lunes, abril 18, 2016

"el niño terrible y la escritora maldita"

De los autores peruanos que han sabido mantener una trayectoria narrativa signada por la constancia, el nombre de Jaime Bayly es a la fecha uno de sus más conocidos representantes. Cuando nos referimos a su poética, muchas impresiones vienen a la mente no solo de lectores, sino también del gran público, debido a su faceta como polémico hombre de televisión.
Por ello, se hace necesario marcar territorio cuando hablamos del Bayly escritor y del Bayly figura mediática. No pocas veces ambas parcelas se mezclan en una suerte de viaje lisérgico, deviniendo en juicios de valor por demás injustos, muchos de ellos pautados por la exageración y, muy en especial, el prejuicio.
No lo vamos a negar. Bayly ha sabido vender como pocos sus libros, haciendo uso de su llegada en medios, poniendo en el tapete de la discusión pública su vida personal, frivolizando incluso el curso de su obra, que mirada como tal y que sin esta ayuda/empujón de propaganda, bien puede valerse por sí sola. En su producción encontramos títulos no solo llamados a abrirse paso como muy buenas novelas, sino que bien pueden tentar una trascendencia en las siguientes generaciones, pensemos en No se lo digas a nadie, La noche es virgen, Yo amo a mi mami y Los últimos días de La Prensa.
Claro, nos referimos también a un autor prolífico, dueño de más de quince títulos, en los que ha imperado la novela como género conductor. Con tantos libros es (casi) imposible mantener una media de calidad literaria, que vimos sucumbir en la trilogía Morirás mañana y también en su incursión en la poesía con precisamente Aquí no hay poesía.
Visto en frío, estamos ante una poética que se nutre de la vida misma de su hacedor. Bayly no es el primero ni el último que siga ese curso. La tradición narrativa del Siglo XX ha sido generosa en autores que han optado por el sendero de la autorreferencialidad, pensemos, por ejemplo, en el norteamericano Henry Miller y en sus no pocos epígonos que han tomado por asalto la narrativa actual.
Lo que diferencia a Bayly de otros narradores contemporáneos que han escogido la autorreferencialidad como tópico, no solo yace en el poder de su tersura narrativa, que satisface tanto a los lectores omnívoros como a los lectores ocasionales. Es decir, Bayly hace fácil lo que parece difícil, logra conectar con el lector sin depender de los tópicos que las casas editoriales usan como cebo para captar a más lectores. Pues bien, lo cierto es que sus tópicos no serían nada sin la tersura de esa prosa por la que se canaliza lo mejor que exhibe Bayly, y que exhibe desde siempre y con mayor razón en estos tiempos en los que imperan la solemnidad y el aburrimiento como garantes de la calidad literaria: el humor.
Principalmente el humor, como también la ternura. Aspectos que nos permiten especular sobre una influencia literaria, mayor y a la vez silente, que podríamos ubicar en los terrenos de la narrativa de Alfredo Bryce, si es que cartografiamos la obra de Bayly en la tradición narrativa peruana. Pues bien, humor y ternura es lo que encontramos en su última novela El niño terrible y la escritora maldita (Ediciones B, 2016).
Nos enfrentamos a una novela que nos acerca a un Bayly sacudido de la furia de sus últimas entregas. Ahora, es cierto que  en esta novela encontramos no poca furia, mas esta furia se diferencia de la anterior a cuenta del estado de gracia por la que transita su escritura, una escritura que nos acerca a la mejor versión de Bayly (ver líneas arriba), en la que nos topamos con su alter ego, Jaime Baylys, un famoso presentador televisivo y escritor no menos famoso que se ve enfrentado con su familia a razón del romance que emprende con Lucía Santamaría, una joven que bien podría ser su hija y que sueña con convertirse en escritora.
Más allá de los lazos existentes con la realidad, la novela se abre paso de esta ligadura, erigiéndose como una historia por demás independiente y, hay que decirlo, muy divertida, pese a algunas repeticiones argumentativas y cierto abuso en el uso de las columnas periodísticas insertadas en la novela. Si bien es cierto que El niño terrible y la escritora maldita destaca por su fluidez narrativa, ello no nos distrae del saludo al valor del discurso reflexivo que Bayly emplea para Baylys, un discurso que notábamos a cuenta gotas en sus anteriores entregas, pero que en esta ocasión se muestra maduro, premunido de nervio, el cual dota al proyecto de un aliento literario extra y diferente que garantiza, a la postre, que sobreviva a las inevitables promociones editoriales. 
Imposible cerrar este texto sin señalar la mezquindad de la crítica literaria local con la obra de Bayly. Puede o no gustar su obra. Ese no es el problema. El problema es que se silencia a un escritor a cuenta de su figura mediática. La crítica literaria local tiene que leer libros y no personas. Por eso está como está. A saber, a manera de aliciente para desprendernos de sentimientos menores: recordemos lo que dijo Bolaño (antes de ser Bolaño) sobre la obra de Bayly.

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