jueves, septiembre 22, 2016

pensamiento incendiario

Sin duda, este es uno de los mejores libros que he leído en el año, o, en todo caso, el que más ha calado en mi memoria emocional. No soy el único que alguna vez haya deseado vivir en algo la experiencia límite de los integrantes de la Beat Generation, pero no me quejo, porque algunas noches y días tuve, bien vividos como para darme por bien servido.
De la BG, sus pilares mayores: el narrador y el poeta. Kerouac y Ginsberg. Amigos, compañeros de ruta y actitud, eventuales amantes, pero ante todo amigos, tal y como se testimonia en sus ya famosas imprescindibles cartas, reunidas hace algunos años en libro de título homónimo. Pero vayamos más allá de la leyenda y la admiración, y enfoquémonos en los discursos que los Beats desarrollaron en solitario, en especial, en los años en los que ya no eran Beats, aunque uno que otro seguía portándose como tales, sino cimentando trayectoria en base a lo ya conseguido.
Lo que diferenciaba a Ginsberg de Kerouac era la inteligencia. La inteligencia del autor de En el camino yacía en la fuerza de su entusiasmo, mas en el hacedor de Aullido y Kaddish, entre otros títulos, descansaba en el innato cuestionamiento que partía de una formación de lecturas multitemáticas a las que tuvo acceso desde niño. Ginsberg fue el ideólogo de la BG, es decir, el discurso que sostenía la actitud y andamiaje rebelde, y cuestionador, del movimiento. Cuando el auge del movimiento pasó a la parcela de la leyenda, más de uno comenzó a desarrollar proyectos personales, sin embargo, Ginsberg siguió siendo Beat a su manera, en solitario, dedicándose al activismo, a viajar por el mundo, a la exploración sensorial, deviniendo en una estela de historias y anécdotas que más de un escritor ha plasmado en novelas, cuentarios y crónicas. Ginsberg como leyenda andante, como referencia temática de una época que, a la luz de la plasticidad del mundo de hoy, no volverá más.
Como ya se señaló, Ginsberg era el ideólogo, la voz y hacedor del discurso. O sea, no solo era el maravilloso hechicero de la poesía. Era un intelectual. Por esta razón, cualquier fanático, sea de Ginsberg o de la BG, o de ambas cosas a la vez, debería sentirse más que satisfecho con la lectura de Prosa deliberada (Ediciones UDP, 2016), en la que tenemos en bandeja lo más selecto del pensamiento incendiario de Ginsberg.
El cóctel es el siguiente, anunciado en el subtítulo: Literatura, drogas, política, profecías. Los textos que conforman esta miscelánea fueron publicados entre 1956 y 2000 (obvio, se han incluido textos póstumos, como “Recomendación de Gary Snyder”, “Prefacio y un trip (LSD)”, “Recomendación de Michael McClure a Guggenheim”, etc.), por ello, el abanico de tópicos que inquietaron al gurú se muestra por demás adictivo. Ingresamos pues a la laberíntica mente de un tipo que no solo se mostraba generoso en lo que sabía, compartiendo, sino también acucioso, a saber, cuando nos habla de los niveles de sonoridad poética en la poesía de William Blake. Ginsberg no exige del eventual lector que sepa lo que él, solo que este se ubique en un abierto estado mental y sensorial, y no es para menos, de la transmisión se encarga él, así estemos o no acuerdo con más de un postulado literario, así más de un tema abordado exhiba canas a razón de su fracaso práctico, pienso en “Contribución en prosa a la Revolución cubana”.
El espíritu híbrido potencia estos ensayos, artículos, conferencias y crónicas que teje lazos emocionales e intelectivos con el lector de ocasión. Accedemos a una frescura discursiva deudora de una actitud, tácitamente personal, que apuesta por la libertad y en contra de las reglas naturales de cada registro. Mediante esta frescura discursiva el autor nos brinda un tono de intimidad que se nutre del impresionismo de la biografía, el arrojo conceptual (“la primera idea siempre es la mejor”), la sospecha malévola, la molestia contra el sistema imperial y la curiosidad insaciable. 
Y claro, este libro ha sido traducido por un conocedor y admirador de la poética Beat y de Ginsberg, el escritor chileno Rodrigo Olavarría, que me consta que sabe del asunto, tal y como lo demostró la ocasión en la que conversamos públicamente, en la FIL de Lima del 2014 y en sala más grande, la Vallejo, con lleno total, sobre su traducción de Kaddish. Ajá, lleno total, no por Rodrigo, menos por mí, sino por el espíritu de Ginsberg que seduce y aplasta, el mismo espíritu presente en las páginas de este librazo.

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