sábado, septiembre 17, 2016

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Llevo varios días pegado a la banda mexicana Sotomayor. Bandaza en la que ubico más de un eco de la psicodelia setentera que cada vez me gusta más. En realidad, me gusta todo lo que tenga que ver con los setenta, década pues signada como el punto culminante de las ideologías y la lucha contra el poder hegemónico del imperio. Al menos, esta es la impresión que me suscita la literatura, cine, música y diarios que vengo consumiendo sobre aquellos años.
Días atrás me dirigí al Pasaje 18 de Polvos Azules, al stand de Holy, que me tenía guardado cerca de 20 películas. Eran películas que solo conocía de oídas, pero no tardé en percatarme de que trece de ellas eran setenteras, entre gringas y europeas. Sentí pues una epifanía, una constatación cósmica de la presencia setentera sin que la busque. Todas las películas de esta época no eran obras maestras, más bien, eran títulos menores, de género, pero en los que podía entender, o al menos acercarme, a esos años que nutrieron como pocos los discursos de la política ficción. 
Mientras regresaba a casa, me animé por una cerveza en lata. Contra lo que pudieran pensar algunos lectores del blog, no soy de beber mucho. No me alejo del trago, pero tampoco es algo que llame mi atención. Bebo como una bestia cuando tengo ganas de beber. Ingresé a una tienda y le pedí a la señorita una Cusqueña en lata. Sin embargo, justo cuando me dispongo a beber, vibra mi celular, el solo hecho de su manifestación me hace pensar en que sería bueno tenerlo apagado durante varias horas del día y no solo cuando me dispongo a dormir. No lo pensé mucho, supuse que era uno de los Zepitas, de lo poco que queda de ellos luego de la purga que llevé a cabo, quedándome con el factor humano talentoso, desechando la porquería. Era DK el que me llamaba y me dijo que junto a unas puntas se encontraba en El Monarca. No estaba muy lejos de ese bar ubicado en Guzmán Blanco, esa avenida de no más de cuatro cuadras que recorrí al milímetro muchos años atrás. Durante un buen tiempo mi vida giró entre esa avenida y mi casa. He sido testigo, y en algunas ocasiones, partícipe, de su cambio, y vaya que ha tenido muchos cambios, pero el Monarca siempre ha permanecido allí, resistiendo en su historia, en su tradición, como si los años no pesarán en él.

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