuanto antes para quitarme toda la sensación de calor y humedad que, literalmente, me estaba tirando al suelo. Esas ansias quedaron relegadas ante la visita inesperada del filósofo español Eduardo Subirats, que venía acompañado de mi querida amiga Charlotte.
Conversamos un toque, y entre lo que me contó, mañana martes estará en la BNP de San Borja, ofreciendo una conferencia y presentando sus dos últimos libros.
Intelectual polémico, sin duda alguna. Eso es lo que tendría que ser un intelectual, no depender de nadie y decir y escribir de lo que piensa, sin temor a represalias tan caras en el mundillo cultural.
Salí de la librería y me encaminé por Camaná.
Pasé un toque por Quilca y saludé a “Hombre sabio”. 
Los minutos avanzaban y mi cuerpo ya no daba para más. Ahora sí, a regresar a casa. En la esquina de Camaná con Quilca abordé un taxi. Bajo la ventana para llenarme de aire, y el taxista, sintonizando en la radio la misma canción de Verónica Castro que escuché horas antes al ducharme. ¿Será su cumpleaños o lo será en los próximos días?

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